❥ Capítulo 35

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—Agustín —gimió y lo cogió del pelo.

Abrió aún más las piernas y levantó la pelvis. Estaba siendo descarada y no le importó. Él movió la lengua sobre ella, provocativa, liviana como las alas de una mariposa. Carolina clavó los talones en la cama. Justo cuando le parecía que no podría soportarlo más, le hundió la lengua en su interior.

—Sí —exclamó ella y se pegó a su boca, moviéndose con él mientras la follaba con la lengua.

Cuando le acarició el clítoris con el pulgar, el placer la atravesó con fuerza, tan intenso que compitió con el dolor del látigo. Sintió que todo su cuerpo se tensaba, luego la liberación con el explosivo orgasmo casi la hizo derretirse.

—Date la vuelta —le ordenó y, una vez estuvo boca abajo, la hizo ponerse de rodillas, a cuatro patas.

Le acarició el culo con la palma de la mano y luego se lo abrió. Carolina se resistió al impulso de preguntarle qué estaba haciendo y entonces él dijo:

—Voy a follarte por aquí.

—¿Por dónde? —preguntó ella.

Entonces oyó que cogía el condón y algo más. Agustín se puso el preservativo y empezó a untarle el ano con algo frío, como gelatina. Iba a decirle que no era buena idea, que no funcionaría, pero como con todo lo demás que le había hecho, se dijo que seguiría hasta donde le fuera posible sin detenerlo.

—Relájate —le dijo él y Carolina se repitió mentalmente la orden.

Sintió la presión de su miembro, que casi se abría paso a la fuerza por donde estaba segura de que no podría avanzar. De algún modo, su cuerpo, que apenas había dejado de vibrar por el orgasmo, resultó sorprendentemente flexible. Estaba dentro de ella y era raro, pero no insoportable. No sabía lo profundamente que se había introducido y tuvo miedo de preguntar por si la respuesta era que aún no había acabado. Porque sentía que no podría soportar más. Y, sin embargo, el miembro de él siguió avanzando siempre muy despacio. Agustín deslizó la mano hacia adelante para acariciarle el sexo y entonces su cuerpo le permitió avanzar más.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Sí.

Empezó a moverse rítmicamente en su interior, con delicadeza. La sensación era extraña, ni buena ni mala. Era como si su cuerpo estuviera confuso, atrapado entre señales de placer y dolor. Con cada embestida, con cada segundo que pasaba, sentía que podría ir hacia una dirección o hacia la otra. Pero de algún modo, los calculados movimientos de Agustín la mantuvieron ahí, justo en el centro de las dos sensaciones opuestas. Placer, dolor, placer... hasta que le acarició el sexo con la mano para asegurarse de que la balanza caía en la dirección adecuada.

—Carolina... —susurró y entonces emitió un sonido que no le había oído hasta ese momento y la embistió con más fuerza.

Ella se mordió el labio, diciéndose que no iría más rápido. Pero lo hizo y justo cuando había alcanzado su límite, Agustín gritó y, aunque no sintió su orgasmo del mismo modo que lo sentía normalmente, percibió la intensidad de su liberación. Salió de su interior despacio y los dos se quedaron tumbados boca arriba, uno al lado del otro, respirando con dificultad.

—No había planeado hacer esto —reconoció—. Pero al verte... Te deseo tanto... Lo deseo todo de ti, de todas las formas posibles. Y siento que no lo consigo nunca. Nunca siento que tengo suficiente.

—Lo dices como si fuera algo malo —replicó Carolina, mientras pensaba que ella también se sentía como si nunca tuviera bastante de él.

—No es malo —comentó—. Es que no es a lo que estoy acostumbrado.

❥ La Bibliotecaria • Aguslina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora