❥ Capítulo 57

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- Ú L T I M O S    C A P Í T U L O S -


Los faros de los coches iluminaban la Quinta Avenida. Ella inspiró el aire, una brisa que soplaba del este.

—Caro, recuerdas lo que ha dicho ese editor, ¿verdad?

—Sí. Por supuesto. Es realmente emocionante. Me había comentado algo.

Agustín asintió.

—Mi agente me lo dijo hace unas cuantas semanas. Pero entonces no tenía nada que quisiera plasmar en un libro. Me parecía que era demasiado pronto para hacer algo así con Taschen.

—No te preocupes —lo tranquilizó ella—. Estoy segura de que la oferta seguirá en pie cuando estés listo.

—De eso quería hablar contigo. Estaba esperando el momento oportuno, pero el hecho de que nos hayamos encontrado con Gordon esta noche... ha sido una casualidad.

Carolina lo miró con curiosidad.

—¿Qué? Me estás poniendo nerviosa.

—Quiero enseñarle tus fotos. Para un posible libro.

Ella se quedó sin respiración. Se llevó una mano al pecho mientras se decía que debía mantener la calma.

—Agustín, dijiste que esas fotos eran sólo para ti. Para nosotros —añadió atropelladamente, tanto que no supo si él la habría entendido.

—Lo sé. Y puede seguir siendo así. Sólo te estoy diciendo que, de todas las fotos que he hecho nunca, ésas son mis favoritas. Las mejores, de eso estoy seguro. La pasión y el amor que siento por ti se reflejan en ellas. Es lo que ha estado faltando en mi trabajo todo este tiempo. Te quiero, Carolina.

—Yo también te quiero —dijo y Agustín la atrajo hacia sus brazos.

Ella pegó la mejilla a su hombro, con cuidado de no mancharle la camisa blanca con el pintalabios rojo. Sus sentimientos por él en ese momento eran tan fuertes que hacían que la respuesta a su pregunta estuviera clara.

Estaba orgullosa de lo que habían hecho juntos. Las fotografías eran el resultado tangible de su encuentro en el término medio, del descubrimiento de ese lugar en el que podían amarse el uno al otro y aun así seguir amándose a sí mismos. No había nada malo en esas imágenes. No tenía que insistir en que quedaran sólo entre ellos dos. Quizá hasta que no fuera capaz de entregárselas, seguiría guardándose una parte de sí misma. Y deseaba dárselo todo.

—Quiero que le enseñes las fotos —decidió.

Agustín se echó hacia atrás y la alejó delicadamente.

—No tienes que aceptar. Aun así, te quiero —le recalcó.

Aunque Carolina podía ver que intentaba ser comedido y que su excitación era palpable.

—Sé que no tengo que aceptar. Hablo muy en serio.

Él miró al suelo, luego a ella y la sorprendió ver lágrimas en sus ojos.

—Me has hecho un verdadero regalo, Carolina. Y no me refiero sólo a las fotos. —Ella se acercó y lo rodeó con los brazos. Se sentía tan feliz que le parecía que iba a estallar de felicidad.

Agustín la apartó y entonces se dio cuenta de que le tendía una cajita azul.

Una caja de Tiffany's.

—¿Qué es esto? —preguntó, sintiendo un déjà vu de la noche que le regaló el candado.

Agustín le sonrió con los ojos brillantes. Carolina desató rápidamente el lazo blanco y la abrió. Se encontró con una llave de platino, de casi cuatro centímetros de largo, recubierta de diamantes. La sacó de la caja y vio que era un colgante.

Él alargó los brazos y ella se dio cuenta de que le estaba desabrochando el colgante del candado. Agustín lo guardó en su mano.

—Me encantaría verte con el nuevo —le dijo, mientras se lo ponía—. No has acabado de mirar dentro de la caja.

La base de terciopelo sobre la que había estado el colgante se veía vacía. Carolina miró a Agustín con curiosidad. Él alargó la mano y apartó el forro de la caja. Allí, en el fondo, había una llave desgastada de bronce, muy normal.

—¿Qué es esto? —preguntó confusa.

—La llave de mi apartamento —contestó—. Supongo que con tu compañera de camino al altar necesitarás un lugar donde vivir.

Carolina se llevó una mano a la boca mientras esbozaba una sonrisa idiota que amenazaba con convertirse en una risa de éxtasis.

—¿Es eso un sí? —inquirió Agustín. Ella asintió con los ojos como platos.

Él la besó en los labios con suavidad, luego se echó hacia atrás.

—Por supuesto, comprenderás que en mi casa hay ciertas normas. Pero sé que eres obediente.

—Oh, ¿lo soy?

—Sí —respondió, estrechándola y pegando la boca a su cuello—. En el dormitorio al menos.

La cogió de la mano y empezó a bajar con ella la escalinata.

—No podemos irnos todavía —comentó Carolina.

—Por supuesto que sí.

—Quiero ver cómo le entregan el premio a Margaret.

—¿Vas a hacer que me siente ahí dentro y me trague la ceremonia entera? —Carolina sonrió mientras asentía despacio.

—Vale, puedes hacer que me siente y me la trague —cedió—. Pero cuando lleguemos a casa, voy a asegurarme de que tú no puedas sentarte en una semana.

—Promesas, promesas —canturreó Carolina, inclinándose sobre él. Entraron de nuevo en la biblioteca cogidos de la mano.

❥ La Bibliotecaria • Aguslina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora