Carolina vio a la mensajera tatuada desde el otro extremo de la sala. La chica fue directa al mostrador de devoluciones a la vez que hacía globos con el chicle.
—Te has cambiado de sitio —comentó.
—Sí —asintió.
—Pero te he encontrado igualmente —afirmó ella.
—Eso parece.
—Esto es para ti. Y necesito que firmes.
Carolina cogió la gran caja negra envuelta con un amplio lazo de satén blanco y la dejó en el suelo. Firmó la hoja que la chica le tendía y esperó a que se marchara.
—¿Hay algo más? —preguntó Carolina.
—Se supone que tienes que darme algo para entregárselo a él.
—¿De qué estás hablando?
—No sé —respondió la chica e hizo estallar el globo tan fuerte que unos cuantos visitantes de la biblioteca las miraron—. El tipo dijo que abrieras la caja y lo comprenderías.
—¡Oh, Señor! Tienes que marcharte. No quiero que mi jefa vea esto.
—Ese tipo da unas propinas muy buenas. No me iré.
—Bien. —Carolina suspiró, desató el lazo y abrió la caja.
Dentro, bajo una nube de seda blanca, encontró un reluciente bolsón negro Chanel de cuero acolchado, con el gran logo de la doble C a cada lado. Las cadenas doradas tenían piel donde debían descansar en su hombro. Había una nota pegada a él.
Mi queridísima Carolina Kopelioff:
Feliz cumpleaños. Odio llegar tarde, pero en este caso los dos sabemos que no he tenido mucha elección. Espero que el regalo te parezca útil. Y como no deseo dejar eso al azar, le he dado instrucciones a la persona que te lo entregue de que recoja ese horrible saco de lona que llevas y que me lo traiga. En Chanel me aseguraron que este bolso es más que capaz de cargar con todos tus libros.
Dentro del bolsillo interior está tu llave de la habitación del Four Seasons. Tu ropa para esta noche y tu verdadero regalo de cumpleaños estarán esperándote allí cuando acabes de trabajar.
Hasta entonces, A.
—¿Podemos agilizar esto? —la presionó la mensajera. Carolina había olvidado que estaba allí.
—Oh, sí... —respondió.
Cogió el desgastado bolso Old Navy y vació el contenido en el suelo, a sus pies, para que la chica no pudiera ver lo que estaba haciendo. Luego se lo entregó. Sintió una punzada de nostalgia por su viejo bolso, aunque sin duda no lo merecía.
—¿Esto es lo que se supone que debo entregar? —preguntó la mensajera mientras sostenía el bolso como si pudiera ser infeccioso.
—Sí —contestó Carolina—. Eso es.
(***)
Carolina y Margaret encontraron una mesa en Bryant Park, una exuberante extensión de césped verde de treinta y seis kilómetros cuadrados, con quioscos de comida, mesas y sillas, e incluso un tiovivo, todo situado entre la Quinta y la Sexta Avenida, en el límite oriental de la biblioteca.
—Esto es tan maravilloso. ¿Por qué no hemos venido a comer aquí antes? —preguntó.
En efecto era maravilloso y lo sería aún más si la silla de metal no se le clavara en su aún sensible trasero.
—Antes era una joya. Ahora está abarrotado de turistas por todas esas tonterías. Festivales de cine, semanas de la moda... Todo lo habido y por haber. Yo lo consideraba parte de la biblioteca, pero ya no. Aunque debajo de todo este parque se encuentran los archivos subterráneos.
—¿Archivos de la biblioteca? No puede ser.
—Sí —asintió Margaret mientras abría la fiambrera con su macedonia—. Empezamos a quedarnos sin espacio en los años ochenta, aunque habíamos trasladado ya muchas colecciones a otros edificios. Así que la solución fue crear miles de metros cuadrados de espacio para almacenaje por debajo del parque. Está conectado con la biblioteca a través de un túnel de casi veinte metros de largo.
—¡Asombroso! —exclamó la chica, a la vez que miraba a su alrededor—. Y
ese tiovivo es tan encantador.
—¿Tú crees? Sigo sin poder acostumbrarme.
—¿Es nuevo?
—Sí. Lo construyeron hace diez años. —Margaret entornó los ojos—. Un colgante interesante —comentó, mientras contemplaba el candado de Carolina.
—Oh, gracias —respondió ella al tiempo que lo tapaba con la mano, cohibida.
—Sloan tenía uno igual —comentó la mujer.
Carolina la miró atónita. Cuando fue capaz de volver a hablar, casi tartamudeó.
—Nunca se lo he visto.
—Hace mucho que yo tampoco. Pero antes lo llevaba siempre. Luego dejó de hacerlo.
Ella se demoró destapando la botella de agua con la cabeza gacha, para que el pelo ocultara su ardiente rostro.
—¿Estás bien? —se interesó Margaret.
—Sí... hace calor aquí fuera. Quizá comer atún no ha sido la mejor idea. Lo siento.
—Carolina, dime qué pasa.
Ella vaciló un momento, pero el dolor que estaba sintiendo era demasiado grande para guardárselo para sí misma.
—He estado... viendo a alguien —dijo despacio. Margaret asintió alentadora—. Y me regaló este colgante. Tiene un significado para él... para nosotros. También conoce a Sloan y el hecho de que ella llevara el mismo colgante no puede ser una coincidencia.
—Sloan está comprometida y se va a casar. ¿Estás diciendo que crees que también se está viendo con tu amigo?
Esa idea hizo que se le revolviera el estómago.
—No... ahora no. Dios, no. Pero en algún momento anterior, quizá. —Se levantó, se sentía mareada por el calor, el repentino movimiento y las espantosas imágenes que se le estaban pasando por la cabeza—. Tengo que hablar con él — decidió.
—Carolina, todo el mundo tiene un pasado. Quizá sea difícil de comprender a tu edad, pero tienes que ver las cosas en perspectiva. Si es que es cierto.
—Vale, tal vez. Pero no debería haberme enterado así. Debería habérmelo dicho él. ¿No es así como se supone que funcionan las relaciones? Se habla sobre las cosas.
Margaret asintió, reconociendo que tenía razón.
—Pero Carolina, si me lo permites, infórmate de los hechos antes de actuar impulsada por la emoción. Como mujeres, a menudo olvidamos lo importante que es eso y luego hacemos y decimos cosas de las que nos arrepentimos.
—Si lo que estoy pensando es cierto, y parece que lo es, de lo único que me arrepentiré es de haberme metido en esta situación, eso ya para empezar —replicó ella.
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❥ La Bibliotecaria • Aguslina.
Fanfic❥ Meterse a la historia para conocer la sinopsis. ❥ HISTORIA ADAPTADA.