Capítulo 5- Luz.

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Aitana

La cara de Vicente había reflejado una gran sonrisa que se borró cuando esas palabras salieron de mi boca. Dirigió su mirada tras de mí al interior de la casa, me di cuenta que Roi se había mantenido ahí, en silencio, por si ese chico mentía y solo quería molestar.

-Muchas gracias Roi –dije mirándole con una sonrisa- ya me ocupo yo.

Me la devolvió y subió de nuevo a su cuarto.

-Bueno, ¿planeas dejarme en la calle todo el domingo o puedo pasar?

Como si fuese un autómata me hice a un lado para que arrastrase su cuerpo al interior. Le enseñé el salón y la cocina en la planta de abajo, con la pequeña terraza equipada de una mesita y dos sillas que aún no había usado. Subimos a la planta de arriba, donde le expliqué que las cuatro habitaciones del ala este pertenecían a Roi, Ana, Amaia y Miriam, y continuando por el pasillo que daba al otro extremo había otras dos. Entré en la de la izquierda.

-¿Quién duerme en frente de ti? ¿Está vacía?

-No –dije extrañada por la pregunta- somos seis, esa es la habitación de Luis.

Cepeda –me regañé a mí misma –recuerda que solo pocos privilegiados le llaman por su nombre y tú no eres una de ellos.

-¿Y por qué has omitido esa información?

Me di cuenta que había explicado una por una a quién pertenecían pero al llegar a la de Cepeda simplemente la había obviado. No sabía por qué, el hecho de que durmiésemos en frente era algo que me emocionaba pero a Vicente podría no hacerlo.

-Se me habrá pasado, no tiene importancia –mentí.

Pasamos la mañana fuera, comimos en un restaurante cualquiera del centro de Madrid y paseamos por el retiro por la tarde. Fue allí, sentados en el césped donde finalmente volví a repetir la pregunta.

-¿Qué haces aquí, Vicente? Mañana empiezo las clases, y tú también.

-Ya que te niegas a volver a Barcelona, Barcelona viene a ti. No me importa perderme el primer día.

Me quedé en silencio unos minutos, y decidí volver a la carga.

-No me niego a volver. Iré de visita. Pero sólo llevo una semana aquí.

-No me has entendido –se puso serio- deberías volver para quedarte, no ser tan egoísta de estar gastando dinero de tus padres a kilómetros de ellos por un capricho absurdo, no ser tan egoísta de hacer que nos separemos mirando únicamente por ti.

Me levanté y empecé a andar de vuelta a casa. No quería volver a la eterna discusión de cada día, y mucho menos en persona. Por teléfono tenía la satisfacción de colgar cuando me cansaba e ignorar las siguientes llamadas, pero ahí me había hecho una encerrona.

Hicimos todo el trayecto en silencio. Me di cuenta que no me había hecho ilusión su sorpresa, internamente lo achacaba a que siempre supe el motivo: convencerme de que me fuese. Pero una parte de mí gritaba que no, que simplemente las cosas no eran como antes, que no me apetecía agarrarle de la mano ni escucharle hablar durante horas, que me había comido las mariposas que un día me revoloteaban al verle.

-¿No vas a presentarme a tus compañeros? –preguntó mientras introducía la llave en la cerradura –vendría bien, ya sabes, para que la próxima vez el del acento raro no me mire como si fuese un asesino en serie.

-No tiene el acento raro, es gallego, y en esta casa viven tres, a parte de una canaria y una chica de Pamplona. Así que acostúmbrate a los acentos.

Pídeme la vida. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora