Capítulo 27- Montaña rusa.

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Aitana

Miriam estaba nerviosa. Luis estaba con ella y parecía nervioso también. Ana intentaba calmarlos a ambos y yo aún no sabía qué pasaba para que todo el mundo estuviese tan tenso. Era una fiesta para celebrar.

El salón se fue llenando progresivamente de gente, gente que no conocía y otros que me sonaban de vista. Alfred y Amaia recibían a todos sonrientes y cerveza en mano. A mi derecha Roi terminaba de untar los canapés mientras yo los colocaba en las bandejas de plástico que habíamos comprado para la ocasión.

Éramos demasiados para entrar en el salón alrededor de nuestra mesa, así que decidimos colocar bandejas por todos lados y que se sirviesen ellos mismos.

-Aitana –vi a Pablo sonreírme -¿viste a Miriam? No bajó al salón aún.

-Está con Ana y Luis acabando unas cosas –mentí sin saber bien por qué –ahora mismo viene.

No pareció convencido con mi respuesta, lógico, mentía como el culo. Corrí a la terraza y abrí la puerta sin llamar, escuchando las últimas palabras de una Miriam que calló de golpe al ver mi cara.

-...claro le digo "feliz ascenso cariño, me tiré a tu mejor amigo".

Me quedé callada. Ahora entendía muchas cosas. Entendía el nerviosismo, los cuchicheos, las miradas perdidas de Miriam, las sonrisas fingidas cuando nos dábamos cuenta.

-Perdón –dije –la gente pregunta por ti en el salón Miriam.

Sonreí y deshice el camino dispuesta a comerme una bandeja entera de tortilla para calmar la ansiedad. Enterarme de golpe, viendo a Pablo allí esperando a la persona que más quería en el mundo me había dejado en shock.

La noche pasó tranquila, muchos brindis, aperitivos, cervezas, sonrisas y alguna que otra lágrima de felicidad. Una de las mejores amigas de Miriam de Galicia había bajado a darle una sorpresa y verla sonreír hizo que yo fuese un poco más feliz. Supongo que la familia no siempre comparte sangre.

El timbre sonó pasadas las doce, algunos de los invitados se habían ido ya, a seguir con la fiesta en otra parte que permitiese más ruido y más alcohol. Nadie parecía con ganas de abrir así que me separé del grupo en el que Amaia, Alfred y un chico muy majo del cual no recuerdo su nombre hablaban de música y caminé hacia la entrada.

Se había girado para irse, como si pensase que nadie abriría nuestra casa para ella, o como si se hubiese arrepentido de llamar.

-No podía fallar otra vez a Miriam –dijo con ese acento andaluz que tanto me gustaba.

La abracé lo más fuerte que pude y me quitó la cerveza para beber un buen trago. Sonreí y asintió, dispuesta a entrar.

Cepeda

Miriam se tensaba cada vez que Pablo se acercaba a ella. No entendía como él no se había dado cuenta, o quizá sí que lo sabía pero se hacía el tonto. Había intentado convencerla de que hablar esa noche no era la mejor opción. La gente había ido a disfrutar de una velada de celebración, y aquello podría acabar como el Rosario de la Aurora.

Era terca como una mula, decía que no aguantaba más aquello, poner excusas constantemente para no estar juntos, porque le quería con toda su alma pero se sentía la peor persona del mundo con un simple tacto de su piel.

En esos momentos Roi y yo hablábamos con su mejor amiga, una chica de Pontedeume con la que hablábamos de todo y nada, de casa, de hogar, de nuestra tierra. Ana volvió de la terraza y se unió a la conversación.

-¿Eres de Ourense? –me preguntó y asentí.

-Me vine a Madrid...

Paré en seco. Ana se había tensado a mi lado, rodeando mi muñeca con su mano completamente paralizada. Seguí la dirección de su mirada y me encontré con Aitana bajo el marco de la puerta, iba a preguntar qué pasaba cuando vi que no estaba sola. Mimi agarraba cabizbaja la mano de mi novia como si fuese lo único que le atase a suelo firme, no quería mirar a Ana, y la canaria no despegaba sus ojos de ella.

Pídeme la vida. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora