Aun así, hizo lo que le ordenaba. Se quedó de pie frente al sofá, con el vestido arrugado sujeto por encima de las caderas. Miró a todas partes menos a él, aunque podía sentir sus ojos fijos en ella y su propia excitación.
Agustín alargó el brazo y la acarició entre las piernas, apenas rozándole el vello. Su mano se movió despacio y le tocó el clítoris con el pulgar. Carolina tomó una brusca inspiración y luego sintió los dedos de él sumergiéndose en su interior.
—Estás mojada —afirmó—. Sabía que lo estarías.
Ella gimió y las piernas casi se le doblaron. Su dedo se deslizaba dentro y fuera. Se aferró a él y Agustín, rápidamente, le rodeó la cintura con un brazo para sostenerla, mientras aumentaba la presión en su palpitante centro.
Carolina sintió que sus piernas se abrían para él, que hundía el dedo más profundamente hasta alcanzar un punto que la hizo jadear. Agustín retrocedió rápidamente y volvió a acariciárselo una vez más antes de salir de su interior para trazar lentos círculos alrededor del clítoris.
—No —gimió ella reclinándose sobre él.
Sintió su rostro contra el suyo y cómo le susurraba «chist» al oído tan bajito que podría haberlo imaginado. Sus dedos siguieron con esa danza de contacto y distancia, dentro y fuera, hasta que sintió una creciente presión que acabó en un estallido de placer que la hizo gritar.
Se sintió avergonzada por el sonido que emitió, algo animal y completamente desconocido para ella. Sintió que su sexo se convulsionaba alrededor de la mano de él, que siguió moviéndose al mismo ritmo que los espasmos, hasta que su cuerpo se estremeció y se quedó inmóvil.
Volvió a guiarla hasta el sofá y Carolina se tumbó con todo el cuerpo tembloroso. Era la primera vez que tenía un orgasmo con un hombre. Algo que siempre se había preguntado cómo sería y si le podría suceder teniendo a alguien al lado al fin tenía respuesta.
Agustín se quedó sentado a su lado. Para sorpresa de Carolina, se inclinó y le quitó los zapatos. Luego le acarició el pelo. Ella cerró los ojos, demasiado avergonzada para mirarlo. Al cabo de un minuto, cuando sintió que volvía a respirar con normalidad y la palpitación entre sus piernas cesó, se incorporó y dijo:
—Debería irme.
De repente, sólo deseaba estar sola en su habitación para poder procesar todo aquello.
—Quédate —le dijo Agustín empujando su rostro hacia el suyo para obligarla a mirarlo.
Era tan guapo que eso hacía que le fuera aún más difícil pensar en la lascivia con la que se había comportado delante de él. Había perdido el control de sí misma y cuanto antes se fuera de allí e intentar encontrarle un sentido a todo aquello, mejor.
—Es tarde —insistió, mientras volvía a ponerse los zapatos y se movía con dificultad por la estancia, buscando el bolso.
Agustín se lo dio.
—Te llevaré. Deja que coja la chaqueta.
—No —contestó ella—. No hace falta. Quiero estar sola.
Dicho eso, dio media vuelta y se marchó.
(***)
Carolina entró a escondidas el vaso de Starbucks en la biblioteca. No podía creer que estuviera incumpliendo una norma tan importante al entrar una bebida a la Sala Principal de Lectura, pero sólo así podría pasar la mañana.
Apenas había dormido unas pocas horas y cada una de ellas se había visto interrumpida por extraños, e incluso violentos, sueños sexuales. De vez en cuando, se despertaba empapada en sudor, con la mano dentro de las braguitas.
Intentó descartar los recuerdos de sus sueños y todos los pensamientos de la noche anterior, pero la velada se aferraba a ella como un aroma.
Las caricias de Agustín le habían dejado el cuerpo y la mente agudizados. Se sentía exquisitamente sensible a todo: sonidos, luz... incluso sabores. Se fijó por primera vez en la terrosidad del café de la mañana y en cómo cada sorbo acababa en un toque dulce, como el chocolate negro.
Cuando se acercó a su mesa, vio que tenía una caja blanca encima. La observó con más atención y reconoció el inconfundible logo de Apple.
—¿Qué demonios?
Levantó la tapa y descubrió una funda de cartón en el interior. De ella sacó un iPhone nuevo de última generación. Y un pequeño sobre blanco. Lo abrió.
Querida Carolina:
Supongo que llegaste a casa bien anoche.
La próxima vez que salgas corriendo así, por favor, como mínimo, mándame un mensaje informándome de que estás bien. O, mejor aún, te llamaré a este teléfono para comprobarlo por mí mismo.
Sí, este teléfono es tuyo, pero sólo para usarlo entre nosotros dos. Quiero que te lo quedes y lo lleves siempre contigo y encendido.
A.
Por lo visto se las había arreglado para conocer al que era probablemente el único hombre en el planeta que al día siguiente enviaba iPhones en vez de flores.
—¿Qué pasa, Kope? —preguntó Mike, sobresaltándola.
—Nada —respondió—. ¿Sabes cómo van estas cosas? —Le entregó el iPhone.
—Sé respirar, ¿no? —dijo él, al tiempo que apretaba un botón. El logo blanco de Apple apareció en la pantalla.
—¿Dónde estaba todo ese ingenio cuando querías ligarte a la mensajera? Vale, cuando suena, ¿cómo descuelgo?
Mike suspiró y le dio un cursillo rápido deslizando los dedos y pulsando por toda la pantalla.
—¿Dónde está el teclado? —preguntó Carolina—. No puedo escribir con esto.
—Sí —respondió él—. Tú debes de ser más de las de Blackberry. —Dicho eso, se marchó para ir a por más libros.
Carolina se metió el teléfono en el bolso y leyó la nota una y otra vez, incapaz de reprimir la sonrisa ni unos pensamientos que no tenían cabida en una biblioteca.
- Anhel.🌻
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❥ La Bibliotecaria • Aguslina.
Fiksi Penggemar❥ Meterse a la historia para conocer la sinopsis. ❥ HISTORIA ADAPTADA.