❥ Capítulo 13

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Carolina atravesó el vestíbulo del Four Seasons, vacilante sobre los tacones. Por primera vez en su vida, fue consciente de que la gente se la quedaba mirando cuando pasaba por su lado. Al principio, pensó que era porque caminaba como una gacela dando sus primeros pasos fuera del útero materno. Pero luego vio la expresión de un hombre de negocios e identificó algo que nunca había visto dirigido hacia ella: deseo.

Desorientada por la atención de los extraños, el elegante vestíbulo y aquella ropa, en absoluto familiar para ella, casi chocó con Agustín.

—Oh, no te había visto —le dijo, parándose en seco.

Los ojos de él la recorrieron de pies a cabeza. Cuando Carolina se dio cuenta de que sabía lo que llevaba debajo del vestido, sintió que la inundaba una oleada de vergüenza. Esperó a que hiciera algún comentario sobre su atuendo, pero no dijo nada. Se limitó a evaluarla con una mirada intensa e imperturbable.

Luego alargó el brazo y le cogió el viejo bolso que llevaba colgado del hombro.

—Esto es horrible.

—Bueno, es cuestión de gustos. Y cumple su cometido.

Ahora que ya no llevaba el bolso, volvió a mirarla y, aparentemente satisfecho, le ofreció el brazo. Carolina alzó la vista hacia Agustín y luego se apoyó en él como si la acompañara a un baile de debutantes. Pensaba que se dirigirían al restaurante del hotel, pero volvió a guiarla hacia la calle.

—¿No vamos a cenar aquí?

—No —respondió Agustín —. Mi restaurante favorito de aquí cerró a principios de este año, L'Atelier de Joel Robuchon —explicó sonriéndole—. Pero no te preocupes, esta ciudad no anda corta de grandes restaurantes.

Le abrió la puerta del coche y Carolina volvió a entrar en el Mercedes, pero esa vez lo hizo con cuidado, prestando atención a los zapatos de tacón y al vestido. El coche avanzó por Park Avenue y justo cuando empezaba a sentirse cómoda, se detuvo en la calle Sesenta y cinco. El chófer rodeó el vehículo para abrirle la puerta y al salir se encontró con un hermoso edificio neoclásico. Sobre la puerta, con letras grandes, ponía DANIEL.

Dentro, todo eran techos artesonados de más de cinco metros de altura, balaustradas, arcos y pilastras talladas. La arquitectura clásica estaba compensada por el mobiliario moderno y el tratamiento con intensos colores neutros, nogal y crema, contrarrestados por las sillas rojas del comedor. Todo el espacio estaba bañado por una cálida luz que procedía de las lámparas de araña y de los candelabros de pared, y Carolina pensó que a su madre aquel ambiente la impresionaría.

Todo en el restaurante rezumaba elegancia y agradeció haber accedido a la petición de Agustín de cambiarse de ropa.

El maître lo saludó efusivamente.

—El Salón Bellecour está listo, señor Bernasconi —anunció el hombre.

Agustín le cedió el paso y Carolina siguió al maître a través del comedor. De nuevo sintió las miradas sobre ella y lo único que pudo hacer fue concentrarse para no tropezar con los zapatos. Se sentía como Julia Roberts en Pretty Woman, toda glamurosa con su vestido rojo del brazo de Richard Gere.

Sintió una especie de agitación en el estómago, una vertiginosa felicidad.

El maître abrió la puerta de un salón privado en el que cabrían cien personas, pero que estaba preparado con una única mesa. Le apartó la silla y Carolina se sentó con rigidez, mientras Agustín tomaba asiento frente a ella.

—Podríamos cenar fuera —comentó con una risa nerviosa—. Aquí hay mucho espacio.

El sumiller trajo la lista de vinos, pero Agustín apenas la miró.

—Tomaremos el menú degustación, así que traiga algún vino que sea apropiado —comentó. Luego se dirigió a Carolina—: El menú degustación consta de ocho platos. Espero que no tengas prisa.

Ella se limitó a negar con la cabeza mientras intentaba no dejarse llevar por el pánico. ¿De qué hablarían durante una cena de ocho platos? ¿Tan buena estaba allí la comida para que alguien quisiera comer tanto?

—Estás preciosa —le dijo Agustín —. Ese vestido te queda bien.

—Oh, gracias —respondió, con la mirada fija en su copa de agua—. Has acertado con las tallas.

—Me paso mucho tiempo contemplando a mujeres —comentó él.

Carolina se ruborizó ante semejante afirmación, pero luego se dio cuenta de que debía de estar refiriéndose a su ocupación de fotógrafo.

El camarero apareció con el aperitivo. Dejó tres pequeños platos delante de ellos y anunció:

—Mosaico de pularda y rabanito Daikon, gelée de setas y ensalada de verdura temprana.

—Gracias —dijo Carolina, deseando desesperadamente reconocer algo de lo que le habían puesto delante.

Entonces, Agustín le guiñó un ojo y el estómago se le encogió de tal forma que se percató de que no sería capaz de probar bocado.

Entonces, Agustín le guiñó un ojo y el estómago se le encogió de tal forma que se percató de que no sería capaz de probar bocado

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¿Qué tal si me hacen preguntas acerca de lo que ustedes quieran?
Prometo contestarles.💛
Las amo mucho.

- Anhel.🌻

❥ La Bibliotecaria • Aguslina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora