CAPITULO DOCE

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Después de ir a la cafetería y pasar mi agotadora tarde trabajado, volví a mi pequeño departamento para cenar y descansar. Ya que no puede traer nada de la tienda pedí pizza a domicilio.

Estaba en el sofá, viendo la pequeña televisión, cuando el timbre sonó.

Corrí a la puerta deseando que fuera el repartidor, cuando la abrí lo confirmé.

El me entregó la cena, y yo le di el dinero. Un intercambio justo de nuestra bien estructurada sociedad moderna.

El pelinegro venia subiendo las escaleras cuando el repartidor se retiraba. Me miró con una ceja levantada y una sonrisa burlona.

— ¿Pizza?

Asentí algo nerviosa.

— Siempre me lo he preguntado — mencionó deteniéndose frente a mi — Mencionaste que toda tu vida has sido atendida por tus empleados.

Seguí asintiendo, temiendo por su pregunta.

— Pero ahora tu estas viviendo sola...

Asentí nuevamente, desviando un poco la vista de él.

— ¿Sabes cocinar?

Dudé un poco antes de responder.

— No — Murmuré.

El soltó un pequeña risa.

— Todo este tiempo tu... — su pausa le permitió señalar la caja frente a mi — ¿Has comido pizza?

Me quedé quieta con mi mirada fija en él sin ninguna expresión facial.

— ¿Solo pizza?

Volvió a preguntar y yo negué.

—¿Que mas comes? — se acomodó en su posición cambiando de pierna y metiendo las manos en sus bolsillos, inclinó un poco su cabeza y me miró expectante.

El ya no se mostraba burlesco sino mas bien confundido.

El sol ya casi caía por completo así que las farolas iluminaban el pasillo tenuemente.

— Sándwich — Murmuré mas insegura de lo que pretendía, y la única razón era...

¡Realmente moría de vergüenza!

Giró su cabeza un poco y me miró con esa expresión de "¿Eso es todo?"

Y la verdad es que si, era todo. No podía darme el lujo de ordenar a domicilio algo muy caro, simplemente no me alcanzaría el dinero para hacerlo toda los días, y en la cafetería solo vendían por las tardes, a parte de los postres, sándwich...

Así que solo podía alimentarme de eso, comer cereal o pan.

¡Odio la vida!

Realmente es lo mas vergonzoso que le puede pasar a una princesa.

De repente el solo sonrió. Después de los largos segundos que pasamos en un incómodo silencio.

— Tampoco he cenado aun...

— Mal por ti — Murmuré dando un paso hacia atrás. Dispuesta a correr a esconderme.

— ¿Por que no me invitas a comer pizza?

— No — respondí rápidamente.

Y el secreto era:

La pizza no podía acabarmela yo sola, así que guardaba en la nevera para la mañana siguiente.

Pero sin duda, no podía decirlo en voz alta.

Una princesa no comía comida del día anterior.

— No te la acabaras tu sola ¿o si?

¡No La Traten Como Princesa!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora