Capítulo 39

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Nirvana se desploma en el sofá, mientras observa como Mark revisa una y otra vez cada una de las habitaciones. 

—Aquí no está —se pasa la mano por el pelo—. Voy a cambiarme. Voy a peinar la zona.

Justin se asoma justo cuando Nirvana se levanta de un salto.

—Yo voy contigo.

Él agita la cabeza.

—No, de ninguna manera.

—Es mi mejor amiga, Mark.

—Esto es cosa seria, ¿entiendes? No me voy a ir por ahí contigo. Me distraerías.

—Ya te dije que voy contigo. La conozco mejor de lo que puedes conocerla tú con su expediente. Tal vez solo quiso alejarse de Justin.

Justin frunce el ceño. Mark suspira.

— ¿Crees que se haya ido por eso?

—Está muy herida. Justin la ha lastimado. Sé que quiere alejarse de él.

Mark permanece en silencio mientras desliza los ojos por la habitación.

—No quiero que te asustes —le toma las manos—. No se fue, al menos no a voluntad.

Nirvana se pone pálida. Justin, escondido, siente algo en el estómago que comienza a dolerle.

—No es cierto —jadea ella—. ¿Por qué lo dices?

—La maleta que le preparamos sigue en la habitación. La vi hace unos minutos cuando pasé por allí.

—Espera, ¿qué…intentas decirme?

—Nirvana, la puerta de su habitación y la del ascensor estaban abiertas. 

—Se supone que nadie sabía dónde estábamos —gimoteó—. ¿Cómo llegaron hasta ella entonces?

—Recuerda que está esa mujer, la enfermera.

A Justin se le calentó la sangre.

—_________ nunca me dijo su nombre —se cubre el rostro con ambas manos—. Y ese hombre, Mark. Dijiste que hará lo que sea por tener a _________.

—Tienes que tranquilizarte. No creo que la enfermera tenga que ver con Magnus. Creo más que tenga tratos con Nate. 

—No me tranquiliza en lo más mínimo. Nate es como otro grano en el culo.

—Deberías tomarte una copa de algo. Iré a cambiarme.

—Te dije que voy contigo, y es mi puta última palabra.

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El auto se detiene cerca de una pequeña pista aérea, que tiene la pinta de llevar tiempo sin usarse. Los nervios hace mucho ya se habían escapado de ella. Lo único que se sacudía dentro de su vientre era el deseo de estrangular a Katliana. El arma apuntaba a sus costillas.

—Espero que te guste viajar en avión —le sonríe—. ¿Has ido a Colombia?

La chica agita la cabeza despacio.

—Tengo un amigo que desea verte. Nos está esperando en Colombia.

—Un hijo de puta igual que tú.

—Voy a meterte un plomazo si vuelves a insultarme —gruñe.

—Adelante. No me importa.

—Dios, me das asco. ¿De verdad te echas a morir porque un hombre no te hace caso?

La chica no le contesta. Continua mirando la pista aérea fijamente. Katliana sale del coche y en pocos segundos está parada junto a la puerta del pasajero, apuntándole con el arma.

—Baja, nena. El avión espera por nosotras.

Manos sucias. j.bDonde viven las historias. Descúbrelo ahora