La durmiente

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27 de junio de 2018

Lo último que recuerdo es una luz brillante que cubrió todo a mi alrededor hasta que solo quedo oscuridad.

No podía mover ningún músculo de mi cuerpo y sentía que la cabeza me iba a explotar; intenté quejarme, pero mi voz no salía de mi garganta tan solo producía quejidos. Me alteré, intenté gritar, pedir ayuda y luego, después de unos breves segundos, sentí calma, como si no hubiera nada de qué preocuparme. Fue raro; sentí cansancio y me rendí al sueño que comenzaba a embargarme, tal vez si dormía un poco, me sentiría mejor....

Debía estar soñando, tal vez al despertar lo vería todo con otros ojos.

Abrí los ojos lentamente y me lastimó la luz que se colaba de la ventana

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Abrí los ojos lentamente y me lastimó la luz que se colaba de la ventana. El dolor de cabeza continuaba ahí y el cuerpo lo sentía pesado, ya no me dolía como antaño pero me sentía débil. Moví con lentitud mi mano para posarla sobre mi frente, mientras intentaba adaptar mis ojos a la luz que llenaba el cuarto, rodee los ojos para observar lo que había a mi alrededor y fue entonces que me percaté que no estaba en mi habitación. El espacio donde me encontraba era demasiado amplio y a mis costados descubrí un buró con flores y del otro extremo, una compleja máquina que revelaba mis signos vitales; varios cables se encontraba conectados a mi cuerpo.

Comprendí entonces, que debía estar en un hospital pero no recordaba que los cuartos fueran tan espaciosos. Al menos que se tratará de un hospital particular; no pude evitar preguntarme de qué manera mi familia habría estado costeando un gasto así.

De manera torpe, me senté sobre la cama y me arranqué los cables conectados a mi cuerpo, lo cual resultó doloroso y no pude evitar lagrimear un poco. También descubrí que vestía una bata blanca de manga corta (era de esperarse, después de todo, era una paciente) y noté que había adelgazado, también mi cabello había crecido bastante desde entonces; alguien lo había trenzado para evitar que se me enredara, lo cual agradecí en silencio.

Busqué con la vista algún botón para llamar alguna enfermera para que me auxiliará, pero no encontré nada; me pareció extraño. Decidí entonces, buscar ayuda por mi misma, aunque no estaba muy segura de que pudiera caminar muy bien. Con trabajo, me senté en la orilla de la cama y busqué algo que me sirviera de apoyo; no quería levantarme y lo primero que ocurriera es que mi rostro terminará contra el piso. Fue cuando vi el soporte para venoclisis y lo tomé para ayudarme a levantarme; afortunadamente, mi idea funcionó y pude caminar sin problema. De manera lenta pero lo suficiente para acercarme a la puerta de la izquierda que era la más cercana a mi cama; había otra puerta a mi espalda.

Cada paso que di resultó en un increíble esfuerzo, era como si no hubiera usado mis piernas en años; comencé a imaginarme lo peor. LLegué a la puerta y cuando estuve a punto de girar el pomo para abrirla, escuche dos voces hablar acaloradamente en el exterior; no pude identificar a quienes pertenecían.

—¡¿Dime por qué ella?!— gritó una voz femenina, se oía molesta.

—Porque la conozco desde hace varios años, ella me miró cuando yo era un don nadie. Pudimos ser felices, pero yo me empeñe en apartarla de mi lado... Yo la abandoné una vez, no podía volver hacerlo, no otra vez...— contestó la voz de un hombre, su voz me resultó familiar pero no podía recordar de quién se trataba.

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