Autoaislamiento

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Me despierto tranquilo. Una tranquilidad acompañada de un pequeño malestar físico. En el bestiario ha liberado los duendes por temor al contagio del virus. Los cuidadores se han reunido. Yo he decidido faltar, los he asustado con mi tos de tísico. Me quedé en casa, pero hay mucho por hacer, por lo que divido mi tiempo entre cada actividad pendiente y también saco unos ratos de placer. Pero el aislamiento es bueno, quiero pensar, quiero salir renovado a enfrentar la incertidumbre, quiero rumiar los dilemas a los que me he visto enfrentado en las últimas semanas, quiero replantear mi sentido. 

Saltó entre los aburridos deberes del bestiario que me persiguen hasta la casa (pura burocracia), la lectura (ando ojeando mis libros, no se cuál leer) y la revisión de mis nuevos conjuros (al parecer por fin esté año podré publicarlos), luego me distraigo en alguna realidad virtual o hechizo audiovisual. 

Así estuve todo el día y fue un día productivo. Entre crear cuestionarios, corregir textos, conquistar un imperio o vivir otra vida en la piel de otro. Hasta decidí probar el alucinógeno de la noche, y llevar mi energías al límite. Buscando otro estado mental. Entre los deberes y la inspiración. Rompiendo la rutina y adentrándome en el silencio que le permitía un eco a mis pensamientos. La ninfa me ayudo a aguantar, fue mí compañía. Y entre la sobriedad de la noche reflexionaba entre el límite entre lo permitido y lo prohibido. Entre lo anhelado y lo debido. Entre lo arriesgado y lo seguro. Aquella delgada cuerda floja que cruzamos quienes pretendemos ser libres. 

HOJAS AL VIENTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora