Capítulo 13- El jersey.

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Aitana

No se oía nada. Miré el reloj, era muy temprano para ser domingo. Crucé despacio el pasillo y abrí la puerta de su habitación, estaba como un cesto. De pronto una idea asomó mi cabeza, no estaba segura de si le iba a hacer mucha gracia pero le había prometido acabar las películas esta mañana y yo siempre cumplía mis promesas.

Empecé a saltar sobre la cama mientras chillaba:

-Luiiiiiiiis, Luiiiiiiis, vamos a ver las pelis poooooorfiiiiiiii.

Al principio metió un brinco por la sorpresa, me empecé a reír a carcajadas. Me miró muy serio, nunca le había visto así, ni siquiera cuando me dejé las llaves fuera y su ex novia insinuó que nos acostábamos. Paré de saltar y mi sonrisa desapareció, igual no había sido tan buena idea.

-¿Quién te crees que eres? –me fulminaba con la mirada.

Rápidamente me bajé de la cama.

-Dios, lo siento Cepeda, lo siento muchísimo de verdad.

Empecé a retroceder, no quería mirarle, no podía soportar su expresión fija en mí.

-Para –dijo, y me detuve en seco –no me has dejado terminar. ¿Quién te crees que eres para VENIR A DESPERTARME SIN MI BESO DE BUENOS DÍAS?

Conforme lo dijo comenzó a sonreír y se levantó para cargarme a su hombro y hacerme cosquillas.

-Ay ay ay para Luis –me estaba medio asfixiando de la risa –de verdad que o paras o te dejo de hablar para siempre.

Paró en seco. Estábamos muy cerca, mi cuerpo estaba atrapado por el suyo contra su cama, me miró con una sonrisa de medio lado.

-No serías capaz –me desafió.

-Prueba –contesté.

Se agachó, muy despacio. Me sudaban las manos, me puse nerviosa. Sus labios impactaron en mi frente. La mitad de mí se relajó, pero la otra mitad estaba desilusionada por el destino final de ese beso.

-Buenos días bicho, la próxima vez que me despiertes así te asesino –dijo sonriendo.

-Buenos días Pedrito, eres el ser humano más gruñón del planeta –contesté en el mismo tono.

Pasamos la mañana y parte del mediodía acabando las pelis. Decidimos comer algo rápido en casa y arreglarnos para pasar la tarde de domingo fuera, hacía un día estupendo.

-Aitanaaaaaaa –escuché que gritaba desde abajo –llevo quince minutos esperándote en la puerta como un lerdo, ¿cuánto te falta?

-Llevas quince minutos esperando, punto. Lo de lerdo lo llevas de serie –grité riendo –dame medio minuto.

Estaba parada delante de su armario. Sí, del suyo. Cuando elegí su modelito la semana pasada reparé en un jersey que me había encantado. Él se lo ponía bastante, y le quedaba genial –como todo –pero siempre había pensado que hacía juego con el verde de mis ojos, y ese me parecía el día estupendo para robárselo. Hacía buen día, pero se notaba que octubre estaba a la vuelta de la esquina, era necesario llevar una manga.


Cepeda

Estaba a punto de chillar de nuevo cuando escuché la puerta de la habitación cerrarse y unos pasos aproximarse, y la vi. Llevaba sus pantalones negros y sus inseparables botas del mismo color, con mi jersey. Mi jersey verde.

Así era Aitana. La que me despertaba a voces como una niña de tres años y luego atracaba mi armario sabiendo que no movería ni un dedo para impedírselo.

Pídeme la vida. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora