13. Pasado

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Louis.

Pasado.

Recuerdo aquel día en el que mi madre llegó a casa después de trabajar y no podía recordar el nombre de su compañera de trabajo mientras me contaba que le había dicho esa tarde que la notaba un poco rara.

—Marina —le recordé.

—Marina —repitió, como si fuera una palabra totalmente nueva para ella—. ¿Tú crees que estoy rara?

Negué con la cabeza.

Y al día siguiente la despidieron.

El propietario de la floristería vino personalmente a hablar conmigo, porque sabía que era el único familiar cercano que ella tenía. Me comentó que le daba mucha pena despedir a mi madre pero no podía seguir trabajando porque creía que no estaba bien. Me dijo que muchas veces se ponía a hablar con los clientes, conversaciones extensas y a veces sin conexión alguna. La había escuchado muchas veces contando historias propias pasadas, de sus padres o de cuando era niña.

—Al principio pensé que simplemente trataba de socializar un poco... porque por lo general sé que es una persona un poco solitaria —me dijo el hombre, sentado en mi sofá—. Pero hay comportamientos o palabras que no tienen explicación.

Nada de aquello era nuevo para mí. Yo ya había presenciado cómo se olvidaba de nombres propios, de nombres de objetos, cómo repetía las mismas cosas una y otra vez, y hacía las mismas preguntas aunque ya hubieran sido respondidas antes.

—Sé que solo eres un crío pero quizá deberías intentar... hacer algo. El domingo pasado me llamó y me preguntó que por qué no había abierto la floristería. Le dije que era domingo, que los domingos no abren los comercios.

También sabía que el domingo por la mañana había salido temprano, pero no me imaginé el motivo. No volvió hasta tres horas después.

—Haz que vaya al médico, chico, porque esto no pinta bien.

Para cuando el hombre me dio el consejo, yo ya sabía que la situación estaba bastante jodida.

Semanas antes a ese día, la electricidad en casa dejó de funcionar. A ella pareció darle igual, como si nada hubiera pasado. Así que llamé a la compañía eléctrica y me informaron de que hacía tres meses desde que no se pagaban los recibos. Mi madre se dedicó a sacar todo el sueldo en efectivo, por eso cuando pasaban las facturas su cuenta bancaria estaba en cero. También se olvidó de que existen las facturas, al parecer.

Sabía que el dinero no podía haberlo gastado del todo, así que me metí en la piel de un policía, o de un ladrón según se vea, y registré toda la casa. Efectivamente lo había escondido. Lo cogí todo para pagar todas las facturas pendientes yo mismo, los intereses que se habían generado con los retrasos de tres meses, dejé algo para la comida e ingresé lo restante en su cuenta.

Esa noche se la pasó gritando y llorando.

—¡Me han robado el dinero! —era lo que gritaba constantemente.

Se me formó un nudo tan grande en el estómago que ese día no pude ni cenar. Tampoco dormí mucho.

—¡Louis, ladrones! ¡Hay ladrones!

Por más que intentaba tranquilizarla, no servía de nada. Igualmente sabía que tratar de explicarle lo que había pasado sería en vano. Ya hacía tiempo que intentaba explicarle cosas y no las entendía.

Y lloró toda la noche en su habitación. Doy fe de ello porque estuve despierto escuchándola. Lloró porque pensaba que le habían robado el dinero, cuando realmente se lo había quitado yo. Y, porque si no lo hubiera hecho, nos habríamos quedado también sin agua, sin gas, y probablemente sin casa.

Esa noche tomé una decisión. No podía dejar que volviera a pasar lo mismo pero tampoco podía seguir quitándole el dinero a escondidas, por muy enferma que pareciera estar. Tenía que empezar a conseguir dinero por mi cuenta, para poder pagar todo lo que ella se había encargado de pagar hasta ahora.

Esa noche lo supe. Ahora el adulto de la casa era yo.

El objetivo de Louis Tomlinson [LIBRO II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora