Se la había vuelto costumbre despertarse antes que él, lo que le servía para prepararle el desayuno. Pero no había huevos, ni pan ni cereal. Nada. Caminó de puntillas hasta la habitación y rebuscó entre los bolsillos de los pantalones hasta que halló la tarjeta de crédito. Buscó en el cajón de la mesita de noche un papel y una pluma, donde escribió “Fui a comprar cosas para preparar el desayuno. No me tardo, te amo”.
Justin se enojaría con ella. Le tenía rotundamente prohibido salir a la calle sola, después de todo su padre seguía libre y con el mismo deseo de separarla de él. Pero no iba a tardarse. La tiendita más cerca estaba a cinco minutos. Volveria antes de que él despertara.
Camina de puntilla hasta salir de la casa. Si despertaba a Mark o a Nirvana, o en el peor de los casos a ambos, tampoco la dejarían salir. Aseguró la tarjeta de crédito en el bolsillo del pantalón y caminó en dirección a la tienda. Se frota los brazos con ambas manos. Eran las siete y treinta, estaba haciendo frío y todo le tenía puesto era un cómodo conjunto de ropa deportiva nada abrigador.
Comienza a escuchar pasos tras su espalda. Sin alarmarse, echa un vistazo disimulado hacia atrás. Pero no ve a nadie, de modo que continúa. Los pasos vuelven a escucharse, así que vuelve a voltear. Nada.
—Ya me estoy poniendo paranoica —musita para ella.
Agradece al cielo cuando al fin llega a la tienda. Adentro hace calor, lo que es gratificante. Agarra una de las canastillas y echa los huevos, el pan y un par de cosas más para preparar el desayuno. En la tarde Justin debería llevarla a hacer la compra.
Lleva las cosas a la caja, paga y se marcha con las bolsas en las manos. A la mitad del camino, el ruido de los pasos regresa. Esta vez no piensa voltear, sino que apresura el paso. Cuando va a cruzar la calle, a tan solo pasos de su casa, un coche negro la intercepta. El corazón le late a prisa cuando ve a su padre bajar de él.
—Cariño —dice él—. ¿Cuánto ha pasado?
La chica observa a tres hombres posicionarse tras ella.
—Bastante —gruñe ella.
—Estás preciosa —señala hacia el interior del coche—. ¿Damos un paseo?
—No, gracias. Tengo que reparar un desayuno.
—De seguro eso puede esperar. Entra al auto, nena.
—No.
Nate inclina un poco la cabeza y ella nota como dos hombres se acercan. Nerviosa, le lanza una patada en la rodilla a uno de ellos, que lo inmoviliza por completo. Los otros dos se acercan. Golpea a uno con la bolsa en el rostro y al otro le da un puñetazo en la nariz. Comienza a correr a toda prisa hasta la casa, pero no tarda en notar que su padre viene siguiéndola. Golpea la puerta y maldice por ser tan estúpida y olvidar la llave.
— ¡Justin! —grita con fuerza, pateando una y otra vez la puerta—. ¡Mark!
— ¡___________! —escucha gritar a Nate—. Ya es suficiente.
— ¡Justin! —vuelve a gritar.
Él la sostiene del brazo y la obliga a girarse.
—Ya nos vamos, _________. Ahora.
— ¡No!
La puerta de entrada se abre y siente como el largo brazo de Justin la envuelve por la cintura, apartándola de él. Cuando le besa la mejilla, suspirando aliviado contra su cuello, se permite respirar aliviada.
—Disculpa, Nate —le apunta con el arma plateada—. Nosotros no salimos tan temprano.
Él sonríe con amargura mientras le apunta con el arma. El corazón de la chica late con desesperada rapidez.
—He estado pensando en muchas formas de sacar a mi hija de aquí, pero sabía qué harías esto. Debí darte cuatro balazos. Tres no fueron suficientes.
— ¡Vete de aquí! —chilló ella—. ¡No me iré contigo, jamás!
— ¿Qué no entiendes que solo quiero protegerte?
—Pues lo haces muy mal, Nate. Todo lo que me pasó es por tu culpa, por intentar matar a Justin —sus ojos comienzan a humedecérseles—. Por tu culpa Magnus Stevenson abusó de mí.
Los ojos de Nate se oscurecen y el arma comienza a temblarle en la mano.
— ¿Qué? —balbucea.—Tú trataste de matarlo. Si no lo hubieras hecho, no hubiésemos tenido que escapar del hospital, yo jamás me hubiese cruzado con ese hombre en mi vida y no hubiese abusado de mí ¡Eso fue tu culpa!
Nate baja un poco el arma.
—No es cier…
La chica ve como su padre se desploma en el suelo, presionándose con la mano la herida en el brazo. Justin le suelta en la cintura y acaba desplomado también, con una herida en el brazo. La chica gira hacia el lugar de origen de la bala y lo que ve le provocan ganas de vomitar.
Magnus Stevenson le sonreía.
—Adentro, niños —dice—. Vamos por té y galletitas.
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Manos sucias. j.b
FanfictionEsta historia no me pertenece, todos los derechos a su escritora.