❥ Capítulo 10

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—¿Cómo va el mundo bibliotecario? —preguntó Derek, mientras metía la mano en el paquete de galletas Oreo de Carolina y se comía dos a la vez.

Ella miró a Valentina para que reprendiera a su novio, pero su compañera de piso estaba distraída, sentada en el banco de la cocina, pintándose las uñas de los pies de un verde fluorescente.

—Bien —le contestó Carolina a Derek mientras abría la nevera y sacaba los espaguetis que habían sobrado de la cena la noche anterior.

—¿Algún otro encuentro con alguien desnudo? —insistió Valentina.

—No —contestó ella.

—¿Finalmente se lo dijiste a tu jefa? —se interesó Derek. Carolina metió el plato de pasta en el microondas.

—No, no le dije nada.

—¿Has dejado que el pervertido siga por ahí suelto? —exclamó Valentina con regocijo.

Ella se encogió de hombros.

—No sé si es realmente un pervertido. Estaba en una sala privada y resulta que es una sala que su familia donó o algo así.

Se dirigió a la mesa del comedor y apartó la última pila de revistas de moda de Valentina.

—Eh, no puedes dejarnos así después de hacer ese extraño comentario — protestó su compañera, mientras entraba caminando con los talones y con los dedos de los pies separados.

Derek la seguía.

—¿Qué quieres decir con que su familia donó la sala? ¿Cómo se llama?

—No quiero decíroslo —contestó Carolina. Valentina se rió.

—¿Por qué no? ¿Al fin tienes algo interesante que decir y nos lo vas a ocultar?

—Lo publicarás en Twitter o en un blog o lo que sea que hagas.

—No lo haré —replicó la otra chica—. Lo prometo. Tu pervertido amiguito de la biblioteca será nuestro pequeño secreto. No saldrá de esta habitación. ¿De acuerdo, Derek?

—De acuerdo —asintió él.

Carolina vaciló un momento, pero su necesidad de confiar en alguien superó a su prudencia.

—Agustín Bernasconi —espetó.

—¿Qué pasa con él? —preguntó Valentina.

—Ése es el tipo.

Valentina apartó una silla de la mesa y se dejó caer en ella con los ojos como platos.

—Me tomas el pelo.

—En absoluto. ¿Por qué? ¿Lo conoces?

Derek se acercó. Era evidente que estaba muy interesado en la respuesta a esa pregunta. Valentina cogió una revista W de la pila y pasó las páginas apresuradamente. Al no encontrar lo que buscaba, cogió otra. Entonces lo encontró y plantó la revista delante de la cara de Carolina. Le estaba mostrando una foto en blanco y negro de una mujer con un vestido sin espalda, inclinada hacia adelante, con la columna arqueada. Las manos le llegaban a los pies y tocaban los elegantes zapatos de tacón de aguja.

—¿Quién es? —preguntó Carolina, extrañamente asustada porque Valentina pudiera responderle que era la novia de Bernasconi.

Aunque ¿qué importaría? Pero en vez de eso, su compañera le señaló la letra pequeña impresa debajo de la imagen: Fotografía: Agustín Bernasconi.

Le costó un minuto asimilarlo.

—Déjame ver eso. —Cogió la revista y pasó una página, luego otra.

La fotografía que Valentina le había enseñado era la primera de todo un reportaje de Agustín .

—Es un tipo muy importante en este campo —explicó la chica—. Cuando publicó por primera vez fotos en las revistas, la gente pensó que era un aficionado, por todo el dinero que tiene y eso. Pero acalló todas las críticas con fotos como éstas.

Carolina dejó la revista sobre la mesa.

—Bueno, me alegro por él. Pero eso no le da derecho a usar la biblioteca como su patio de recreo personal.

Valentina suspiró.

—Relájate, chica. Deberías reconocer un gran momento de Nueva York cuando lo tienes delante de las narices.

—O cuando te planta su culo desnudo en la cara —bromeó Derek.

Se rieron y Carolina removió los espaguetis en el plato. Cansada de ser el blanco de sus mordaces bromas, finalmente preguntó:

—¿Qué me sugerís que haga?

Valentina le puso una mano en el brazo.

—Tómatelo a broma. ¿Sabes cómo hacerlo, Carolina?

(***)

Por la mañana, se encontró una pila de novelas sobre su escritorio, todas publicadas recientemente y todas con buenas críticas. Dos de ellas ya las había leído. En la parte de arriba del montón había una nota en un post-it azul:

Disfruté con nuestra conversación de ayer sobre ficción, aunque terminó demasiado repentinamente. Me gustaría continuarla esta noche durante la cena. Te recogeré frente a la biblioteca a las seis.

Carolina miró rápidamente a su alrededor, como si la hubieran pillado haciendo algo malo, y se metió la nota en el bolso.

—¿Qué pasa, Kopelioff? ¿Te pagan con libros gratis? —le preguntó Michael.

—No —respondió ella, mientras dejaba los libros a un lado—. Tengo que leer algunas cosas para el jurado del premio de ficción.

—Ah, pues tienes una cosa más. Un tipo ha dejado esto para ti.

Mike le entregó un gran libro ilustrado, con una morena bastante ligera de ropa en la cubierta. Llevaba el flequillo corto y su estilo le recordó a la mujer del espectáculo de burlesque. El título del libro era Bettie Page: Una historia fotográfica. El nombre le resultaba familiar.

Dio la vuelta al libro. No pertenecía a la biblioteca.

—Espera, ¿qué es esto? —le preguntó a Mike. El chico se encogió de hombros.
—Pensaba que quizá habías decidido investigar un poco por tu cuenta.

Y entonces Carolina recordó que Mike le había dicho que llevaba el mismo corte de pelo que Bettie Page. Hojeó el libro. Todas las fotografías, en blanco y negro, eran de la impresionante morena en varias fases de desnudo; algunas demasiado extrañas y sexuales para mirarlas sin sonrojarse. A mitad del libro había una página marcada con un pequeño sobre blanco. La foto en ella reproducida era una imagen en blanco y negro de Bettie Page sentada en el respaldo de un sofá de aspecto normal. El pelo le caía hasta los hombros en suaves ondas y llevaba unos guantes negros hasta el codo, un corsé negro, medias de red sujetas con ligueros y zapatos de tacón como mínimo de diez centímetros.

Dentro del sobre había una pequeña tarjeta blanca como las que normalmente acompañan las flores. Con la misma letra prieta y pulcra del post-it de las novelas, ponía: Tus deberes para casa.

Volvió a meter la tarjeta en el sobre y miró a su alrededor para asegurarse de que nadie la estaba mirando. Entonces se dio cuenta de que la cita para cenar con Agustín Bernasconi no era una invitación. Era una orden.

❥ La Bibliotecaria • Aguslina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora