❥ Capítulo 48

1.1K 62 1
                                    

—Ahora —musitó—, quiero que golpees a esta mujer cuatro veces y luego nos iremos. Dile que cuente.

Turbada, Carolina se volvió hacia la mujer.

—Cuenta —le ordenó nerviosa, intentando mantener un tono fuerte y firme. Miró a Agustín y él asintió. Bajó la fusta, no demasiado fuerte, pero sin duda con ímpetu.

—Uno —gritó la mujer con voz clara.

Agustín le indicó vocalizando: «Más fuerte». Caro hizo descender la palmeta más rápido y su sonido al impactar contra la carne fue casi demasiado para ella.

—¡Dos! —gritó la mujer.

Carolina continuó. El brazo empezaba a temblarle.

—Haz que se corra —le dijo Agustín.

Ella lo miró desconcertada. La golpeó con más fuerza. La mujer gimió levemente, no tan fuerte como lo había hecho con el predecesor de Carolina, pero aun así ya era algo.

—Tres —prosiguió la mujer, con la voz levemente más tensa.

Carolina volvió a golpearla, esa vez con una fuerza que la sorprendió a ella misma. Ésta respondió con un grito extasiado y luego clamó con voz pastosa:

—Cuatro.

Agustín le cogió la fusta y la hizo subir la escalera.

(***)

Fuera se empezaba a notar más frío. Carolina, aliviada por volver a estar vestida, se preguntó si había dejado atrás la parte más dura de la noche o eso aún tenía que llegar.

Se alegraba de que Agustín la hubiera llevado al club, de que le hubiera dejado que experimentara por sí misma lo que era sostener la fusta. Le pareció asombroso no haber sentido la más mínima excitación en la posición de poder. Se dio cuenta de que la dinámica sexual entre Agustín y ella no era algo que aceptaba para complacerlo, sino una cosa verdaderamente ajustada a sus gustos.

Por supuesto, el intenso placer que sentía con ello debería habérselo dejado ya claro. Pero hasta que no se había puesto en la otra posición no había podido estar segura. Ahora, tras haber visto quién no era, tenía una mayor conciencia de su yo sexual. E incluso, aunque resultara ilógico, saber que no era una dominatriz haría que la sesión fotográfica le resultara más fácil, porque revelaría poco de sí misma en las imágenes; estaría interpretando un papel. Su propia sexualidad seguiría siendo un delicioso secreto entre Agustín y ella, y nadie más.

Sólo esperaba que él pudiera retratar a la dominatriz de un modo convincente. Sentía un nuevo respeto por Bettie Page.

Agustín cogió el teléfono.

—Jess —dijo—. Necesito que me hagas un favor. ¿Puedes estar en mi casa en veinte minutos? Carolina y yo necesitamos de tu genio.

Ella lo miró con curiosidad, pero él se limitó a guiñarle un ojo.

(***)

—Mira al suelo, pero mantén la cabeza levantada y mirando hacia adelante. —Jess, la británica pelirroja de su primera visita al Four Seasons, la estaba guiando con paciencia en su primera sesión de maquillaje profesional.

Carolina se recostó en una de las sillas del comedor de Agustín. Las luces del techo le estaban dando calor.

—¿Esto no es mucho maquillaje? —preguntó, intentando hablar mientras mantenía la cabeza quieta.

Jess le aplicó en los ojos lo que le pareció que era la tercera capa de sombra.

—Confía en mí, no lo es. Sé que Agustín trabaja mucho en blanco y negro, así que necesitas más contraste. Puede que te parezca exagerado cuando te mires al espejo, pero para las fotos será perfecto.

Agustín estaba ocupado preparándolo todo en el salón, moviendo muebles.

—Haré algunas fotos fuera —informó a Jess. Todo aquello era nuevo para Carolina.

—¿Con cuál las harás? ¿Con la Mark II?

Él masculló algo que pareció una respuesta afirmativa.

—Cabeza quieta —la reprendió Jess.

En aquella postura, Carolina tenía delante de los ojos los pechos de la mujer, que tiraban de la fina camiseta gris de los Rolling Stones. Se preguntó con qué frecuencia habría trabajado Agustín con ella y si lo habrían hecho muy estrechamente. Se odió a sí misma por sentir celos y porque su mente automáticamente acabara siempre ahí. Se preguntó cuándo se sentiría segura, si es que llegaba a sentirse así alguna vez.

Jess miró el surtido de pinceles, tarros, polvos, rizadores de pestañas, rímel, lápices, pinzas y estuches de polvos compactos esparcidos sobre la mesa del comedor.

—Ya casi estamos —anunció, eligiendo y descartando varias barras de labios.

Agustín se acercó para evaluar los resultados. Carolina se sentía tan pintada y con las cejas tan depiladas que temió ver su reacción ante la transformación. Pero su expresión admirada acabó con todas sus dudas.

—Jess, siempre puedo contar contigo para que obres tu magia —exclamó—. Y en cuanto a ti —se acercó y le apoyó la mano en el pelo; Carolina alzó la vista y la embelesada adoración que vio en sus ojos hizo que el corazón le diera un brinco—, estás verdaderamente preciosa.

❥ La Bibliotecaria • Aguslina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora