❥ Capítulo 27

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Carolina se despertó desorientada.

La habitación estaba a oscuras, pero algo le dijo que era por la mañana, no de noche. Se dio la vuelta y se encontró mirando fijamente una pared llena de cuadros dignos de un museo, un recordatorio de dónde estaba y cómo había pasado la noche.

El lado de Agustín estaba vacío, aunque se había quedado dormida con él a su lado. Alargó el brazo hacia la lámpara de la mesilla de noche y la encendió para orientarse. Las cortinas hacían que resultara difícil saber qué hora era, pero tenía la sensación de que iba a llegar tarde al trabajo. Entonces vio un trozo de papel doblado sobre la almohada de Agustín. Lo cogió.

Hermosa Carolina:

Espero que hayas dormido bien.

Cuando estés lista, reúnete conmigo en el salón para desayunar.

El baño está a la izquierda. Encontrarás toallas limpias y una bata.

J.

Ella se levantó de la cama. A pesar de que estaba sola, su desnudez la cohibió. Agustín había insistido en que durmiera desnuda y, aunque ella había protestado diciendo que nunca sería capaz de dormir profundamente sin llevar nada encima, la intensidad de la noche la había dejado agotada y se había sumido en un profundo sueño en cuanto apoyó la cabeza en la almohada.

Se metió en el baño y cerró la puerta con pestillo. Como había esperado, todo estaba inmaculado y era elegante y moderno, lleno de espejos y mármol negro. Había una bañera grande y una ducha de baldosas blancas rodeada por una mampara de cristal.

Como le había dicho él, detrás de la puerta había colgados un camisón y una bata a juego de La Perla. Sobre un banco negro, encontró un cepillo de dientes aún sin abrir, una pila de suaves toallas negras y una bandeja de plata llena de productos Kiehl y Molton Brown.

Se cepilló los dientes y se lavó la cara con un jabón de soja. Tenía el pelo revuelto, el flequillo torcido y supo que lo que realmente necesitaba era una ducha.

Abrió la puerta de cristal. No se parecía a ninguna otra ducha en la que hubiera estado nunca. La alcachofa colgaba sobre el centro de la cabina, perfectamente redonda y plana como una crep. Cuando abrió el agua, cayó como si fuera lluvia.

Encontró champú en el estante. Supo que, si buscaba por el baño, probablemente daría con una maquinilla de afeitar, pero no quería entretenerse demasiado. Cuando se enjabonó el cuerpo, sus manos se demoraron en los pechos y entre las piernas, donde se frotó con delicadeza. Se sentía dolorida, pero era un dolor que acogió con agrado.

Su cuerpo era como un nuevo amigo desconocido. Quién habría dicho que podría darle tanto placer a ella misma y a otra persona. Pensar en Agustín hizo que la recorriera un delicioso estremecimiento. Cerró los ojos y visualizó su miembro y una intensa sensación la embargó cuando se dio cuenta de que lo había tenido en su interior.

Por supuesto, hacía tiempo que imaginaba cómo sería practicar sexo por primera vez. Pero ahora se daba cuenta de lo ingenuas y limitadas que habían sido sus fantasías. ¿Cómo podría haber imaginado el olor de su piel, el modo en que sentía su boca en los pechos, la presión de las manos detrás de ella cuando la guio hacia su miembro o cómo se abriría su cuerpo para él como si le estuviera ofreciendo alimento tras una huelga de hambre...?

Cerró el agua. Aquello era una locura. Tenía que volver a la realidad. No tenía ni idea de qué hora era y tenía que pasar por casa antes de ir a trabajar, porque la única ropa que tenía era el vestido negro que había llevado en el Nurse Bettie.

Se secó con la toalla, se peinó y se arregló el flequillo. Cogió el camisón de La Perla y vio que aún llevaba la etiqueta. La arrancó y se lo puso. La tela tenía un tacto tan suave que era como si le acariciara la piel. Y se dio cuenta de que se transparentaba. Se puso la fina bata encima y se la ató a la cintura. Finalmente, se miró en el espejo y por primera vez en su vida se sintió verdaderamente hermosa.

-Buenos días -la saludó Agustín con una sonrisa.

Llevaba unos vaqueros oscuros y una camisa blanca con las mangas dobladas por encima de las fuertes muñecas. Tenía el pelo mojado y los ojos brillantes y retadores, como siempre.

Lo encontró sentado a una larga mesa de desayuno. Era estrecha y negra y brillaba como si la cubriera una capa de hielo. Él estaba en un extremo, con un portátil, rodeado por platos de bollos, fruta fresca, magdalenas y una jarra de café. Le sirvió una taza cuando se sentó frente a él.

-Esto está... muy bien -comentó ella, sintiéndose repentinamente cohibida-. Pero llego muy tarde al trabajo. Tengo que irme -afirmó.

-Ya he llamado a Sloan -le anunció.

-¿Que tú qué?

-Le he dicho a Sloan que hoy no irías porque íbamos a trabajar fuera del despacho.

-No tienes derecho a hacer eso. ¿No has pensado que quizá yo quiera ir a trabajar?

-Tú no tienes derecho a querer nada. Te has portado mal, muy mal, y tienes que ser castigada.

A la luz del día, esa conversación parecía mucho menos razonable que a las once de la noche.

-Esto no es un juego -protestó Carolina mientras dejaba la taza de café en la mesa.

-Tienes razón. Hablo totalmente en serio. La cuestión es ¿y tú? -le preguntó enfadado.

-¿Qué se supone que significa eso?

-¿Cómo pudiste no decirme que eras virgen? -Ella se sonrojó.

-Lo siento, pero no parecía que fuera el momento adecuado. Quiero decir, me sentía estúpida soltándolo así sin más.

-Nunca te habría follado de ese modo si lo hubiera sabido. -Ella no se podía creer que fuera tan arrogante.

-Cómo y cuándo me follan, como tú lo llamas, no es decisión tuya -replicó.

-Si se te da tan bien tomar esa decisión, ¿por qué no la tomaste antes? Si hubieras tenido confianza para elegir por ti misma, ya lo habrías hecho. Pero tienes miedo. Yo te enseñaré a no tener miedo. Si me dejas.

A ella le sorprendió sentir que los ojos se le habían llenado de lágrimas.

-No pasa nada, Carolina -la tranquilizó él-. Te resultará agradable dejar que yo asuma el control. Tú no tienes que pensar en nada. No tienes que tratar de entenderlo. No tienes que pensar qué es lo correcto. Ríndete a mí y verás cómo te gusta.

El aire se le quedó atascado en la garganta.

-Ahora come algo -le ordenó Agustín -. Necesitas recuperar fuerzas.



¿Me cuentan que tal les fue esta semana? Díganme que fue lo que más les gustó. LAS LEO SIEMPRE

Las amooo💛

- Anhel. 🌻

 🌻

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❥ La Bibliotecaria • Aguslina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora