Capítulo 43- Extremadura.

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Aitana

Mi habitación parecía una leonera. Lo que más odiaba de los viajes eran las maletas, tener que hacerlas y sobre todo perder tiempo en deshacerlas. Pero había descubierto que existía algo peor: las mudanzas. Lo descubrí cuando vine a Madrid y tuve que acomodarme en aquel sitio, pero ahora todas mis pertenencias habían crecido, fruto de lo que mis padres trajeron después y de todo lo que había comprado nuevo en aquellos meses.

Cuando hace dos me marché con Marta volví a revivir la sensación de fastidio, pero esa vez la acompañaba la necesidad de salir de allí, de volar lejos de esas cuatro paredes que recordaban cada susurro en mi oído con su barba haciéndome cosquillas en el lóbulo de la oreja.

Y de nuevo lo experimentaba. El día del cumpleaños de Mimi volví a casa con ellos, desperté en mi cama con ese habitáculo adornado únicamente con las sábanas que dejé puestas, como marcando territorio, como promesa a mis amigos y esperanza en mi interior de que algún día ese volvería a ser mi lugar. Y así fue.

Pero la tarde de domingo se basó en cajas, ropa, adornos, cuadros con fotos y una Marta refunfuñando cada diez minutos por el cansancio, motivo por el cual no habíamos terminado y la alfombra aún parecía un laberinto de trastos pidiendo a gritos ocupar su lugar.

Solté el bolso de clase sobre la cama y masajeé mis ojos, había sido una mañana de mierda en la universidad. Me hice un sándwich improvisado y continué con la tarea del día anterior, aunque esta vez sin ningún tipo de ayuda.

Supongo que perdí la noción del tiempo entre el aviso de Ana de bajar a comer y mi negativa a la propuesta y el momento actual.

-Ey, me acaban de decir que no bajaste a comer, ¿estás bien?

Sonreí y me incorporé para dejar un beso en sus labios antes de continuar colocando los libros en la pequeña balda que colgué al llegar.

-Sí, es que comí algo al venir de clase y se me quitó el apetito. De todos modos quería acabar este infierno, odio el desorden.

Se agachó y me ayudó con la tarea, prolongando el silencio varios minutos. No era incómodo, nunca lo fueron al principio, pero esta vez notaba que de su boca querían salir mil cosas que jamás lo llegarían a hacer.

-Y bien –lo rompí -¿me explicas el plan de la tarde?

Negó haciendo que ese pequeño hoyuelo saliese en su cara al elevar las comisuras y forcé un puchero.

-Jo Luis, no seas así.

Soltó una carcajada y acarició mi pelo revolviendo el flequillo y llevándose una mirada asesina implícita como respuesta.

-La paciencia es una gran virtud, pequeña.

Cepeda

Medité la posibilidad de tapar sus ojos durante el trayecto, pero era demasiado largo y solo conseguiría que se enfurruñase y muy probablemente que acabase mareada por la oscuridad. Conduje con la radio en medio repiqueteando y su voz sobre ella en varias canciones que amaba. De vez en cuando notaba su mirada asesina puesta en mí, que se acrecentaba con mi sonrisita de superioridad.

-¡Deja de hacer eso! –dijo elevando su voz -¡me pones de los nervios!

Acrecenté el gesto y le hice una mueca.

-Te pongo a secas.

Me llevé un golpe en el brazo por el comentario que me hizo sonreír aún más.

-No ya en serio, esta carretera es antigua y no he oído hablar de ella en mi vida, ¿no me irás a secuestrar no? Porque no creo que sea lo más adecuado si te digo la verdad...

Pídeme la vida. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora