Capítulo 44

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Hace calor, mucha. Tal vez sea el hecho de que estaba en América del Sur. Pese al calor, siempre había una cosa que conseguía incomodarla más. El lugar donde se hallaba, por ejemplo. Era una especie de club nudista, con montones de hombres y mujeres en las esquinas teniendo sexo sin control. La chica quiso correr y huir de ahí, pero era imposible. Le romperían el cuello antes de conseguir atravesar alguna puerta. Magnus estaba a su derecha, Katliana a la izquierda. Si hubiese podido lanzarse al suelo a llorar, definitivamente lo hubiese hecho.

—Espero que te agrade mi negocio —Magnus se carcajea—. Estaremos un rato aquí.

Él le sonríe lascivo.

—Llévala a la habitación que escogí —dice.

Dos hombres sujetan a la chica del brazo, pero ella consigue zafarse. 

—Yo puedo sola —gruñe.

Magnus vuelve a sonreír, inclinando la cabeza hacia un lado para que la soltaran. La chica avanzó por unas escaleras largas de metal. Los gemidos, los grititos, comenzaban a darle asco. Se apartó lo más que pudo de los hombres que la seguían, pero ellos no le permitían hacerlo demasiado.

—El jefe tiene buen gusto —escuchó decir a uno de ellos.

La chica cierra un poco los ojos y siente el impulso, ahora mayor, de dejarse caer en el suelo y llorar. 

—Lástima que durará tan poco —le da un cachete en el trasero—. Sería placentero tenerte un rato. 

La chica cierra los ojos y golpea a uno de los hombres en el rostro.

— ¡No te atrevas a ponerme una mano encima! —grita.

El chico se pasa la mano por la boca, donde la sangre le brota lentamente. Furioso, cierra la mano en un puño y la golpea. _________ cae al suelo, emitiendo un gemido de dolor.

—Tal vez eso te enseñe algo, perra —gruñe.

Tira de ella del brazo y la obliga a ponerse en pie. La empuja, de modo que no tiene más opción que avanzar con rapidez. Cuando llega a una puerta de color rojo, es lanzada con tanta fuerza al interior que termina en el suelo.

—Disfruta de tus últimas horas, muñequita.

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Justin avanza con precaución, sosteniendo con fuerza el arma contra los muslos. Podía observar un avión y dos sujetos acomodando unas cajas dentro. Mark lo seguía en silencio, acompañado de Nirvana.

—Debemos sorprenderlos —murmura Justin—. Que no les dé tiempo ni a escapar ni a atacar.

—Entendido —Mark extiende un arma hacia Nirvana—. Ten esto, protégete.

—No sé disparar esta cosa.

—No vas a necesitar disparar, es solo precaución. No vayas a moverte de aquí.

Justin hacia una seña con la cabeza, de modo que ambos avanzan en total silencio. Caminaban agachados y todo el tiempo contra la pared, esperando el momento adecuado para dar el salto y detenerlos. Justin pudo distinguir a un sujeto de cabello oscuro. Tenía un cigarro en la boca, que mordisqueaba con sus dientes amarillos. El otro era rubio, o de un castaño claro, que también tenía un cigarro en la boca. El humo salía de sus labios como una chimenea. Observó que Mark había cruzado en silencio hacia la otra parte del hangar, esperando la señal de Justin.

Finalmente, Justin alzó la mano. Mark y él saltaron de su escondite, sorprendiendo a los dos hombres.

—No se muevan —dice Justin—. No ando de buenas. Si colaboran decentemente, prometo portarme agradable.

Los dos hombres parecían confundidos.

—Hace un par de horas salió de aquí un avión —habló Mark, apuntándoles con el arma—. ¿A dónde se fue?

Ninguno de los dos abrió la boca, lo que enfureció a Justin.

—Tengo las balas suficientes para cargármelos a los dos —gruñe—. ¿A dónde se fue?

El castaño fue el primero en hablar.

—A Colombia.

— ¿Quiénes iban en el avión?

—Dos mujeres, una de pelo negro y otra castaña.

«________», pensó Justin.

— ¿A dónde va ese avión?

—Se lo llevamos al jefe, está en Colombia.

—Me alegra, porque nos vas a llevar contigo.

Manos sucias. j.bDonde viven las historias. Descúbrelo ahora