Capítulo 30- Tenemos que hablar.

4K 137 47
                                    

Aitana

Llevaba quince minutos abrazada a él, o veinte. Quizá rozaba los treinta a esas alturas. No quería irme, no podía soltarle, así como si nada.

Despedirme de Amaia, Ana, Miriam, Mimi y Roi había sido duro, incluso aunque fuesen dos semanas –dos semanas y dos días recalcó una voz en mi cabeza. Él volaría más tarde a Ourense por trabajo, pero en lo que a mí respectaba, mi vuelo salía en media hora y sin embargo me jugaría la vida en ese momento por poder quedarme entre sus brazos.

-Reina –dijo susurrando contra mi pelo –tienes que irte ya, Alfred te está esperando dentro.

Había obligado a mi amigo a cruzar el control de seguridad y seguro estaría sentado, con su guitarra al hombro esperando que yo apareciese en la puerta de embarque.

-Son sólo dos semanas Aiti, sobrevivirás –me sonrió quitando hierro al asunto y yo fruncí el ceño –no me mires con esa cara que sabes que te voy a echar de menos cada minuto de cada día, idiota.

Atrapó las lágrimas que había intentado contener.

-No me llores por favor –volvió a enterrar mi cara en su pecho –no me hagas esto.

Mi móvil no paraba de vibrar, sabía que era Alfred sin necesidad de desbloquearlo. Luis también pareció advertirlo porque me separó de él. Sentí un vacío recorrerme la espina dorsal, como cada vez que se alejaba de mí. Ahora me tocaba enfrentarme al mayor tiempo separados. ¿Y si se olvidaba de mí? ¿Y si se daba cuenta de que soy una pesada empedernida y decidía mudarse de casa? ¿O de ciudad?

Exagerada –me dije a mí misma.

-Te quiero mucho –le dije rodeando su cuello –prométeme que vamos a hablar todos los días.

-Te lo prometo –besó mi nariz –y ahora tira, que vas a perder el avión y bastante caldeada tengo a tu madre para darle más motivos de que me asesine.

Sabía que bromeaba, dos días atrás los vi abrazarse en mitad de la calle y mi corazón tintineó. No sabía qué habían hablado ni a qué se debía ese gesto, pero eran mis dos mundos colisionando y demostrándome que por una vez en la vida algo podría salirme bien.

-Puedo contarle cómo nos despedimos anoche si quieres –bromeé.

-Si quieres quedarte soltera y que tu madre vaya a la cárcel...

Me hizo reír, como siempre conseguía. Le besé, más profundamente. Un beso que prometía llamadas a deshora, muchas más navidades separados y otras tantas juntos. Prometía seguir siendo hogar a la vuelta, ser el mayor regalo del otro.

Apoyó su frente en la mía, luego la besó.

-Te quiero pequeña.

No sé cómo conseguí separarme de él, ni cómo crucé el control mientras le veía allí parado, dándome con la mano y con una sonrisa en la cara. Creía haber visto que restregaba sus ojos, pero seguro eran imaginaciones mías, un Luis llorando como un bebé en pleno Barajas no era algo habitual.

Cepeda

En cuanto se dio la vuelta las lágrimas amenazaron con salir. No sabía qué sería de mí en esas dos semanas, lo que tenía claro era que fuese en Madrid o en Galicia iba a echar de menos su cuerpo a mi lado cada noche, despeinar su flequillo, escuchar su risa y sus tonterías. A ella en general.

Volví a casa y me senté en el sofá. Nunca pensé que se pudiese escuchar el silencio, pero esa vez juro que pude. Una casa de dos plantas, seis habitaciones, seis baños, un salón, una cocina y una terraza. Para mí.

Pídeme la vida. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora