Después de la cena, el Mercedes los esperaba en la puerta del Daniel. Giró al oeste y avanzó por la Séptima Avenida.
—Te llevo a casa —contestó.
Ella intentó no sentirse decepcionada.
—¿Para eso no necesitas mi dirección? —preguntó.
—Tengo tu dirección.
—¿Qué? —Fuera cual fuese el hechizo en el que había caído con el vino, la ropa elegante y la charla sobre sexo se rompió de repente—. ¿Cómo la has conseguido?
—En la oficina de la biblioteca.
—¡No pueden darle mi dirección a cualquiera!
—Yo no soy «cualquiera», Carolina. Me conocen.
—¡Ésa no es la cuestión!
—¿Lo sientes como una violación? —preguntó.
Y algo en su modo de mirarla hizo que supiera que no estaba hablando de su dirección.
—Es que no es... apropiado —se quejó.
Agustín pareció considerarlo y asintió despacio.
—Puede que sea inapropiado, eso es cierto —afirmó—. Y no se me da muy bien lo de pedir permiso. —Le cogió la mano y la miró a los ojos. Su intensidad la afectó de un modo como nunca antes le había pasado—. Supongo que deberías saber eso de mí si vamos a pasar tiempo juntos.
Al oír esas palabras, la irritación de Carolina se evaporó. Iban a pasar tiempo juntos.
Cuando el coche se detuvo frente al edificio de su apartamento, logró decir:
—Gracias por la cena.
Agustín le cogió la mano y su contacto le pareció pesado y cálido e hizo que le entraran ganas de recostarse sobre él.
—Hablaba en serio cuando te he dicho que hojees el libro de Bettie Page esta noche. Quiero saber qué opinas. Quiero conocerte, Carolina.
—Vale —accedió.
De nuevo, los ojos de él se clavaron en los suyos. En la oscuridad y bajo el imperturbable foco de su mirada, sintió como si, de algún modo, hubiera hecho una promesa importante. Aunque no tenía ni idea de lo que había prometido.
Carolina no podía dormir. Horas después de que Agustín la dejara en casa, su mente aún iba a mil por hora, repasando retazos de la conversación y recordando cómo la miraba. Y aunque apenas la había tocado en toda la noche, una mano en su brazo de vez en cuando, el roce de su hombro contra el suyo, estaba tensa, rígida como un muelle que sabía que tendría que soltar.
Tumbada en la cama, se levantó el camisón hasta las caderas y se tocó levemente por encima de las bragas de algodón. Luego deslizó la mano por debajo y se tocó de aquella otra forma infalible que siempre le daba satisfacción. Se frotó el clítoris y movió el dedo índice dentro y fuera de su vagina, pero apenas sintió una punzada de placer.
¿Qué demonios le pasaba?
Intentó pensar en Agustín mientras se tocaba de nuevo, pero con eso sólo logró sentirse avergonzada. Confusa, se incorporó. Era mejor detenerse a tiempo que sentirse aún más frustrada.
Se levantó y miró fuera por entre las cortinas. La luna estaba medio llena y brillante. Las abrió para que la luz nocturna iluminara el dormitorio. Y entonces, al observar cómo las sombras jugueteaban en la pared, recordó que Agustín le había pedido que mirara el libro de Bettie Page.
Lo tenía sobre la mesilla de noche. Lo cogió y lo colocó sobre la cama. La hermosa morena le sonrió desde la portada, casi haciéndole un guiño, como si le dijera: «No te preocupes».
ESTÁS LEYENDO
❥ La Bibliotecaria • Aguslina.
Fiksi Penggemar❥ Meterse a la historia para conocer la sinopsis. ❥ HISTORIA ADAPTADA.