❥ Capítulo 32

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Con piernas temblorosas, logró ponerse en pie, aunque tuvo que extender el brazo hacia él para que la ayudara. Una vez de pie, Agustín se agachó y le desabrochó los zapatos. Carolina se los quitó aliviada y vio que sostenía su vestido. Le desabrochó el corsé y le tendió la prenda. Carolina se lo puso impaciente y cuando el suave algodón cubrió su cuerpo, se sintió como si estuviera envuelta en una cálida manta.

Agustín la rodeó con el brazo y la llevó de vuelta al sofá. Carolina se sentó y él se acomodó a su lado.

—Tengo algo para ti —le dijo y le tendió una caja azul verdosa, envuelta con un lazo blanco.

Ella reconoció el paquete. Era de Tiffany's.

Deshizo el lazo con cuidado y abrió la caja. Dentro encontró una cadena de oro con un pequeño candado también de oro colgado, con las letras grabadas T & CO y el año 1837. Era elegante y bonito, algo que Valentina llevaría sin problemas, pero totalmente diferente a cualquier cosa que ella hubiera considerado nunca para sí misma.

—Es precioso —dijo, casi temiendo tocarlo. Agustín lo sacó de la caja y se lo colgó al cuello.
—Ven, mírate.

La cogió de la mano y la llevó hasta un espejo.

Él se quedó detrás de ella, con las manos en sus hombros. Sus ojos se encontraron con los suyos en el espejo y Carolina se quedó asombrada por la intensidad de su mirada.

—¿Sabes qué significa esto? —le preguntó.

Estuvo a punto de reconocer que no, que no lo sabía. Pero entonces recordó las palabras de Valentina: «Conocí a una chica que llevaba un collar... como un collar de perro. Me dijo que, en la comunidad, eso les indicaba a los demás que tenía un dueño...».

—Sí —susurró.

—Dímelo —le ordenó.

—Significa que soy tuya —respondió.

—Exacto —asintió él en voz baja—. Tu coño es mío y tu culo, y tus pechos... para hacer lo que quiera, cuando quiera, donde quiera. —Como si deseara dar más énfasis a sus palabras, la rodeó con los brazos y le tocó los pechos, luego bajó la mano y la hizo estremecer—. Ahora tu cuerpo es más mío que tuyo, ¿lo entiendes?

Carolina asintió con los ojos fijos en el espejo, en el colgante.

Agustín la hizo darse la vuelta con delicadeza y le dio un beso en la frente.

—Tengo otra cosa —añadió en voz baja—. Espera aquí.

Desapareció por el pasillo y regresó con otra cajita. Ésa era negra y llevaba un lazo también negro. Se la entregó y, sin hacer ninguna pregunta, Carolina la abrió. Dentro encontró un pequeño objeto de acero inoxidable con forma de lágrima grande, con un pequeño pie de base plana. Miró a Agustín confusa.

—Es un dilatador para tu culo.

Sus mejillas se ruborizaron y cerró la caja.

—Llévalo siempre contigo. En cualquier momento te mandaré un mensaje pidiéndote que te lo introduzcas. Y quiero que lo hagas. Además, tendrás que llevarlo en todas las reuniones en la biblioteca. Comprobaré que lo llevas después de cada una de ellas, para asegurarme de que obedeces mis instrucciones. Si no lo haces, serás severamente castigada.

Le sonrió y le acarició el pelo.

Carolina se sorprendió al descubrir que sus palabras la habían hecho humedecerse.

—El coche te está esperando abajo para llevarte a casa.

(***)

Por la mañana, el primer pensamiento de Carolina fue para el colgante. Sus manos se elevaron hasta su cuello, buscándolo, mientras se preguntaba si había sido todo un loco sueño erótico. Pero no, el colgante estaba allí, notó su peso sobre la clavícula y eso la reconfortó, le recordó la realidad de su esclavitud sexual de Agustín: un símbolo de su propio deseo y de sí misma como objeto de deseo.

❥ La Bibliotecaria • Aguslina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora