❥ Capítulo 34

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—No puedo recordar la última vez que disfruté de una comida completa — comentó su madre, mientras la miraba por encima de la carta en el Kellari, un restaurante griego a dos manzanas de la biblioteca—. No tiene sentido cocinar para una sola. Es bastante desconcertante no tenerte cerca, Carolina.

Ella le dedicó una tensa sonrisa mientras recorría el restaurante con la mirada. Era un espacio bonito y acogedor, de techos abovedados con vigas de madera. Se recordó a sí misma que era su cumpleaños y que su madre estaba allí para celebrarlo con ella.

—No deberías dejar de cocinar sólo porque yo no esté en casa, mamá. Reduce las proporciones y haz lo que siempre haces.

—No es lo mismo —replicó la mujer.

Se sumieron en un silencio que sólo se vio interrumpido cuando el camarero se acercó para tomarles nota.

—Empezaré con la tradicional ensalada griega —comentó Carolina—. Y luego tomaré la gamba gigante a la plancha.

Devolvió la carta. El camarero sonrió y miró expectante a la madre de Carolina.

—¿Todos estos pescados son a la plancha? —preguntó la mujer, señalando la página de la carta de pescado.

—Sí, señora.

—No sé qué pedir. ¿Qué me sugieres, Carolina? ¿Hay alguna diferencia entre estos pescados? ¿Lavraki... Pompano...? Todos son pescado blanco, ¿no?

—Si busca algo suave... —El camarero empezó a recitar la descripción de todos los pescados uno a uno y Carolina supo que el pobre hombre estaba perdiendo el tiempo.

—Deja que elija por ti, mamá —sugirió—. Tomará la ensalada griega para empezar y el lenguado de Dover.

—Muy bien, señora.

El hombre cogió las cartas y se retiró.

—Pensaba que quizá me enseñarías la biblioteca antes de cenar. Creía que ésa era la razón por la que habíamos elegido un restaurante por esta zona.

De hecho, en un principio, Carolina había planeado que su madre fuera a verla a la biblioteca para enseñársela. Pero la idea de que pudieran toparse con Sloan o, peor aún, con Agustín, la hizo cambiar de opinión.

—Bueno, ya sabes, mamá, me paso todo el día trabajando allí y a las seis estoy ansiosa por salir.

La mujer asintió.

—Al fin y al cabo, es sólo un trabajo, ¿no? Da igual lo impresionante que sea el edificio. Así que después de todo, podrías haberte quedado en Filadelfia, ¿no crees? No hay nada mágico en Nueva York.

Carolina pensó en seguida en Agustín y se ruborizó. Por suerte, su madre no se dio cuenta.

—Me gusta Nueva York. Siento no haberte enseñado la biblioteca. ¿Por qué no cambias de planes y en vez de volver a casa después de cenar pasas la noche aquí y te la enseño por la mañana?

—Sabes que sería incapaz de dormir aquí, Carolina. Demasiado ruido, toda esa aglomeración de gente...

—Mamá, no habrá ruido ni aglomeraciones en una habitación de hotel. —De nuevo, pensó en Agustín y el Four Seasons. Sacudió la cabeza levemente para despejarse la mente—. Te propondría que te quedaras conmigo, pero el piso es pequeño y mi compañera...

—No pasa nada, Carolina. Ya me enseñarás la biblioteca en otro momento.

Pero sí pasaba. Como siempre, sentía que estaba fallándole. La necesidad que su madre tenía de ella era abrumadora. Por eso nunca se planteó solicitar el ingreso en universidades de fuera de Filadelfia y no se fue a vivir al centro de la ciudad mientras estudiaba en Drexel, sino que se quedó con ella en las afueras. Y si hubiera una biblioteca en Filadelfia que pudiera competir con la Biblioteca Pública de Nueva York, probablemente seguiría viviendo allí.

❥ La Bibliotecaria • Aguslina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora