❥ Capítulo 25

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En silencio, subieron en el ascensor privado hasta el apartamento de Agustín. Apenas le había hablado desde que habían salido del Nurse Bettie. Fuera del bar, los esperaba el coche con el chófer. Agustín le sostuvo la puerta y luego se acomodó a su lado sin decir nada. Parecía tenso y enfadado y Carolina se mostró reacia a preguntarle por qué estaba tan furioso.

En esos momentos, en el apartamento, siguió sintiendo las gélidas vibraciones.

—Sígueme —le ordenó, mientras se dirigía al fondo de la vivienda sin siquiera mirarla. Ella lo siguió torpemente con los zapatos de tacón sobre el duro suelo de madera.

Agustín la guio más allá de la primera pared de fotografías; cuando pasaron las eróticas, llegaron a una zona que Carolina no había visto en su primera visita. Después del pasillo, el apartamento se dividía en dos estancias. Ella hizo ademán de asomarse a una, pero él cerró la puerta rápidamente.

—Por aquí —le indicó y abrió otra puerta.

Carolina entró y vio que era su dormitorio.
Las paredes eran de un intenso verde militar, la inmensa cama estaba enmarcada por una robusta madera oscura. Un lado de la habitación estaba cubierto por unos ventanales que ocupaban toda la pared y daban al río Hudson. Otra pared estaba llena de pinturas; reconoció unas cuantas porque las había visto en los libros de texto de la facultad. Y dudaba que fueran láminas.

Le resultaba familiar una en particular, un hermoso cuadro de Marc Chagall de una mujer cabalgando sobre un caballo azul. Un hombre montaba detrás de ella y le rodeaba la cintura con los brazos. El rostro de él estaba medio oculto tras los brazos levantados de la mujer. La parte de arriba del vestido rojo de ella le caía por debajo de los pechos, dejándolos expuestos.

Curiosamente, no había ninguna fotografía en las paredes. Agustín le dio a un interruptor y una pesada y oscura cortina cubrió los ventanales. Carolina se estremeció con un repentino escalofrío. Entonces, él se volvió hacia ella.

—¿Quién era el tipo con el que has salido esta noche?

—Yo no he salido con nadie. He salido con mi compañera de piso y allí hemos conocido a esos dos chicos...

Agustín levantó una mano para silenciarla, como si sólo escuchar eso ya fuera una afrenta.

—Este vestido era para que lo llevaras sólo conmigo, sólo para mí. Así que ahora quiero que me lo devuelvas. Quítatelo.

A esas alturas, Carolina sabía que no bromeaba, que no lo había oído mal y que únicamente podía hacer una cosa.

Con manos temblorosas, echó los brazos hacia atrás y se bajó la cremallera. Agustín la miraba con gran intensidad y muy serio, y ella comprendió que el acto de quitarse el vestido estaba cargado de un gran significado.

Estremeciéndose con timidez, dejó que la prenda cayera al suelo. Allí de pie, delante de Agustín, con el sujetador GAP blanco y las sencillas bragas de algodón, se sintió avergonzada. Entonces pensó en cómo la había tocado la última vez que se habían visto y sintió una intensa palpitación entre las piernas.

—Eres preciosa, Carolina—afirmó él, mientras le recorría el cuerpo de arriba abajo con la mirada—. Pero sabes que no puedes llevar ese sujetador y esas bragas viejos conmigo. Por favor, quítatelos también.

El corazón empezó a latirle con fuerza y sintió las palmas resbaladizas de sudor. Le costó soltarse el cierre del sujetador, que se había abrochado y desabrochado infinidad de veces y, durante un minuto, no supo si sería capaz de quitárselo. Pero finalmente lo logró y lo dejó caer al suelo.

Sentía los ojos de Agustín sobre ella, pero no pudo soportar mirarlo. Intentando pensar que estaba sola en su propia habitación, se deslizó las bragas por las caderas y los tobillos y se las quitó.

—Tu cuerpo me pone tan duro... —afirmó él.

Carolina se ruborizó tanto que incluso sintió que le hormigueaba el rostro. El corazón le martilleaba con fuerza en el pecho y se preguntó si sería posible sufrir un ataque al corazón por pura vergüenza.

—Túmbate en la cama —le ordenó.

Carolina se volvió para mirar la enorme cama, preguntándose cómo podría subirse a ella sin ofrecerle una clara imagen de su trasero desnudo.

Agustín vio su vacilación y, como si le leyera la mente, se movió a su alrededor hasta quedar justo detrás de ella.

—Ve —la instó.

Sin ningún lugar donde esconderse, Carolina obedeció.

—Boca abajo —le ordenó.

Carolina siguió sus órdenes, hundió el rostro en el hueco del brazo con el trasero expuesto hacia él. Al cabo de unos segundos sin oír nada, se volvió para mirar qué estaba haciendo.

—No te muevas —le dijo Agustín en voz baja. Ella volvió a esconder la cara.
Pasaron unos minutos más sin que sucediera nada. Carolina volvió a darse la vuelta. Esa vez, él le respondió dándole una palmada en el culo.

—¡Ah! —exclamó ella.

—Te he dicho que no te des la vuelta —le advirtió con voz paciente, como si hablara con un niño indisciplinado.

Carolina se quedó totalmente quieta, preparándose para otro golpe. Pasó más rato y nada.

Lo oyó moverse por la estancia. Luego, la cama se hundió bajo su peso.

—Abre las piernas —le ordenó.

Obedeció y pasaron más segundos agónicos sin ningún movimiento. Finalmente, sintió que Agustín le acariciaba el trasero en el punto donde la había golpeado. Deslizó la mano entre sus piernas y sumergió el dedo en su interior. Notó cómo se humedecía y entonces retiró el dedo y lo volvió a introducir dentro y fuera, hasta que unas intensas chispas de placer saltaron en su interior.

—Date la vuelta —le dijo al mismo tiempo que retiraba la mano.

Carolina sintió la ausencia de su contacto, la vagina le palpitaba. No había espacio para la vergüenza en su desbocada mente cuando los ojos de Agustín le recorrieron el cuerpo. Se fijó en que llevaba la camisa desabrochada y que una erección tensaba la tela de sus pantalones negros.

Disfruten bellas personitas de la tierra...💛

- Anhel. 🌻

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❥ La Bibliotecaria • Aguslina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora