Capítulo 31- Pídeme la vida.

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Aitana

Llevaba dando vueltas en la cama toda la noche. Mirando pasar las manecillas del reloj de mi pared por todas las horas. ¿Por qué estaba tan raro? ¿Tenemos que hablar no eran las tres peores palabras en una relación? Sus ojos se empañaron de lágrimas. No podía hacerle eso, ella había ido a Madrid sin intención de relacionarse con nadie, había traicionado a Adrián por él y ahora... ¿ahora iba a dejarla?

Había escuchado cómo sus padres se levantaban, había ruido abajo y probablemente lo más sensato sería ir a desayunar con ellos, disfrutar un día más en familia. Pero a pesar de que su estómago rugiendo amenizaba el silencio de su habitación, no hacía más que desbloquear el móvil para después soltarlo de nuevo, viendo la pantalla libre de notificaciones. Libre de él.

Fue en una de esas veces que vio la fecha del calendario. 28 de diciembre. Pero no podía ser, él no sería capaz de hacerle una broma de ese calibre sabiendo que le impediría descansar y haría que se comiese la cabeza.

Abrió su conversación y le vio en línea. Se había jurado a sí misma esperar a que él hablase, pero no pudo soportarlo más.

Yo: Luis. Sé que estás despierto. ¿Puedes decirme qué pasa, por favor?

Observó cómo tras pocos segundos el doble tick que demostraba que su mensaje había sido enviado y entregado se puso azul. Ahora también había sido leído. Miró bajo el nombre, esperando encontrar un escribiendo, pero no fue así. Apareció la hora de última conexión que marcaba ese mismo minuto.

Yo: Como todo esto sea una broma de los Santos Inocentes juro que te mato, Cepeda.

De nuevo el proceso anterior. Mensaje leído e ignorado. Sus ojos se empañaron, ¿qué había hecho mal? Repasó sus vacaciones mentalmente. Habían hablado a diario, se desearon feliz navidad en nochebuena y también el día 25. Él estaba feliz de estar en casa y ella feliz porque él lo estuviese. Todo había ido bien hasta la noche anterior.

Se giró en la cama y se permitió llorar sobre la almohada. Habían discutido alguna vez, como todas las parejas, pero siempre hablaban las cosas. De primeras el orgullo de ambos se lo impedía, pero a los pocos minutos se sentaban a charlar, como personas adultas, y todo se solucionaba.

¿Quién es el crío ahora? –pensó.

Yo: Me da igual que me llames pesada, ¿quién es el puto niñato ahora? 28 años para esto.

Tiré el móvil sobre la cama, un Luis cuyo único sentimiento hacia mí era la indiferencia no era algo que estuviese en mis planes. De hecho, 24 horas antes me habría reído de cualquiera que me intentase hacer creer que eso podría llegar a pasar.

Entre los sollozos y las sorbidas de mocos le pareció intuir una pequeña vibración. Había intentado prometerse que mostraría al menos la mitad de indiferencia que él estaba dando a entender, pero la realidad es que atacó el móvil sin descanso esperando leer su nombre en la pantalla.

Y maldijo en voz alta.

Martu: ¿Te hace comer juntas?

Martu: Tengo algo importante que contarte.

Suspiró. Su mejor amiga había empezado a conocer a un chico y todo eran dramas en su vida. Al menos eso creía ella, porque la realidad era que el único impedimento eran sus miedos. Miedo a que saliese mal, miedo a que ella se mudase a Madrid si le daban la beca, miedo a sentir demasiado.

En cualquier otra ocasión los consejos de Aitana hubiesen sido "arriésgate" "lucha", pero en esos momentos solo quería matar a todos los hombres del mundo, empezando por cierto gallego de rizos oscuros y barba perfecta.

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