Capítulo 50- Dos puertas cerradas abren cien.

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Aitana

-No puedo más –dije tirando la tarrina vacía sobre la mesa –me va a explotar la barriga.

Mi padre soltó una sonora carcajada antes de hablar.

-¿Quién se empeñó en seguir cuando nosotros propusimos parar?

-Vale, culpable –admití –creo que con 6 en una tarde está bien, podemos seguir con la lista otro día, ¿no?

Mi madre asintió acariciando mi cara.

-Estás enorme, Aitana –dijo de pronto –no me creo que vayas a cumplir diecinueve, mi pequeña...

-Jo, mamá –rodeé su cuerpo con mis brazos para hablar bajito en su oído –en el fondo sabes que siempre seré tu pequeña, no importa los años que pasen.

Estar sentada con ellos en una terraza con el estómago repleto de dulce y al borde de una hiperglucemia podría verse normal desde fuera, pero nadie sabía qué significaba para nosotros, para ellos. Ellos que habían visto cómo su hija se marchitaba progresivamente sin encontrar manera de frenarlo, ellos que habían vivido que me encerrase en mí misma sin permitirles siquiera asomarse al abismo que me rodeaba. Ellos, que vieron cómo me marché a kilómetro de casa, huyendo de lo que siempre había sido, de lo que me habían educado a ser. Ellos que aun así perdonaron todo eso sin necesidad de recibir una disculpa porque nunca llegaron a enfadarse conmigo.

-Bueno –pregunté -¿y ahora qué?

Compartieron una mirada que ocultaba demasiado a la vez que miraron su reloj sonriendo.

-Ahora –contestó mi padre –nos vamos a celebrar tu cumpleaños con la familia.

Mi desconcierto creció por segundos.

-Pero si íbamos a comer todos juntos mañana.

-Ya te dije que había cambio de planes –articuló mi madre acabando de pagar la cuenta.

Intenté adivinar por la trayectoria del coche a dónde nos dirigíamos, tarareando las canciones de la radio y recordando mi cumpleaños un año atrás. Sola en mi habitación, dejando pasar únicamente a Marta para acabar tumbadas en mi cama mirando el techo y sin pronunciar una sola palabra. Me había negado a comer tarta, a las velas, a los regalos. Me había negado a admitir que mi mayoría de edad empezaba diecisiete días después de haberle perdido.

Y ahora iba a retomar mi costumbre de rodearme de todos los que me querían, de acabar con la cabeza mareada entre tanto beso y abrazo y probablemente con un micro improvisado en la mano y peticiones de "Aitana canta algo" al aire.

Pero me faltarían ellos.

Por un momento había pensado que toda la sorpresa tenía que ver con eso, con que vendrían a verme, pero las conversaciones por el grupo entre Miriam y Roi quedando para tomar cervezas en Santiago, la foto de instagram de Mimi y Ana en Canarias y especialmente la ausencia de Luis por el trabajo me había afianzado que no.

Y qué remedio, cada uno tenía su vida y tenía que seguir adelante con ella, disfrutando la desconexión y el buen tiempo con los suyos, justo como ella iba a hacer.

El móvil vibró en su bolsillo y se apresuró a sacarlo, esperando leer de una vez su nombre en la pantalla.

Luis: ¿Te duele la barriga?

Yo: Muchísimo. Mi novio quiere matarme.

Luis: Es una buena forma de morir de todos modos, no te quejes.

Probé a tantearle, siendo totalmente consciente de que el like en mi foto no era producto de mi imaginación. Aun con esperanzas de que me dijese qué pasaba.

Pídeme la vida. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora