Oyó los tacones de la mujer sobre el suelo de mármol antes de verla.
—¿Sí? —respondió con los brazos cruzados.
—Necesito algo de ayuda, por favor.
La expresión del rostro de ella no era de enfado, pero sí algo del estilo de
¿qué has estado haciendo hasta ahora?
—Empezaremos con la falda —comentó con decisión, como si ya hubiera analizado el asunto.
—¿Está segura? Oh, vale.
Carolina pensó que iba a morirse de vergüenza. ¿Cómo iba a hacerlo sin ponerle el culo desnudo en la cara?
Greta ya estaba trabajando con la falda, soltó todos los lazos, de forma que quedó extendida en una sola franja de piel.
—Dese la vuelta. Retroceda hasta mí y quítese la sábana —le ordenó. Avergonzada, Carolina obedeció.
La mujer la envolvió con la piel desde delante hacia atrás y luego empezó a atar los lazos. Sus manos se movían con agilidad. Aun así, el proceso pareció durar mucho tiempo y Carolina se sintió aliviada al notar el último tirón de los lazos.
—Perfecto —exclamó Greta casi para sí misma—. Ahora el corsé. Levante los brazos.
Carolina obedeció, aunque con cierto esfuerzo.
—¿Puedo bajarlos ya? —preguntó, cuando la parte delantera del corsé quedó en su sitio y sintió que ya tenía algunos lazos ajustados.
Greta masculló algo que pareció ser permiso para bajar los brazos y Carolina lo hizo con alivio.
Pudo sentir cómo iba atando los lazos desde la base de la espalda hasta los omóplatos. Y luego tiró de ellos tan fuerte que le cortó la respiración.
—Demasiado apretado —se quejó.
—Tiene que ir apretado —respondió Greta sin ocultar su desprecio—. Ahora los zapatos.
¡Los zapatos! El espantoso proceso de meterse en la falda y el corsé había hecho que olvidara por completo el aterrador calzado.
Bajó la vista. Le resultaba imposible inclinarse para abrochárselos vestida de ese modo. Se sentía como si llevara una camisa de fuerza.
Greta se puso de rodillas y sostuvo un zapato para que Carolina deslizara el pie dentro. La diferencia de altura entre un lado de su cuerpo y el otro la obligó a inclinarse y apoyarse en los hombros de la mujer para poder estabilizarse.
—El otro pie —le dijo Greta.
Metió el pie izquierdo y se levantó despacio. Había aumentado tanto de altura que toda la habitación tenía una perspectiva diferente. Cuando la mujer se irguió, Carolina descubrió que ahora era unos centímetros más alta que ella.
—Mi trabajo acaba aquí —anunció Greta. Y dicho eso, la dejó sola en la habitación.
Carolina tenía miedo de moverse. Sintió que podría tropezar y quedarse tirada en el suelo como un escarabajo boca arriba sin poder levantarse. Pero al final la curiosidad resultó ser un potente motivador y, despacio, avanzó tambaleante hacia el espejo de cuerpo entero.
—¡Oh, Dios mío! —jadeó.
Jamás se habría reconocido. Su cuerpo, ceñido y alargado, parecía poderoso y erótico, como algo salido de una de las fotografías de Agustín. Su piel clara en contraste con el satén negro parecía brillar como el nácar y la falda corta combinada con los altísimos tacones hacía que sus piernas parecieran largas y poderosas.
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❥ La Bibliotecaria • Aguslina.
Fiksi Penggemar❥ Meterse a la historia para conocer la sinopsis. ❥ HISTORIA ADAPTADA.