3. Pasado

482 69 15
                                    

Louis.

Pasado.

Eric me cuenta con entusiasmo la broma que le hizo a su padrastro este fin de semana. Simplemente voy a decir dos palabras: papel higiénico y un coche. No hace falta mayor descripción para saber de lo que estamos hablando.

—¿Adivina quién se cabreó más?

—Tu madre —señalo, sin pensarlo. Es evidente, conociendo lo cascarrabias que puede llegar a ser su madre.

—¡Respuesta correcta! Enhorabuena, pasa usted a la siguiente ronda.

Llegamos a la casa de los padres de Abel y, como siempre, él aún no ha salido. Llegar tarde es algo así como su cualidad, porque que siempre, en cualquier situación, vayas con el tiempo justo tiene que ser una especie de don.

—¡Abel! ¡Tío!

Eric siempre grita. También es su cualidad. Tiene una voz potente, unas cuerdas vocales muy resistentes.

—Siempre igual —se queja y saca el móvil del bolsillo.

Sé lo que pasará ahora: Eric se dedicará a hacerle llamadas, una tras otra, solo porque sabe que eso a Abel le agobia.

—Deberíamos dejar que vaya caminando solo, se lo merece —comenta, mientras con sus dedos pulsa la pantalla una vez más.

Observo sus manos, su piel oscura. Eric es negro, flacucho y los rizos oscuros le cubren toda la cabeza. Cuando íbamos a la primaria se reían de él por su pelo, y me acuerdo de ese detalle porque yo era el niño que se sentaba al fondo de la clase y se dedicaba a observar cómo los demás se burlaban de él. Yo nunca hacía nada. Me mantenía al margen.

—¡Cómo se puede ser tan pesado, Eric! —grita Abel, saliendo por fin de su casa.

Abel es el antónimo de Eric, simplemente eso. Blanco como la leche, pelo rubio y muy corto, y con la barriga asomando por debajo de su camiseta. Los tres juntos parecemos sacados de una película de comedia: Eric el café, Abel la leche, y yo... el café con leche. Supongo que soy el término medio de los dos, de alguna manera.

—A partir de ahora te voy a llamar a las seis de la mañana, para que te despiertes con el tiempo suficiente.

—Cállate.

No me meto en la conversación, solo sonrío con la cabeza gacha y comenzamos a andar de camino al instituto. Somos tres chicos, chavales normales de catorce años, que van juntos al instituto. Ninguno de nosotros tiene antecedentes, malas calificaciones o castigos por mal comportamiento. Somos todos legales.

O éramos.

Semanas después a ese día, yo ya dejé de tener la conciencia tranquila.

***

Ese lunes fue un día bastante común, como cualquier otro. Nos sentamos los tres juntos, siendo los únicos en el aula con tres mesas unidas y no solo dos. Los profesores nos lo permitían, porque sabían que separar a un trío de amigos como nosotros sería una putada. De igual forma terminamos separándonos, porque ellos no quisieron saber de mí después de aquello.

En cualquier caso, cuando todavía éramos los tres, solíamos pasar el recreo en una especie de lugar secreto (que no era tan secreto en realidad pero a nosotros nos gustaba creer que sí). Solo era un rincón en el patio al que no iba nadie, entonces allí estábamos nosotros. Éramos un poco independientes al resto de la gente, yo más que ellos. Supongo que siempre me ha costado relacionarme a nivel de gran grupo. Pero, con Eric y Abel me lo pasaba bien. A veces eran un poco pesados y discutían entre ellos, así que ahí estaba yo para hacer de mediador... Yo les invitaba a comer y a estar en mi casa, ellos a mí, ahorrábamos dinero en conjunto para comprar videojuegos... Éramos amigos más allá del instituto, y eso estaba bien.

El objetivo de Louis Tomlinson [LIBRO II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora