Capítulo 18- Vicente tenía razón.

4.7K 143 23
                                    

Aitana

Miraba entre la gente buscando a mis padres, pero no los veía por ningún lado. Habían quedado en venir a recogernos y dejar a Amaia y Alfred en casa de éste de camino.

-Ahí están –señaló Amaia.

Nos acercamos y mi padre me levantó en volandas fundiéndonos en un enorme abrazo, de los que abarcan ciudades enteras. Besé a mi madre quien desprendía una mezcla de ilusión y emoción destacable.

-¿Habías venido alguna vez a Barcelona, Amaia?

-Sí, mi hermano mayor estudia aquí –contestó desde el asiento central –he venido un par de veces a verle con mi familia.

Las conversaciones se sucedieron hasta que una hora después conseguí llegar a mi casa, no sabía que la había echado tanto de menos hasta que volví a respirar su olor.

-Madre mía –dije pensando en voz alta –poco más de dos meses y me parecen años.

Deshice la maleta con la poca ropa que había llevado para el fin de semana y bajé al piso de abajo.

-Van a venir a cenar los tíos –dijo mi madre -¿tienes organizado más o menos tu fin de semana para que puedas ver a todo el mundo?

Asentí.

-Mañana me dijiste que era día de familia, el sábado desayuno con Marta, quedo por la tarde con los del conservatorio y por la noche con las xulas y el domingo veré a Amaia y Alfred antes de volver.

-Mírala –se mofó mi padre –parece una agenda de organizada que se nos ha vuelto.

La noche transcurrió tranquila, tranquila pero feliz. Estar con mi familia siempre era sinónimo de felicidad. Éramos muchísimos y todo eran risas, bromas, ruido, música, hogar. Pero le echaba de menos, aunque hubiese amanecido esa mañana a su lado, me encantaría que viese todo esto, mi vida aquí.

Cuando todo el mundo se marchó me senté con mis padres en los sofás del salón, hablando de todo lo que me había perdido en el pueblo ese tiempo, de mis estudios, de lo cambiada que me notaban.

-Se te ve tan feliz, hija –mi madre contenía las lágrimas –no imaginas lo que significa para nosotros. Siento haberme opuesto a que te mudases, fue una gran decisión.

Probablemente fuese uno de las pocas ocasiones que tuviese con ambos, tranquilos, era mi oportunidad para hablar de Luis.

-Lo soy –sonreí –he conocido gente maravillosa, y me he conocido a mí misma. Aquí me sentía encerrada en mí, a expensas de los demás, manejada por todos y sin fuerzas para tomar mis propias decisiones. Pero allí... ahora todo es diferente. No fue fácil...pero lo conseguí.

-¿Te sientes arropada? –habló mi padre –por tus amigos, digo.

-Sí –asentí –os echo mucho de menos, a los titos y primos, a Marta, a mis amigas... pero tengo una nueva familia. En clase tengo a Mimi y Alfred, hemos formado una piña genial y nos ayudamos en todo. En casa... con Roi siempre me sale sonreír, Ana y Miriam son como las hermanas que nunca tuve, y hasta hacen un poco de madre.

Mi madre sonrió y me animó a seguir.

-Amaia es mi alma gemela, he encontrado en ella algo más que a una amiga. Hablo con ella sin miedo a que me juzgue, es como si hablase conmigo misma. Y bueno, luego está Luis...

Me puse nerviosa. Las palmas me sudaban. Esto podía salir o muy bien o muy mal.

-De Luis estás enamorada –afirmó mi madre.

Mis ojos se abrieron como platos, quizá iba a ser más sencillo de lo que pensaba.

-Somos tus padres, y tú creerás que somos mayores –mi padre habló mientras sonreía –pero te conocemos, Aitana. Yo también he estado enamorado y reconozco cuando alguien lo está.

Pídeme la vida. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora