❥ Capítulo 50

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Agustín le frotó con delicadeza la ardiente carne del trasero con las manos y luego, para su alivio, le quitó despacio el dilatador. Después sintió que le sacaba también el consolador. Y entonces no hubo nada. La ausencia de los objetos, y de sus golpes, fue casi impactante para su cuerpo. Sentía demasiado aire a su alrededor y una palpitante necesidad de que la tocara de algún modo.

Agustín le liberó las manos y los pies. Podía moverse, pero curiosamente su cuerpo no estaba dispuesto a hacerlo. Se quedó totalmente inmóvil sobre la mesa, con la esperanza de que, si no hacía nada, él respondiera de algún modo a la necesidad de su cuerpo.

—Ponte boca arriba —le dijo con suavidad.

Despacio, se dio la vuelta. La visión del rostro de Agustín fue un bálsamo para su mente y su cuerpo anhelantes. Sus ojos recorriéndola eran un consuelo, pero sólo su contacto podría curarla. Sin duda, él lo sabía y por eso no importaba qué disfraz llevara o qué fotos tomara, al final, ella siempre se sometería a él.

—Cierra los ojos. Y mantenlos cerrados o tendré que tapártelos —le advirtió.

«Oh, no», pensó.

No sabía cuánto más podría soportar. Creía que ya había acabado.

Aun así, obedeció y cerró los ojos con fuerza. Oyó que Agustín se alejaba unos pasos y luchó con toda su fuerza de voluntad contra el impulso de mirar.

Sintió que se acercaba y entonces algo suave como una pluma le rozó la clavícula. Le recorrió los pechos, le hizo cosquillas en los pezones, luego se deslizó sin prisa por el ombligo hasta que le acarició el muslo.

—Abre las piernas —le ordenó.

Cuando estuvo abierta para él, aquella suavidad revoloteó sobre su sexo y le hizo cosquillas en el clítoris hasta que sintió que la pelvis se le arqueaba hacia arriba. Entonces notó la cálida caricia de su lengua que la llevó casi al clímax.

Carolina gimió, alargó los brazos, tiró de él para ponerlo encima de ella, para que la follara. Pero Agustín ignoró su frenética demanda y se centró sólo en seguir el rastro de la lengua con el dedo hasta que lo deslizó en su interior.

Carolina se retorció contra él. Sintió el orgasmo cerca y se sorprendió bajando la mano para acariciarse el clítoris y así poder alcanzarlo, pero Agustín se la apartó.

—Levántate —le indicó—. Apóyate en mí y mantén los ojos cerrados.

Le temblaban las piernas y él le rodeó la cintura con un brazo cuando sus pies descalzos tocaron el frío suelo. La guio por la habitación hasta que supo que estaba en el pasillo.

—Ahora ya puedes abrirlos —le dijo.

Carolina abrió los ojos y lo vio desnudo, su miembro duro y más que preparado para ella. Agustín la cogió de la mano y se la colocó sobre la erección mientras sacaba un condón. Carolina movió la mano despacio y lo sintió palpitar bajo los dedos. La sorprendió descubrir cuánto deseaba tenerlo en su boca. Se arrodilló, alargó un brazo por detrás de él y lo atrajo hacia sí. Agustín gimió y empujó hacia adelante, llenándole la boca más rápido de lo que había esperado. Se echó un poco hacia atrás, le pasó la lengua por toda la longitud y luego volvió a inclinarse hacia adelante para abarcarlo entero.

Agustín gimió y el sonido de su placer hizo que a ella se le encogiera el estómago de excitación. Le acarició la mandíbula con la mano y empezó a entrar y salir de su boca a un ritmo extático, hasta que salió del todo y se puso el condón. La atrajo hacia él, tomando sus pechos entre las manos y besándola con fuerza. Carolina sintió su miembro contra el estómago y se pegó a él. Entonces, con un rápido movimiento, Agustín la cogió en brazos y la llevó hasta el dormitorio. La tumbó en la cama, donde sintió el edredón frío en la espalda. Apenas tuvo tiempo de abrir las piernas antes de que él se le colocara encima y la llenara tan repentinamente que la hizo gritar.

Su mente se deslizó a aquel espacio que sólo encontraba con él, una suspensión del pensamiento que la convertía en puro nervio, temblorosa de placer y avanzando hacia la liberación. Agustín entraba y salía de su interior, redujo el ritmo y ajustó el ángulo para rozarle el clítoris con el miembro en una embestida. Carolina jadeó y le clavó las uñas en el trasero, manteniéndolo en su interior mientras el orgasmo le llegaba en oleadas que hicieron que todo su cuerpo se estremeciera.

—Córrete —le murmuró a Agustín a la vez que deslizaba las manos hacia arriba para acariciarle la espalda.

Él lo hizo, con el rostro hundido en su pelo y unas embestidas más rápidas y duras, hasta que su cuerpo se estremeció contra el suyo y se quedó inmóvil.

(***)

Carolina estaba acurrucada junto a Agustín, con la cabeza apoyada en su pecho, cuando la primera luz de la mañana empezó a filtrarse en el dormitorio. A pesar de que habían intentado conciliar el sueño, aún estaban totalmente despiertos.

—Es imposible que aguante todo el día en el trabajo —se quejó ella.

—¿Después de la noche que has tenido? Necesitas descansar. Ni se te ocurra pensar en ir a la biblioteca —le advirtió.

—Tengo que hacerlo. Quiero ir. Lo que tú y yo tenemos es importante para mí, pero también lo es mi trabajo. No quiero estropearlo.

—No vas a estropearlo —le dijo él—. Llama a Sloan y dile que no estás bien y que irás más tarde.

Carolina asintió.

—Vale. Pero no puedo seguir haciendo esto. Yo...

—Relájate —insistió Agustín silenciándola con un beso.

—¿Puedo preguntarte una cosa?

Él se incorporó sobre un codo y la miró acariciándole la mejilla.

—¡Oh, oh! —exclamó—. Eso suena serio. Y, según los términos recientemente negociados de nuestra relación, supongo que tendré que responderte.

—Exacto —afirmó Caro.

—Me ha hecho tan jodidamente feliz que me dejaras fotografiarte... Tenía mis dudas sobre lo que querías hacer en ellas, pero lo has logrado.

—No me cambies de tema —protestó ella, aunque sus palabras la entusiasmaron—. Tengo curiosidad. ¿Puedes tener sexo sin todo el... bondage y la disciplina antes?

—Claro —respondió—. Aunque, para mí, ir directamente al sexo es más para ligues de una noche... material desechable.

—¿Y qué hay de esa mujer con la que te vi en la biblioteca?

Agustín se rio.

—Me preguntaba cuándo ibas a preguntarme por ella. Ése es un ejemplo perfecto, sólo sexo, nada especial. Una vez y ya está.

—Una vez y ya está —repitió Caro—. ¿Es cierto lo que has dicho antes? ¿Que nunca has estado enamorado?

Ella sintió que se tensaba y, por un instante, temió que la pregunta los hiciera retroceder hasta donde estaban la noche en que él le advirtió que no lo estropeara y la mandó a casa.

—No —contestó—, no es del todo cierto.

—Vale —dijo ella, prácticamente conteniendo la respiración mientras esperaba a que él continuara.

—Te expliqué cómo me metí en la fotografía... que Astrid me introdujo en ella.

—Sí —asintió.

—Sólo tenía unos pocos años más que yo. Creo que se aburrió rápidamente de su matrimonio con mi padre. Éste tenía muchísimo dinero y era guapo, pero no estaba dispuesto a salir a clubes nocturnos con ella o a ir a ver a una banda en Roseland. Así que, a veces, cuando le decía que estaba demasiado ocupado o cansado o lo que fuera, me hacía acompañarla a mí.

—Vale —convino Carolina en voz baja, mientras lidiaba con la imagen de un Agustín adolescente paseándose por Nueva York con una de las modelos más famosas del mundo.

—Creo que sabía que estaba aburrido y muy solo también. Yo tenía amigos, pero era hijo único. Y, de algún modo, el dinero de mis padres me aislaba. En algunos aspectos, ella y yo teníamos mucho en común. Y entonces me enseñó a usar una cámara y a llevarme a algunas de sus sesiones de fotos.

—Sí, eso lo mencionaste.

—Y me enamoré de ella.

❥ La Bibliotecaria • Aguslina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora