Capítulo 11- Y yo a ti, Pedrito.

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Aitana

Escuché ruido. Intenté incorporarme pero un fuerte dolor de cabeza me hizo volver a mi posición inicial. ¿En qué momento decidí beber anoche sabiendo lo propensa a la resaca que soy? Miré hacia el lado y le vi profundamente dormido, con una mano rodeándome.

Seguía escuchando voces, como si alguien estuviese discutiendo en la planta de abajo. El reloj marcaba las 11 de la mañana, había dormido tres míseras horas. Me había decidido a levantarme y ver qué pasaba cuando sonaron pisadas muy fuertes subiendo las escaleras, a los dos segundos la puerta de la habitación se abrió de par en par dejando entrar la luz y deslumbrándome.

A mi lado Luis se despertó sobresaltado por el golpe.

Podría definir ese momento como uno de los más incómodos de mi vida. En la puerta estaba Vicente, escoltado a cada lado por mis padres. Detrás de ellos vi a Ana y Miriam pidiendo disculpas en silencio, solo con el gesto de su cara. A mi lado estaba él, todavía medio dormido y sin entender bien qué pasaba, intercalaba la mirada entre la puerta y yo mientras despacio fue retirando su mano de mi cuerpo.

Y luego estaba yo, que en ese momento quería que la tierra me tragase. Me levanté rápidamente cuando mi cuerpo reaccionó, intentando ignorar el dolor de cabeza y casi cayendo de bruces al tropezarme con las sábanas. Esto no mejoró nada, porque hizo que Cepeda se desarropase y su cuerpo quedase al descubierto, únicamente en calzoncillos.

-Mamá...papá... qué... ¿qué hacéis aquí? –estaba como un tomate –no me habíais dicho que veníais.

Sus caras eran neutras. En la de mi padre se intuía asombro, pero nada podía leerse en la expresión de la mujer que me dio la vida. A Vicente intenté no mirarle, pero su cara era todo ira.

-¿Crees que sería posible hablar en un sitio donde la gente esté medianamente vestida? –la voz de mi madre sonaba fría como el hielo –TU habitación por ejemplo.

Recalcó la primera palabra de forma notoria. Miré a Luis, se había puesto serio y no apartaba la vista de Vicente, el último dio un paso al frente.

-Estoy flipando contigo, Aitana. Una semana, ¿en serio? ¿Discutimos hace una semana y ya estás con este –lo dijo con desprecio –en la cama?

Avanzó otro paso más hacia mí, estaba congelada, sin saber qué decir. No me di cuenta de que se movía, al segundo vi a Cepeda entre ambos, habló muy despacio.

-No te acerques ni un centímetro más a ella –su voz era una advertencia.

Mis padres seguían en la puerta, mirando la escena y probablemente pensando cosas muy equivocadas sobre todo. Tenía que explicarles que nada era como parecía, que aquí la mala no era yo, tenía que limpiar la imagen de Luis porque estaba claro que Vicente los había traído a posta. Después del mensaje que recibió Cepeda anoche no me cabía ninguna duda.

Me abrí hueco desde detrás de su cuerpo y me puse frente a él, ignorando a mi ya ex novio y a mi familia, ahora sólo quería que entendiese que estaría bien, pero le necesitaba al margen.

Le acaricié la cara y me besó la cabeza. Sabía que eso haría que se malinterpretase todo mucho más, pero me daba igual.

Ya en mi habitación pedí a mis padres hablar a solas con ellos, Vicente esperaría fuera.

-Es mi mejor amigo, como mi hermano mayor. No ha habido un solo segundo en Madrid que no haya cuidado de mí, me ha antepuesto a todo en su vida. Sin ir más lejos anoche me acompañó andando porque es el único que sabe que no puedo montar en coche –lo explicaba muy rápido, como si así supiese que me creían –bueno...de hecho he podido hacerlo, pero sólo con él.

Pídeme la vida. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora