—Carolina, escúchame. He estado fotografiando a mujeres desde que tengo diecisiete años. He estado acostándome con mujeres desde los quince. He tenido infinidad de amantes, algunas habituales, a otras las conocí a través del mundo BDSM, donde uno se... implica más. Pero nunca he sentido con nadie lo que siento cuando estoy contigo. Nunca he introducido a nadie en este mundo.
—¿Por qué no?
—No he querido. Y, al principio, cuando te vi, tampoco planeé hacerlo contigo. Pensé que eras preciosa y que parecías un poco perdida y, no quiero ser grosero, pero tuve un intenso deseo de conseguirte como una conquista. Sin embargo, luego, cuando hablé contigo aquel día después de la reunión de los Lions, supe que no me bastaría con eso.
Ella respiraba de prisa y sintió que las lágrimas volvían.
—¿Y ahora qué? —preguntó.
—Ahora vuelves al Four Seasons conmigo y continuamos con nuestra noche. —Se levantó y se dirigió al tocador mientras jugueteaba con una horquilla del pelo.
—Me refiero a que ¿adónde nos lleva todo esto? Mi jefa me odia cada vez más, así que el trabajo es un desastre. Y nosotros seguimos con nuestra relación física hasta que alguna nueva conquista te llame más la atención y yo me quede... destrozada.
—Carolina, ¿a qué viene todo eso? ¿Las cosas están realmente tan mal en el trabajo? Hablaré con Sloan.
—¡No! —gritó, a la vez que se daba la vuelta—. No. No hagas nada.
—Sloan es sólo una amiga. No he estado con ninguna otra mujer desde nuestra primera noche juntos.
—¿No? —Lo cierto era que su ingenuidad llegaba a tal punto que ni siquiera se le había pasado por la mente la idea de que pudiera estar viendo a otras mujeres.
—No —repitió, como si ese hecho lo asombrara—. No puedo. No quiero hacerlo. Y eso no me había pasado nunca —añadió—. ¿No ves lo obsesionado que estoy contigo? De acuerdo, la mecánica de lo que hacemos en mi apartamento, en esa habitación, no es exclusiva de nosotros. Pero como me siento respecto a ti, sí.
Ella asintió, intentando procesar todo lo que estaba diciendo y reconciliarlo con sus propias dudas e inquietudes. Y por mucho que deseara hacer lo que él sugería, irse juntos y continuar con su noche, no podía.
—Creo que tienes que irte.
—¿Por qué?
—No puedo seguir haciendo esto —contestó. Y empezó a llorar suavemente.
—Carolina —insistió él—. No tienes que hacer nada. Pero no voy a marcharme.
Lo miró asombrada. Apretaba la mandíbula, pero sus ojos la miraban con ternura.
—No te he invitado a que te quedes —replicó.
—Vale, te preguntaré si puedo quedarme. Ni siquiera tenemos que hablar si no quieres.
Esbozó una sonrisa vacilante. Ella se resistió al impulso de devolvérsela.
—Yo sí quiero hablar —dijo—. Pero de cosas que sean reales. Este asunto de Sloan hace que me pregunte cuánto más no sé de ti.
—Carolina, esto es lo único que necesitas saber de mí: me tienes completa y totalmente encandilado.
No pudo evitar que se le escapara una pequeña sonrisa, muy pequeña.
—¿Encandilado? Creo que no había oído a nadie usar esa palabra.
—No sé de qué otro modo describirlo —reconoció—. Normalmente, consigo mantener mi vida muy compartimentada. Tengo mi trabajo y mis amigos y también mi vía de escape sexual. El sexo es sólo sexo. Pero contigo es diferente. Pienso en ti todo el rato. Estaba intentando fotografiar a una mujer por trabajo el otro día y en lo único que podía pensar era que, si fueras tú, lo haría en blanco y negro y te echaría el pelo hacia atrás para que tus grandes ojos dominaran la imagen. Estoy impaciente por ir a las reuniones de la biblioteca sólo para verte al otro lado de la mesa en la sala de la junta. Siempre estás conmigo, Carolina. Y sigo pensando que, si te follo una vez más o hago una cosa más contigo, quedaré satisfecho. Pero nunca tengo bastante de ti.
—Lo dices como si fuera algo malo —observó ella.
—No es que sea malo, es que no es lo que quiero.
Sintió una desagradable sensación en el estómago.
—¿Qué quieres?
—¿Sinceramente? Sólo la parte del sexo. Sólo... sexo sin complicaciones. —Carolina asintió despacio, intentando no perder la calma.
—Eso no va a funcionar para mí —admitió.
Agustín la abrazó y esa ternura hizo que le resultara imposible contener las emociones. Lloró y él la estrechó más fuerte.
—Deja que me quede contigo esta noche —le pidió al cabo de un rato. Carolina asintió contra su hombro, empapándole la camisa con sus lágrimas.
Como cada mañana, Carolina se despertó con la alarma de su despertador, a las siete y media. Pero esa mañana descubrió a Agustín Bernasconi dormido a su lado. Se quedó tumbada mientras la conversación de la noche anterior volvía a toda velocidad a su mente.
No habían salido de su habitación. Al final, emocionalmente exhausta, ella se puso una camiseta de tirantes, unas bragas y se metió bajo las mantas. Agustín se desnudó, colgó su ropa con cuidado en su apretado armario y sólo con el bóxer se acostó a su lado. Carolina se tumbó mirando hacia la pared, como habitualmente hacía, y él se acurrucó a su espalda. Incluso cuando le deslizó la mano por debajo de la camiseta y la dejó apoyada sobre su fresca piel, ella supo que, por primera vez, su contacto no se volvería sexual.
Sabía que podría quedarse en la cama toda la mañana, analizando la conversación y buscando algún indicio o pista que le dijera qué debería hacer. Pero no encontraría ninguno.
A regañadientes, pasó por encima de él, moviéndose con cuidado, hasta que pudo apoyar un pie en el suelo y luego el otro. Dio un respingo cuando Agustín alargó la mano y le acarició el brazo.
—Siento haberte despertado —susurró.
—¿Adónde vas? —le preguntó.
—A trabajar.
—No vayas —le pidió.
—Tengo que ir —replicó—. Algunos tenemos que hacerlo.
—Yo también tengo un trabajo hoy —masculló, dándose la vuelta.
Tenía una incipiente barba y Carolina sintió el impulso de pasarle los labios por ella.
—¿Sí?
—Sí. Voy a hacer unas fotos para W. Ojalá no tuviera que hacerlo.
Sintió una oleada de celos al imaginar a las modelos desfilando ante su cámara, mientras sus ojos las devoraban y su mente se centraba únicamente en encontrar el modo de convertir su belleza en arte. Pero no, pensó. Le había dicho que cuando las miraba pensaba en ella. Aunque eso no importaba, se recordó. Querían cosas diferentes. Él nunca le daría lo que necesitaba. Esa relación, al final, sólo le haría daño. Así que, ¿por qué no acabar ya con ella?
—Estoy segura de que te recuperarás —le dijo, a la vez que cogía su toalla del colgador de la puerta—. Voy a ducharme —añadió—. No quiero que estés aquí cuando salga.
Le entregó el iPhone, se colgó la toalla al hombro y salió.

ESTÁS LEYENDO
❥ La Bibliotecaria • Aguslina.
Fanfic❥ Meterse a la historia para conocer la sinopsis. ❥ HISTORIA ADAPTADA.