Capítulo 38- Pulso mente-corazón.

3.9K 152 142
                                    

Cepeda

-Luis... -la mirada en mi cara hizo que cambiase de opinión con respecto a cómo llamarme –Cepeda... te juro que no lo dije para que sonase mal, simplemente era un hecho, estabas en la ducha.

-No tendrías que haber descolgado siquiera. Es mi móvil, mi relación, mi vida y mi privacidad.

Agachó la cabeza como un animal herido. Cuando el día anterior por la mañana Aitana me había contestado no había entendido nada, ¿qué tenía que ver Carlota en todo aquello? Lo primero que pensé fue que se había enterado por ella de que compartíamos espacio en Toledo, pero cuando le enseñé el mensaje –explicándole antes que llevaba un día entero sin hablarme- me contó la realidad.

No quise hablar con ella en ese momento, ni las otras diez veces posteriores que se acercó a intentarlo. Así que ahí, en el coche de vuelta a Madrid, de vuelta a Aitana, no tuve escapatoria y me resigné a escucharla. Cada palabra que salía de su boca me sonaba vacía, carente de sentido. Quizá lo hubiese pasado por alto más sencillamente si fuese la primera vez, pero no lo era. No era la primera vez que los cimientos de mi relación se tambaleaban mínimamente por culpa de aquella morena de ojos azules.

-Lo siento muchísimo de verdad –susurró –si quieres hablo yo con ella, nos estábamos llevando bien, puedo decirle que...

-No. No te metas más, bastante has hecho ya.

Mis manos no se habían movido del sitio, pero se encogió como si en vez de palabras hubiese lanzado un puñetazo directo a su abdomen. No volvió a abrir la boca en todo el camino e internamente no encontré idioma en el que agradecerlo.

Mirando con perspectiva la parte laboral aquel fin de semana había sido impecable. Nuestro jefe se había encargado de felicitarnos, con promesas de bolos futuros en más zonas de España. Yo debería ir sonriendo, bromeando, compartiendo confidencias musicales con la chica al volante, pero no era así.

¿Por qué se comportaba de aquella manera? Era enigmática, siempre lo supe. Era alocada y divertida, y jamás pensaba las cosas antes de hacerlas. Quizá ese fue mi fallo, pensar que aquello era una virtud y que jamás podría tornarse defecto. Había sido mi mejor amiga y luego me había apartado, sabía de primeras que había dedicado palabras no tan buenas a Aitana pero luego se retractó regalándome los billetes a Galicia. Acogió a la catalana en el bar apoyándola en el concierto al que de primeras se había opuesto, ayudándola incluso con la sorpresa de mi regalo. Y ahora esto.

Y estaba enfadado con ella. Por joderlo todo, por creerse con derecho de invadir mi espacio de aquella manera. Porque no podía limitarse a ser la que fue las primeras semanas.

Pero también quería alargar mi brazo y acariciar su hombro. El mismo que llevaba tenso desde que mi voz grave había pronunciado las últimas palabras y la dureza de ellas le había helado los huesos. Quería perdonarla porque sentía una debilidad tan grande por ella que apenas llegaba a comprender.

Sacudió la cabeza y cerró los ojos fingiendo dormir, evadiendo más conversaciones complicadas, dándose tiempo para pensar lo que se le venía encima. Cómo hacerle frente, cómo explicarle a Aiti que todo aquello era una mierda.

Aitana

Una aguja taladrando sin parar mi cuerpo, a eso podía asemejarse esta situación. Tenía dos tatuajes, sabía de qué me hablaba. La sensación de notar el cosquilleo al principio y la intensidad después, sin llegar a tornarse dolor, simplemente una molestia constante.

No era opresión en el pecho, era un hormigueo que se juntaba con el ritmo acelerado de mi corazón conforme las agujas se movían en la esfera de mi muñeca, conforme el tiempo avanzaba haciéndome saber que en cualquier momento él cruzaría la puerta de entrada.

Pídeme la vida. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora