Epílogo.

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3 AÑOS DESPUÉS

Aitana

-No me gusta, me veo rara, a mí esto en la tienda me quedaba mejor de verdad.

Volví a repasar mi cuerpo de abajo a arriba, parando en el flequillo que parecía demasiado largo, el pelo liso demasiado simple, el maquillaje excesivo.

-Estás preciosa Aiti, deja de decir tonterías.

Miré a Amaia sentada sobre mi cama, con la expresión tranquila y segura de sí misma. Recuerdo el día que las tornas estaban cambiadas, el día que yo ayudé a preparar su pelo y retocar su maquillaje. La única diferencia era que donde en mí todo eran nervios e histeria, en ella habían sido ganas de comer, hasta el punto de tener que ponerle un babero improvisado porque se negaba a salir de casa con esa hambre.

Negué con la cabeza de nuevo mientras miraba mi reflejo. ¿Podía estar saliendo el día más complicado? Para otros igual exageraba, para Aitana Ocaña, la chica que todo lo planea con antelación, esto era una tremenda mierda.

-¿Y si me caigo al subir las escaleras? Porque me voy a caer delante de toda la clase y toda la familia de la clase y me harán fotos y entonces seré el hazmerreír el último día que tengo con ellos y claro...

-Chica pero respira –la gallega tomó asiento junto a Amaia –estás tan guapa.

-Jo -respiré profundo –gracias. Estoy nerviosa.

Ambas asintieron y pasaron poco más de diez segundos cuando la mano de Miriam estaba en mi espalda y mi cabeza en su hombro.

-Llegará a tiempo –susurró –lo sabes tan bien como yo.

Forcé a mis comisuras a elevarse y sonreí a Roi que parecía una estatua en la puerta.

-¿Se te puede ver? Esto no es como en las bodas que está prohibido, ¿no?

-Este es tonto, eso es para el novio solo.

Esta vez la carcajada salió sola al ver la cara del chico mirando a su novia embobado, mientras ella maldecía internamente el haber vuelto a caer en uno de sus piques.

-Estás increíble chiquitina –mostró toda su dentadura –a uno que yo me sé le va a dar un infarto al verte.

El timbre sonó anunciando la hora. La hora de coger el bolso y salir a recibir a Marta que había quedado en recogernos. Recogernos para ir al lugar reservado para el acto, porque por fin había conseguido cumplir el sueño que un día no apunté en la lista porque me dije a mí misma que era posible. Y lo era, porque pocas horas después tendría el título de criminóloga en la mano.

Claro que el hecho de que el vuelo de mis padres se hubiese cancelado y el único disponible llegase una hora antes del evento no ayudaba a calmar el acelerado pulso del momento, y tampoco que él no estuviese a mi lado caminando en ese preciso instante.

Cuando entró en la habitación semanas antes cabizbajo supe en su cara que algo malo pasaba, y así era.

-¿No hay posibilidad de cambiarlo? –pregunté.

-No reina. Ya tuvimos que suspenderlo una vez por lluvia, no puedo hacerles eso.

-Vale –suspiré- lo entiendo. Pero llegarás a tiempo, ¿verdad?

No me había contestado, se limitó a besarme y hacerme saber por medio de aquel vaivén de lenguas que jamás se perdería el primer final del comienzo que hice hacía ya cuatro años.

-¿Por qué andas como un autómata? –escuché a Marta a mi izquierda –vas a graduarte monito, no a la guerra.

Recordé el día que lo hizo ella, me habían dolido las manos de aplaudir cuando subió a colocarse la beca. Me había estallado el corazón de orgullo. En esa ocasión tampoco hizo falta que preguntase más, porque así era yo, expresiva como yo sola. Y así era la gente que me rodeaba, perspicaz como solo podían serlo ellos.

Pídeme la vida. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora