❥ Capítulo 3

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Carolina subió los cinco pisos hasta su apartamento en la calle Bank con el bolso lleno de los libros que no había podido resistirse a pedir prestados de la biblioteca.

Vivía en un pequeño apartamento del bloque más perfecto en el barrio más perfecto de la ciudad. Pensaba en él como en su Gran Evasión, no sólo de las limitaciones de su pueblo natal, sino de los largos y necesitados brazos de su madre. Allí, escondida, en un típico edificio neoyorquino, en un vecindario que en otra época fue el hogar de genios literarios como Willa Cather, Henry Sebastián, Edna St. Vincent Millay y Edgar Allan Poe, Carolina era verdaderamente independiente por primera vez en su vida.

La única sombra en ese paisaje, por lo demás perfecto, de recién descubierta libertad era su compañera de piso. Valentina Zenere era una estudiante de Parsons totalmente obsesionada por dos cosas: la moda y los hombres. Y cambiaba de hombre con más frecuencia que de vaqueros. Parecía que cada semana le tocase el turno a un chico diferente.

Carolina nunca había tenido una compañera. Mientras estudiaba la carrera, su madre había insistido en que se quedara en casa en lugar de instalarse en una de las residencias de la Universidad de Drexel, en el centro de Filadelfia, a tan sólo veinte minutos en coche desde su barrio de las afueras. Y ahora que vivía con Valentina se daba cuenta de que, en los últimos años, su madre quizá había tenido demasiada influencia sobre su vida social.

Ahora que era testigo diario de la turbulenta vida sentimental de Valentina, Carolina no podía evitar preguntarse por qué no se había adentrado ella más en ese campo. En parte a causa de su madre, que se mostraba tan contraria a que saliera con chicos que casi no le merecía la pena hacerlo a escondidas. Y las pocas citas que había tenido habían sido tan decepcionantes que no le compensaban las mentiras o las discusiones con ella. Pero ahora se veía obligada a preguntarse si se había perdido algo importante.

En cuanto a Valentina, Carolina tardó varias semanas en descubrir por qué la chica se molestaba siquiera en tener una compañera de piso. Parecía disponer de una infinita reserva de efectivo, al menos para gastar en ropa. Las bolsas de Barneys,
Alice y Olivia o Scoop estaban omnipresentes en el apartamento. Carolina no sabía mucho de moda, pero era consciente de que esas tiendas no tenían nada que ver con las modestas Filene's y Target, donde ella hacía todas sus compras. Y luego estaban las continuas visitas de Carly a Bumble & Bumble para mantener su largo cabello matizado con mechas, por no contar las constantes comidas fuera. Carolina no había visto nunca a su compañera servirse ni siquiera un bol de cereales. Incluso pedía que le trajeran a domicilio los huevos revueltos en las raras mañanas de fin de semana en que se despertaba en el apartamento.

El misterio quedó resuelto una noche, cuando Carolina se despertó al oír a Valentina y a su ligue del día tener sexo en la cocina a las dos de la mañana. Valentina riñó al chico por todos sus fuertes gemidos (que habían despertado a Carolina):

—Mi compañera de piso quedará traumatizada... —lo reprendió. A lo cual el chico respondió:
—No entiendo por qué tienes una compañera de piso. Tu padre es Mark
Zenere.

Ella le explicó que no era una cuestión de dinero; sus padres habían insistido en que tuviera una compañera de piso por «motivos de seguridad». Los dos se rieron y el chico comentó:

—Está bien que tengas a alguien por aquí que te controle. De lo contrario, podrías ser una chica mala.

Por supuesto, Carolina buscó en Google a Mark Zenere y descubrió que el padre de Valentina era el fundador del sello discográfico de hip-hop más importante del país. Ese pequeño detalle sirvió para incrementar la distancia que ya había entre ella y su compañera de piso. Le era imposible imaginar a su padre o a su madre escuchando hip hop, o ni siquiera música pop. El padre de Carolina rondaba los treinta y cinco años cuando ella nació y murió ocho años después. Era arquitecto y la única música que escuchaba era ópera. La madre de Carolina era una violonchelista a la que sólo le gustaba la música clásica y que insistía en que en su casa se escuchara únicamente ese tipo de música. En lo que a Alice Kopelioff respectaba, las únicas formas de música, pintura y literatura aceptables eran los clásicos, por lo que Carolina se había criado sin música «pop», arte «moderno», ni ficción «barata».

—¿Cómo ha ido tu primer día? —le preguntó Valentina, levantando la vista de la revista W—. ¿Se han portado bien los otros niños de la biblioteca? —bromeó.

Estaba sentada en el sofá, con las piernas cruzadas. Llevaba unos vaqueros perfectamente descoloridos y acampanados, un jersey de cachemira que le llegaba justo por debajo del pecho y se había recogido el pelo rubio dorado en un descuidado moño.

La estancia olía a su perfume, Chanel Allure.

—Ha estado bien. Gracias —respondió Carolina, mientras dejaba su pesado bolso en el suelo e iba a la cocina a coger una coca-cola.

Nunca sabía si Valentina estaba realmente interesada en hablar con ella o era sólo un gesto automático debido a que era la única persona que había allí, aparte de ella. Carolina sabía que la chica no comprendía que «poner libros en estanterías», según sus propias palabras, pudiese ser el sueño de toda una vida de nadie. Pero eso era exactamente para Carolina.

Desde que tenía seis años y su padre había empezado a llevarla a la biblioteca cada sábado por la tarde, aunque no fuera a la de Nueva York, sino a la pequeña biblioteca en Gladwynne, Pensilvania, Carolina había sabido que ése era su lugar. Nunca pasó por una fase en la que quisiera ser profesora, veterinaria o bailarina. Para ella su sueño había sido siempre convertirse en bibliotecaria. Deseaba trabajar rodeada por el olor de los libros, ser responsable de hileras y más hileras de ordenados estantes, de la meticulosa catalogación y de ayudar a la gente a descubrir la siguiente gran novela que leerían o el libro que los ayudaría en el proyecto de investigación con el que lograrían su título o solucionarían un enigma intelectual.

Lo sabía desde que era pequeña y nunca había perdido de vista su objetivo. Y ahora su sueño se había hecho realidad, por muy insignificante y ridículo que pudiera parecerle a alguien como Valentina Zenere.

—Me alegro —comentó ésta—. Después vendrá a visitarme un amigo. Espero que no te molestemos.

Lo que realmente estaba diciéndole era que esperaba que tuviera el detalle de quedarse en su habitación y no molestar.

—No te preocupes por mí. Tengo mucho que leer.

—Ah y tu madre ha llamado. Dos veces —comentó Valentina a continuación, dándole una nota morada con el ilegible mensaje garabateado con rotulador indeleble.

En un intento de reducir gastos para el traslado a Nueva York, Carolina había dado de baja su teléfono móvil. Eso había tenido la grata consecuencia de que a su madre le era imposible contactar con ella las veinticuatro horas del día, pero, desgraciadamente, cualquiera relacionado con la vida de Carolina que tuviera una línea fija pagaba el precio.

Arrugó la nota y se la metió en el bolsillo.




Disfruten✨💕

- Anhel.🌻

❥ La Bibliotecaria • Aguslina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora