Capítulo 49- Te quiero de aquí a la Luna.

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Aitana

-¿Hablamos a la noche mejor? Estoy bastante cansado y pensé en echarme un rato.

-Claro –dije conteniendo las lágrimas –no te preocupes, descansa.

-Gracias pequeña, te quiero.

Y colgó. Sin darme posibilidad de contestar, sin darme tregua a gritarle de nuevo por estar tan raro, por no ser él, por llevar tan bien que nos separasen tantos kilómetros. Me dejé caer sobre la cama y permití que mis ojos dejasen escapar el agua salada que contenían. Necesitaba verle la cara, necesitaba leer sus facciones, interpretar sus gestos. Estaba cansada de escuchar su voz distorsionada por el teléfono, de saberle solo en Madrid y ver cómo cada día se alejaba más de mí a pesar de no moverse.

¿Sería por Carlota? No quería pensar en eso, él había estado normal cuando ella volvió a EnClave, quizá algo más agobiado por la presión de sus superiores pero nunca diferente. Aunque todo había cambiado la noche que se presentó en casa, y algo dentro de mí sabía que tenía que ver con la mentira que le soltó. La chica había dicho que Luis no volvería a EnClave por ahora, pero ¿hasta cuándo no volvía? Él la había interrumpido sin miramientos impidiendo terminar esa frase, y no había vuelto a nombrar el tema. ¿Por qué solo ella veía eso raro?

Se despejó dejando correr todos aquellos pensamientos en la ducha y centrándose en elegir la ropa para esa noche. Cuando diesen las doce en punto cumpliría diecinueve, y su vida había cambiado tanto que en el interior sentía haber envejecido muchísimo más.

Los golpes en la puerta hicieron que se apresurase a abrir, dejando pasar a su madre, totalmente arreglada. Estaba preciosa.

-Hala –exclamé –pero si es muy temprano, ¿qué haces lista ya?

Sonrió ampliamente dando una vuelta sobre sí misma para que admirase su modelito. Iba entera de blanco, con un vestido largo y unos zapatos a juego.

-Hay cambio de planes –volvió a enseñar su dentadura –tienes que ponerte esto y nos vamos en media hora.

Miré el reloj, eran las cinco de la tarde. Mi cara pasó de la confusión al enfado haciendo que frunciese el ceño.

-Odio las sorpresas mamá, no me hagas esto.

Miré tras ella a mi padre que apareció sonriendo con la misma cara de bobo que su mujer. También había elegido ropa del mismo color, y supe que al abrir la bolsa que me acababan de tender encontraría algo parecido.

Me resigné y volví a cerrar la puerta cuando la curiosidad era demasiado grande como para seguir quejándome.


Cepeda

Estaba seguro de que si alguien me viese en ese momento pensaría que estaba loco. No solo por cómo iba vestido, que también, sino porque estar parado gritando improperios al móvil en mitad de una gasolinera en Zaragoza no era muy habitual de ver.

Volví a pulsar el botón de llamada al mismo número que las ocho veces anteriores. Nada.

-¡DIOS! –grité mirando el reloj –la mato. Yo la mato.

Probé una novena rezando a los astros para que cogiese el móvil de una vez.

-Cepeda –escuché al otro lado –perdón perdón, lo siento muchísimo.

-Amaia Romero –recalqué cada sílaba –te quiero en menos de dos minutos aquí porque me encantaría decirte que no estoy de los nervios ¡pero lo estoy!

Pídeme la vida. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora