Capítulo 29- El concierto.

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Aitana

Tardé varios minutos en diferenciar que los golpes en la puerta no eran en mi sueño. Abrí un ojo y pude escucharla susurrar mi nombre. Me revolví haciendo que Luis se despertase.

-Aitana voy a abrir –escuché.

No me dio tiempo a decirle que no, la luz del pasillo penetró en la habitación recortando la figura de Amaia bajo el marco de la puerta. Me tapé hasta arriba con la sábana, no por pudor, al fin y al cabo no era la primera vez que la chica me veía como me trajeron al mundo. Mi intención era hacerle entender que el chico estaba exactamente igual que yo. Le arropé rápidamente mientras seguía medio dormido.

-Ay qué horror –se giró hablando de espaldas –lo siento lo siento lo siento.

Cepeda rió a mi lado, sentándose en la cama con las mantas en su cintura.

-Puedes girarte Amaia, no pasa nada.

-Solo vengo a deciros que tus padres están abajo haciendo el desayuno y que tu madre está extraña porque no he dejado que suba a llamarte.

Abrí mucho los ojos y me levanté corriendo al baño.

-Hala, ahí, al natural –dijo la de Pamplona.

-Ninguno de los dos os vais a sorprender.

Me puse el pijama corriendo y peiné mi flequillo con mis manos. Tiré de la mano de mi amiga y antes de salir miré a mi novio.

-Mueve el culo, petardo.

-Me da miedo tu madre –escuché mientras se tapaba con la almohada.

Rodé los ojos aun sabiendo que no podía verme y bajé a la planta de abajo.

Estaban ya en el salón, con la mesa puesta y el olor de comida recién hecha impregnando cada rincón. Olía a huevos y bacon, a tostadas, a zumo de naranja y a café.

-Buenos días –sonreí -¿cómo habéis llegado tan pronto? Pensé que nos veíamos después.

Mi padre dio un trago del café con una sonrisa de medio lado que no acababa de entender y contestó.

-Tu madre, que quería darte una sorpresa de buena mañana. Desde anoche quería venir de hecho –rió.

Rodé los ojos y me senté junto a Ana frente a la mujer que me dio la vida.

-Mamá –dije aguantando la risa -¿de verdad?

-Déjame, macho –parecía una niña pequeña –yo no llevo bien estas cosas, que a una le crecen los hijos y no se da cuenta.

Mis compañeros no acababan de entender nada, pero tampoco hicieron preguntas. Desayunamos entre risas, era increíble cómo todos se sentían a gusto con mi familia allí, en lugar de incómodos ante la presencia de adultos.

-Aiti, ¿y Cepeda?

-Pues no sé la verdad –miré a Roi –le he dicho que se diese prisa pero ya sabes cómo es.

-Estará cansado, como para no –miré a Amaia y le di un pisotón.

Mi madre se atragantó con el zumo mientras la chica me pedía disculpas en todos los idiomas que sabía. El resto parecía divertirse.

-Buenos días –le escuché entrar –que aproveche.

Se sentó junto a mi padre y me miró sonriendo. Dios, cómo podía ser tan guapo y yo no acabar de asimilarlo. Le miré embobada.

-¿De qué hablabais que os callasteis de pronto? –preguntó.

-De nada –dijo mi madre seria –de nada.

Pídeme la vida. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora