Capítulo 45- Nuestras guerras.

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Cepeda

Llevaba toda la tarde metido entre esas cuatro paredes y cada vez parecían estrecharse más y más. Habían abordado el mismo tema de mil formas diferentes, sabiendo que me mantendría firme en mis palabras y condiciones e intentando persuadirme a toda costa.

-Cepeda –la voz de mi superior sonaba derrotada –no es cuestión de capricho, necesitamos que Carlota vuelva al bar.

Volví a rodar los ojos y me preparé para repetir mis palabras una vez más, como un autómata.

-Os he dicho lo que lo entiendo, tengo oídos y sé que es buena. Simplemente no entiendo qué tiene que ver conmigo todo esto.

-¡Tiene que ver mucho Luis! Se fue por ti, fuisteis mejores amigos, luego pareja, en realidad nadie os entendió mucho. Pero de pronto se va y tú vuelves con la chiquita esa. No hay que ser muy hábil para entenderlo.

Respiré profundo. "Están intentando llevarte al límite" "No estalles Luis, céntrate" "Respira, son buena gente, solo hacen negocios".

-Mirad, no voy a hablar con ella. Si lo que os preocupa es un ambiente desagradable si vuelve ya os digo que no va a ser así, soy suficientemente profesional para tratarla como una compañera de trabajo sin más. Pero yo no voy a interceder en que regrese, porque no es lo que quiero.

Por sus miradas y su expresión derrotada supe que este asalto había finalizado. Por ahora. Conocía demasiado a aquellos hombres para saber que buscarían nuevas vías de acceder a mí para suplicarme que ayudase en el proceso.

Una de las mejores cantautoras que teníamos se había ido al extranjero, necesitaban suplir esa baja, pero desafortunadamente consideraban que nadie estaría a la altura. Nadie que no fuese Carlota.

Encendí el cigarro antes incluso de pisar la calle y agradecí el calor de mediados de mayo que envolvía la ciudad. Miré el reloj, me habían consumido toda la tarde para nada. Fue al desbloquear el móvil cuando vi las llamadas perdidas, no podía significar nada bueno.


Aitana

Volví a rasgar las cuerdas de la guitarra una vez más y me di por vencida.

-¡Menuda mierda! –grité soltando el instrumento sobre la colcha –es que soy nefasta.

-Aiti... -su voz sonó como un reproche.

-Qué.

¿Sabes esos momentos en los que eres plenamente consciente de que te estás comportando como una cría pero no quieres ni puedes parar? Pues ese era uno de ellos. Quizá pasaba principalmente porque no estaba segura de que todo aquel esfuerzo mereciese la pena al final.

Para qué iba a esforzarme durante semanas en aprender a tocar decentemente la guitarra si cuando llegase la ceremonia me iba a atragantar con mi propia saliva, me iban a temblar las manos y lo más probable es que me cayese de culo en el altar.

-Estás siendo demasiado dura contigo misma, enana –la gallega me acarició el pelo –empezaste hace nada y te salen prácticamente todos los acordes perfectos. El resto es práctica para coger soltura.

-Además –añadió Marta con humor en la voz –yo estaré allí ese día y te daré apoyo moral.

Llevaban más de una hora sentadas a lo largo de mi habitación, escuchando cada desafine, cada dedo mal colocado haciendo que un gato maullando desconsolado sonase mejor que aquel instrumento. Todo habían sido palabras de apoyo hacia mí, pero cuando en ese momento Amaia empezó a tararear mientras acariciaba las cuerdas y deslizaba su mano por el mástil supe que lo mío estaba en el subsuelo si se comparaba.

Pídeme la vida. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora