Capítulo 26- Sí, quiero.

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Aitana

Saltó a mis brazos llorando mientras yo dejaba escapar las lágrimas que hasta ahora habían estado contenidas por la presión.

-Te lo dije –susurré acariciando su pelo.

-Buah menos mal.

Después de una charla de aproximadamente veinte minutos sobre lo irresponsable que había sido y que esperaba que el susto le sirviese de lección, decidimos celebrarlo con cerveza. Mucha cerveza. Toneladas.

Choqué con un cuerpo al bajar las escaleras.

-¿Dónde van las dos locas de la casa? –los ojos de Miriam brillaban.

-A celebrar –contestó Amaia.

-¿A celebrar el qué?

-La vida –sonrió –bueno, o la no vida.

La cara de la gallega era de confusión total. Yo rodé los ojos, aunque por dentro también quería saltar de alegría, al menos el agua volvía a su cauce poco a poco.

-No entendí nada, pero tengo un motivo mejor para celebrar –juraría que su sonrisa podría servir de faro en el mar.

No quiso contarnos nada, nos obligó a caminar junto a ella por un amasijo de calles hasta que pudimos visualizar a los otros tres a través de la cristalera del bar. El hecho de que quisiese anunciar su gran noticia –aunque no supiese qué era –con Ana delante hizo que la esperanza ocupase parte de mí. Esperanza de que todo se arreglase.

Me acerqué a abrazar a Luis por la espalda, llevaba todo el día sin verle. Me besó ochocientas veces por toda la cara, se sintieron pocas.

-Bueno –dijo Roi –dejad ya el ñoñeo que me pongo celoso.

Cepeda le guiñó un ojo mientras le acariciaba el pelo.

-Tontorrón, si yo solo te quiero a ti.

Miré a Ana. Sonreía levemente, parecía que entre todo su caos las bromas de sus medio hermanos le alegraban la vida, mínimamente.

-Bueno que os calléis –Amaia volvía ser ella -¿qué es eso tan importante Miriam?

-Pues... -empezó –ME HAN COGIDO COMO VOCALISTA EN UN GRUPO, DEJO LA TIENDA POR FIN.

Los siguientes minutos fueron como un soplo de aire fresco en medio del calor asfixiante de verano, un poco de blanco en el borrón negro de ese fin de semana. Abrazos, besos, más abrazos, lágrimas, gritos. El camarero pidiendo silencio, Amaia disculpándose roja, carcajadas. Miriam rodeando a Ana que lloraba, no sé si de alegría o de tristeza.

Sonreí. Sonreí como sonríes cuando pasa lo que esperabas en el final de tu serie favorita, cuando adivinas quién es el asesino del libro, como sonríes cuando tus hermanas mayores dejan de lado todo para luchar por su amistad.

-Esto hay que celebrarlo –dijo la canaria al separarse –por todo lo alto.

Cinco cervezas después, o seis, ahora no estoy segura, volvimos a casa. Me creería que mis padres nos escuchasen desde Barcelona, vivía con miedo a que nos tirasen un vaso de agua desde alguna ventana. Lunes a las doce y media de la noche y nosotros celebrando todo y nada.

Cepeda

-¿Se puede saber qué haces llamándome a las diez de la mañana? –pregunté aún dormido –cerramos a las cuatro, Carlota.

-Cállate pesado –noté que sacaba la lengua incluso sin ver su cara –me ha llamado el boss, que tenemos que enviar las maquetas YA.

Me incorporé en la cama de un salto, despertando a Aitana conmigo. Pedí disculpas con un gesto instándola a seguir durmiendo y me fui a mi habitación.

Pídeme la vida. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora