- Ú L T I M O S C A P Í T U L O S -
Caminaron por la avenida Madison cogidos de la mano. Pasaron junto a Barneys, Calvin Klein y Tod's. Carolina se colocó bien la bolsa de Gaultier sobre el hombro.—Podrías haber comprado el vestido sin haberme hecho venir —comentó. Agustín la miró como si hubiera hecho una sugerencia atroz.
—¿Sin que tú te lo probaras primero?
—Eso nunca solía detenerte antes —replicó ella.
—Vale, ahí me has pillado. Sólo quería una excusa para verte.
—Pero ¡si me he ido de tu apartamento esta mañana!
—Exacto —afirmó él —. Ha transcurrido demasiado tiempo.
Carolina sonrió y negó con la cabeza. Las mujeres que pasaban miraban a Agustín y luego a ella. Carolina nunca sabía si la gente lo reconocía por las revistas y las webs de cotilleo o si simplemente lo consideraban guapo; tal vez la imagen de dos personas locamente enamoradas bastaba para llamar la atención.
—¿Estás seguro de que es buena idea que vaya a la gala? —preguntó—. Sloan se va a poner hecha una fiera.
—La verdad es que no podría importarme menos lo que Sloan piense y tampoco debería importarte a ti. El único motivo por el que no le he dicho exactamente lo que pienso respecto a que te despidiera es porque me rogaste que no lo hiciera.
—Me sentiré incómoda —insistió. Agustín se detuvo y la miró.
—No será así. Tú tienes tanto derecho a estar ahí como cualquier otro. Trabajaste en ese premio y deberías vivirlo.
Carolina sabía que tenía razón, no debería importarle lo que Sloan pensara. Ya no trabajaba para ella. Aparecer en la gala podría ser la mejor forma de dejar ese episodio atrás.
—Por otro lado —continuó Agustín mientras le rodeaba el rostro con las manos y la besaba en la boca—. Yo tengo que ir. Presentaré al primer nominado. Y si yo voy, tú vas; quiero que estés a mi lado. Siempre.
Profundizó el beso y Carolina pegó su cuerpo al suyo. Entonces supo exactamente por qué la gente se los quedaba mirando.
La regia belleza diurna de la biblioteca se transformaba de noche en algo diferente. La Sala Astor, iluminada suavemente por unos candelabros de reminiscencia romana, era un majestuoso espacio de mármol blanco y espectaculares sombras. Carolina apenas la reconoció, preparada con mesas redondas formalmente arregladas para los doscientos cincuenta invitados, como el lugar que había atravesado a diario. Cogida del brazo de Agustín, se dijo que no debería sentirse incómoda por estar allí. No era la misma mujer que había subido la escalera con los ojos abiertos como platos en su primer día de trabajo. En algunos aspectos, ni siquiera era la misma mujer que Sloan había despedido hacía dos semanas. Con cada día que pasaba, el amor de Agustín —y ahora sabía que era amor más profunda y claramente de lo que jamás había sabido nada— estaba ayudando a moldear una nueva versión de sí misma que nunca había soñado que pudiera existir.
—Estos eventos son mucho más tolerables cuando te saltas la hora del cóctel—le comentó él, guiñándole un ojo.
Con su esmoquin negro, era toda una aparición, la personificación de la belleza masculina. Carolina le sonrió. Gracias a los Louboutin que llevaba, casi le llegaba al nivel de los ojos. Sin embargo, Agustín no tuvo ningún problema en besarle el pelo, que era lo que estaba haciendo cuando un fotógrafo de la revista New York les hizo una foto. La atención de los medios la sorprendió, pero intentó ocultar su reacción.
—Será mejor que te acostumbres —le dijo Agustín, pero ella no tenía ni idea de qué había querido decir con eso.
Sin duda, allí habría objetivos más valiosos para los fotógrafos. Justo en el otro extremo de la estancia, vio a un grupo de jóvenes famosos de Manhattan, el actor Ethan Hawke (mono y vagamente desaliñado, pero más mayor en apariencia de lo que ella había creído), Julianne Moore (deslumbrante con un vestido de seda color amatista) y Adam Levine, el cantante de Maroon Five. Con su chaqueta de esmoquin y los tatuajes tapados parecía un chico normal de Nueva York. Lo único que indicaba su estatus de estrella era la esbelta pelirroja que llevaba cogida del brazo, a la que Carolina reconoció del anuncio de ropa interior Calvin Klein en una valla de Times Square.
Agradeció que Agustín la hubiera convencido de que se pusiera el espectacular vestido Gaultier. Si se hubiera puesto algo inferior, se habría sentido como el patito feo entre los cisnes.
Por costumbre, sus dedos tocaron el colgante con el pequeño candado de oro que llevaba bajo el cuello de encaje. Recorrió la estancia discretamente con la vista, preguntándose cuándo se encontraría con Sloan y temiendo que llegara el momento. Pero en lugar de ver a su Némesis, quedó encantada al descubrir a Margaret, que estaba charlando con uno de los nominados al premio y que estaba muy elegante con un vestido negro largo y un impresionante collar de grandes perlas al cuello.
Vio a Carolina casi al mismo tiempo que ella y se excusó para acercarse.
—Qué sorpresa tan agradable —exclamó Margaret.
—Creí que dijiste que no vendrías —comentó ella, a la vez que apoyaba una mano en el hombro de la mujer.
—Oh, había planeado no hacerlo. Pero en vista de mi retiro, van a darme una especie de premio y habría sido de mal gusto no aparecer. —Se volvió hacia James y le dedicó una cálida sonrisa—. ¿Cómo estás, Agustín? Como siempre tan elegante... y cada año que pasa te pareces más a tu madre. Sé que estaría muy orgullosa de tu trabajo aquí.
Carolina apretó la mano de él, preocupada por cómo se tomaría el comentario. Pero le bastó lanzar una mirada a su rostro para ver que, lejos de disgustarle, esas palabras lo habían hecho ruborizarse de felicidad.
—Ahora, si me disculpáis —se excusó Margaret—, aún tengo que encontrar a un camarero que me ofrezca una copa de vino blanco en vez de algún ridículo cóctel.
Carolina oyó una voz familiar que la llamaba.
—¡Kope! —Se volvió y vio a Mike, que se acercaba con su acompañante, una joven muy delgada, con el brazo cubierto de tatuajes y el pelo rapado.
Carolina la reconoció, era la duendecilla mensajera.
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❥ La Bibliotecaria • Aguslina.
Fiksi Penggemar❥ Meterse a la historia para conocer la sinopsis. ❥ HISTORIA ADAPTADA.