"Dejame besarte profundamente y ver si puedo dejarte sin aliento"
Su respiración era tranquila, sus rubias pestañas descansaban en sus pómulos, su boca estaba entreabierta. Su expresión facial era serena.
Me encantaba verlo dormir. Se veía tan tierno. Y violable, pero más tierno.
— Debería estar acostumbrado a que me violes con la mirada cuando estoy durmiendo – habla con la voz ronca logrando asustarme, aún sin abrir sus ojos, me acerca más a su cuerpo.
— Me gusta verte dormir – le digo llevando mis manos hacia su rostro y acariciando su mejilla.
— Me gustaría saber que es lo piensas cuando lo haces – abre sus ojos y me mira. Sus ojos por alguna razón, se ven más azules de lo normal cuando recién despierta.
No le respondo y llevo mi mano a sus pómulos, sin dejar de mirarlo.
Dios mío, lo amo tanto.
Me acerco y beso sus labios, que se vaya a la mierda el aliento mañanero pero yo voy a besar a mi novio.
— Vuoi un secondo round? «¿Quieres una segunda ronda?» – me dice dejando un rastro de besos por mi mandíbula. Una de sus manos descansaba en mi cintura e hizo de las suyas con ella acariciando mi costado llevándose a su paso la camiseta que me cubría, se detuvo cuando tuvo contacto con mi sostén.
Volvió a besar mis labios y se colocó encima de mi sin llegar a arrimarse completamente sobre mi. Yo me dediqué a acariciar su torso desnudo.
Y me reí mentalmente al recordar el comentario de Jazmín hace unos días me vas a negar que no has acariciado ese cuerpazo.
Sus labios dejaron de acariciar los míos y los llevó hacia mi cuello, dejando un rastro de besos hasta mi clavícula. Sus intenciones de quitarme la camiseta fueron interrumpidas por unos toques en la puerta.
— Maledizione «Maldición» – rompe contacto conmigo y sale de la cama, va hacia su armario y se pone un pantalón de pijama, yo me siento en la cama arreglando la camiseta.
Vuelven a tocar la puerta y Jay maldice nuevamente. — ¿Quién? – pregunta mientras se pasa las manos por el rostro.
— Lorena
¿Esa tipa no tiene nada que hacer con su vida?
Fulmino a mi novio cuando va muy tranquilo a abrir la puerta mostrando su abdomen. — Buen di... Wow – ruedo los ojos y me paso la mano por el pelo peinándolo.
— ¿Qué necesitas, Lorena? – le pregunta Jay.
— Quería ver si me podías acompañar a dar una vuelta por el centro...
— No tengo ganas de salir, ¿tal vez otro día?
¿¡Cómo que otro día!?
— Es domingo, rubio. – ¿disculpa? – ¿Te vas a quedar un domingo haciendo nada en la universidad?
La única que le dice Rubio soy yo, y bueno Elle. ¡Que hija de su madre!
— Tengo planes con mi novia, lo siento
¡Tómalo ahí, perra!
— Ah, claro... – ya vete – Eres mucho para estar con... Ella, mereces algo mejor
¿Qué dijo? Me levanté de la cama y caminé hacia la puerta, Jay maldijo por tercera vez en lo que va de la mañana.
— Repite lo que dijiste – hablo poniéndome al lado de Jay
— Lo escuchaste perfectamente, eres muy poca cosa para estar con él. Estoy cien por ciento segura que solo estas con él por la fortuna de su familia
— Escúchame bien, perra resbalosa... Tú a mi no me conoces, por lo tanto no tienes derecho de...
— Aquí la perra resbalosa eres tú – miró a Jay – si vieras como es con sus supuestos amigos, te darías cuenta de la clase de novia que tienes
— Hija de...
— Lorena, por favor. Ahorrate tus comentarios y vete ¿si? – me interrumpe Jay
— Cuando te des cuenta de lo perra que es tu novia, estaré ahí para decirte te lo dije... Eres un chico muy lindo y bueno para estar aguantando los cuernos de esta – me mira con desprecio – La palabra zorra te queda corta
Dispuesta a darle su merecido, avancé unos pasos pero Jay me rodeó la cintura con su brazo deteniéndome.
— Vete, por favor – le repite. Ella vuelve y me mira con desprecio, da media vuelta y se larga por donde mismo vino. Jay no me suelta hasta que cierra la puerta. — ¿En qué estabas pensando? – me suelta y me voltea para que lo mire. Sé que se refiere a que estaba dispuesta a arrancarle un par de dientes a la vieja esa.
— No iba a dejar que me insultara – me cruzo de brazos.
— No puedes dejarte llevar por el enojo, Angie.
— ¿Qué acaso no escuchaste lo que dijo de mi? Es tan hija de puta que se atrevió a decir que solo te quiero por el dinero de tu familia
— ¿Acaso no es así? – me pregunta con diversión en su mirada.
— Eres un... – me quedo callada sin saber que insulto decirle. Extiende sus manos tomándome de la cintura y me acerca a su cuerpo.
— ¿Un qué? – pregunta acercando su rostro al mío. De mi boca no salía nada. ¿Es en serio cerebro? Justo ahora te vienes a apagar.
Sus labios tocan los míos con suavidad y necesidad a la vez. Da una vuelta y comienza a empujarme para que camine de espaldas hacia la cama.
— Tú y yo tenemos un asunto pendiente – dice entre besos y por segunda vez nos interrumpen. Esta vez la puerta se abre y Jay maldice por cuarta vez en la mañana.
— Ups, lo siento – era su compañero de habitación y de carrera, Mario.
— ¿No ibas a casa de tus padres? – le pregunta Jay soltándome para mirar a su amigo.
— Si pero se me olvidaron unas cosas – dice caminado hacia su lado de la habitación. — Hola Angelina
— Hola Mario – murmuro. ¡Que vergüenza!
Mario se da la vuelta y me observa de pies a cabeza.
— ¿Se te perdió algo? – pregunta Jay poniéndose delante de mi obstruyendo la vista de su amigo.
No hay mucho que pueda ver, la camiseta que tengo (es de Jay, por supuesto) me cubre hasta unos centímetros más arriba de las rodillas. Podía usarla como un vestido sin problema alguno.
— Perdón... Nos vemos en la noche. ¡Adiós! – grita y por encima del hombro de mi novio veo que sale de la habitación.
Jay camina hacia la puerta y escucho como pone seguro. Luego se acerca a su mesita de noche, toma mi teléfono y lo apaga. Iba a preguntarle el por qué pero luego toma el suyo y lo apaga también.
— Ahora si... – dice caminando hacia mi, me empuja suavemente haciendo que caiga sobre su cama – ¿En qué estábamos, mi amor?
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Unbreakable Love
Romance[SIN EDITAR] A tan solo dos meses de cumplir dos años de noviazgo, la relación entre Jay Martinelli y su novia, Angelina Halstead se ve afectada por una serie de problemas, causados por varias personas aledañas a ellos. El destino pone a prueba la r...