❥ Capítulo 7

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A las once, el bar estaba abarrotado. Todo el mundo se iba moviendo para conseguir un sitio lo más cerca posible del fondo de la sala y Carolina en seguida descubrió el motivo.

La música pop francesa fue sustituida por la canción Blueberry Hill, de Fats Domino, instantáneamente reconocible. El fondo de la sala se convirtió en un escenario bañado por las luces azules y doradas de unos focos que había en el techo.

La escena iluminada consistía en un pequeño horno de aspecto antiguo y una mesa de formica cuadrada. Junto al horno apareció una hermosa mujer. La melena castaña le llegaba por los hombros y llevaba un flequillo corto. Iba ataviada con un anticuado vestido a cuadros, muy ceñido en la cintura y con falda de vuelo y con un delantal en el que se leía: «Ama de casa feliz». Carolina se fijó en que llevaba zapatos de charol negro con plataforma.

—Lleva el mismo corte de pelo que tú —observó Derek. Valentina la miró.

—Sí —asintió—. Tienes que mejorar ese estilo tuyo hippie de blusas y faldas largas que llevas de cuello para abajo. Pero tu pelo está muy a la moda.

—No quería dejarme el flequillo tan corto, pero se me fue la mano en un lado y tuve que igualarlo...

—Sea como sea, tú mantenlo así —insistió Valentina—. Te queda bien.

La mujer del escenario se inclinó para abrir la puerta del horno y el vestido se le subió lo suficiente como para dejar a la vista las medias y el liguero. La multitud aplaudió y unos cuantos gritaron. Carolina sintió el primer rubor de confusión, pero mantuvo la expresión imperturbable.

La actriz sacó una tarta del horno y la llevó a la mesa. Luego hizo todo un numerito para quitarse el delantal y se abanicó con él antes de lanzárselo al público. De nuevo, la multitud estalló en vítores y aplausos. A continuación, hundió un dedo en el centro de la tarta, lo sacó y se lo lamió.

—¿Qué es esto? —le preguntó Carolina a Valentina.

—Chist. Tú mira.

La mujer se abanicó entonces con una servilleta y le dio la espalda al público. Con una mano, se bajó la cremallera del vestido, despacio, y lo dejó caer al suelo. Carolina apenas podía oír la música por encima de los aplausos y los silbidos. Entonces, la actriz se dio la vuelta, ataviada sólo con un sujetador de satén rojo y copas acabadas en punta, unas bragas rojas, el liguero, medias y zapatos.

—¿Esto es un club de striptease?

—¡No! Es burlesque —le explicó Valentina—. No me digas que no has visto nunca un espectáculo de burlesque.

«Debe de estar de broma», pensó Carolina.

La mujer se desabrochó el sujetador y se deslizó los tirantes por los hombros. Carolina apartó la vista, pero cuando volvió a mirar a hurtadillas hacia el escenario, el sujetador estaba en el suelo y lo único que cubría los redondeados y prietos pechos de la mujer era un brillante parche rojo en cada pezón.

Entonces sacó un cuchillo y empezó a cortar la tarta. El contraste entre el exuberante cuerpo casi desnudo y la doméstica tarea que estaba realizando era confuso. Había los suficientes elementos cotidianos como para que Carolina sintiera que no estaba viendo algo realmente sexual.

Pero, en ese momento, la actriz cogió uno de los trozos de tarta y le dio un mordisco. Un poco del relleno de mermelada de arándanos le cayó entre los pechos y ella adoptó una exagerada expresión consternada; se deslizó un dedo por el vientre hasta el escote, recogiendo con él el relleno y se lo lamió con los ojos entornados de deseo, mientras se pasaba la lengua por la mano.

❥ La Bibliotecaria • Aguslina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora