CAPITULO TREINTA Y NUEVE

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― Debe ser muy malo si no caminas con el mentón en alto.

Subí la mirada hasta él. Sus ojos verdes brillaban con la luz blanca del vestíbulo, sus cejas se levantaban por su expresión de preocupación y pude distinguir algo de tristeza.

― No fue nada.

Murmure acortando la distancia, hasta quedar frente a él en la escalera, dude un segundo antes de sentarme también.

― No luces nada bien.

Le miré sería, no mostraba mi típica sonrisa y brillante. Me sentía algo... horrible, por lo que había pasado.

― Luces hermosa, pero no tanto como siempre. Eso quiero decir.

Y una pequeña sonrisa apareció.

El se movió un poco para alejarse de mí.

Fingi no darme cuenta.

― Tu casa el linda ― después de varios largos segundos en silencio intentó cambiar el ánimo ― Es tal y como me imaginaba el palacio.

―  ¿No es demacido moderno?

― Eso es bueno, no queremos quedarnos en la era medieval.

― Aún así, usamos coronas ¿no es eso muy antiguo?

― Creo que le da significado ― aún con la conversación, mantenía su vista en los detalles arquitectónicos de la casa ― ¿Tienes coronas?

― ¿Quieres verlas? ― pregute con una sonrisa.

Me miró y asintió.

Me levante de las escaleras y le indique que hiciera lo mismo.

Subí algunos escalones antes de voltear a verlo.

― Subamos.

Nos dirigimos a mi habitación.

Cuando abrí la puerta el soltó una risa y miraba asombrado todo.

Mi habitación era la segunda más grande en la casa, la primera desde luego era la de los reyes.

Esta fue de mi padre cuando era príncipe y se volvió mía cuando nací, aquellos colores azules y grises fueron remplazado por rosas, morados y azules pastel con destellos de dorado.

El armario se lleno de flores, listones y olanes. Y una gran cantidad de coronas.

La lámpara colgante de cristal reflejaba en las paredes pequeños destellos blancos como su fuese bañado en brillos.

Atravesé la habitación para abrir las puertas corredizas del armario.

― Es como un mundo de algodon de azúcar y caramelos.

Abrí el gabinete de coronas, cuando el pasó la puerta no fue lo primero que vio, su vista se dirigió a todas partes de forma veloz.

― Es una habitación llena de ropa.

Reí.

El se acercó a las coronas y las vio con su permanente asombro.

― Pruebate una.

― ¿Cuál?

El las vio unos segundos, como si fuera la desicion más importante hasta ahora y señaló una de oro blanco con incrusyaciones de diamante negro. Era una corona oscura que me habían regalado Alex en mi cumpleaños como una broma.

Sabía que no usaba ese color, pero decía que yo era un princesa cruel.

― Se vería genial con la ropa que compramos.

¡No La Traten Como Princesa!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora