Capítulo 7- Deseos.

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Cepeda

Era tan fuerte y ella no se daba cuenta... había vivido un infierno, y sin embargo ahí estaba, empezando de nuevo su vida y esforzándose en regalar sonrisas a la gente.

En ese momento asintió.

-Estoy lista, arranca.

Le había hecho prometer que me obligaría a parar si se agobiaba, que iríamos andando bajo la lluvia si era necesario, cualquier cosa menos verla como hacía unos minutos.

Arranqué el coche, el trayecto a casa no era de más de 5 minutos pero me encontré rezándole a todos los dioses para que no hubiese atascos ni situaciones que pudiesen provocar algo negativo en ella. La veía tensa, miraba al frente con las manos alrededor del cinturón, como si a cada segundo quisiese cerciorarse de que seguía abrochado.

Cuando aparqué no tardó ni 10 segundos en salir y respirar hondo. Lo había conseguido.

-Luis –dijo cuando estaba a punto de abrir la puerta –me gustaría que todo lo que te he contado...pues que... agradecería que no dijeses nada. Eres la primera persona a la que le cuento todo, ni siquiera mis padres saben cuánto recuerdo del momento.

Noté que mis ojos querían encharcarse y simplemente asentí, sabiendo que si hablaba se me notaría la emoción en la voz. Me estaba mirando con los ojos más bonitos que había visto en mi vida, diciéndome que me había confiado lo más importante para ella a mí, que no soy nadie.

No era ninguna sorpresa que Aitana despertaba algo en mí que nadie había despertado en mucho tiempo, pero tenía dieciocho años, era imposible que yo sintiese nada más allá que la responsabilidad de protegerla como a una hermana pequeña. Me juré repetirme eso cada mañana.

-Dios de mi vida, ¿se puede saber dónde estaban? –preguntó Ana en cuanto entramos en el salón –les he llamado veinte veces, es muy tarde.

-Lo siento –contesté dándole un abrazo –llovía, he ido a recogerla y nos hemos entretenido.

-Os dejé algo de pasta en la cocina –comentó Miriam.

-¿Te he dicho alguna vez que eres la gallega más impresionante de la existencia y que te adoro? –sonreí mientras le alborotaba el pelo.

-Eres un pelota –dijo sacándome la lengua.

Aitana no comió conmigo, no podía obligarla. Entendía que tuviese el estómago cerrado, había sido una mañana difícil para ella.

Aitana

Las cosas fueron mejorando con el paso de los días. Tengo que reconocer que en un primer momento sentí miedo de haberle contado todo a Luis, pero no volvió a sacar el tema, ni hizo más preguntas.

Mi relación con él cada vez mejoraba más, estábamos prácticamente todo el día juntos, me picaba como le había visto hacer tantas veces con el resto, incluso sacaba una parte cariñosa en mí que nunca creí tener. Con él todo eran abrazos y besos en la cabeza.

Con el resto no fue menos, no podía parar de reír con Roi y sus ocurrencias, Miriam y Ana se habían comprometido a cuidarme como si fuese su hermana pequeña y Amaia... Amaia era especial, era mi alma gemela.

Con mis padres nada había mejorado, para colmo no dejaban de preguntarme por Vicente, tuve que acabar diciéndoles que la relación se había acabado el mismo domingo que vino. Mi padre no volvió a mentarlo, pero mi madre pareció creer que esa decisión también era incorrecta y todo había seguido igual.

Ya era jueves, y había quedado con las chicas para tomar algo al salir de la biblioteca, llegaban tarde para variar.

-Te juro que fue culpa de Amaia –escuché a Miriam a mis espaldas –sabes que yo soy la persona más puntual del mundo Aiti.

Pídeme la vida. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora