Carolina Kopelioff se detuvo en la esquina de la Quinta Avenida con la calle cuarenta y dos. La gente la empujaba a izquierda y derecha en su prisa por pasar. Los transeúntes se movían como olas rompiendo contra una roca. Tras un mes en Nueva York, aún no se había acostumbrado a la hora punta.
Así y todo, no permitió que la gente la distrajera. Era su primer día en el trabajo de sus sueños e iba a saborear cada minuto. Un mes después de finalizar un máster de posgrado en Bibliotecas e Informática en la Universidad de Drexel, se dirigía a la biblioteca más magnífica de todo el país.
Alzó la vista hacia el hermoso edificio, una asombrosa obra de arquitectura en piedra caliza blanca y mármol. Carolina no podía imaginar que existiera un lugar más perfecto que la Biblioteca Pública de Nueva York.
—¿Estás mirando a los gemelos? —le preguntó una anciana.
Tenía el pelo tan blanco que parecía casi rosa y llevaba un traje azul verdoso con unos brillantes botones dorados. Sujetaba una correa con cristales incrustados, al final de la cual estaba atado un perrito blanco.
—¿Perdón? —dijo Carolina.
—Los leones —aclaró la mujer.
Ah, los leones. A cada lado de la amplia escalinata de piedra que subía hasta la biblioteca había la estatua de un león de mármol blanco. Eran unas criaturas de aspecto regio, que, sentadas sobre unos pilares de piedra, parecían custodiar el conocimiento que albergaba el edificio.
—Me gustan los leones —afirmó Carolina.
Su compañera de habitación le había advertido muy seria que no debía responder a todos los pirados que le hablaran en la calle. Pero Carolina era de Pensilvania y se sentía incapaz de ser maleducada.
—Paciencia y Entereza —contestó la mujer—. Ésos son sus nombres.
—¿De verdad? —exclamó Carolina—. No lo sabía.
—Paciencia y Entereza —repitió la mujer y se marchó.
Carolina no supo cómo decirle a su nueva jefa, Sloan Caldwell, que no necesitaba una visita guiada por la biblioteca, porque había ido allí con frecuencia desde que era niña. Pero Sloan, una rubia alta y fría del Upper East Side, le había parecido intimidatoria durante la entrevista y, de algún modo, se lo parecía aún más ahora que había conseguido el trabajo.
—¿No quieres tomar notas mientras caminamos? —le preguntó Sloan. Carolina abrió el bolso y buscó un papel y un boli.
Siguió a la mujer por el gran vestíbulo de mármol, cuyo estilo Beaux-Arts siempre le recordaba
las fotografías de los grandes edificios de Europa. Pero su padre le había dicho muchas veces que no tenía sentido comparar la sede central de la Biblioteca Pública de Nueva York con nada, ya que, como obra de arquitectura, era única.1—Y ésta es la Sala del Catálogo Público —anunció Sloan.
La magnífica sala, oficialmente llamada la Sala del Catálogo Público Bill Blass, estaba flanqueada por mesas bajas de madera oscura, provistas de las lámparas de bronce distintivas de la biblioteca, con pantallas de metal rematadas en bronce oscuro. Los ordenadores parecían estar fuera de lugar en una estancia que, por lo demás, evocaba la época de principios del siglo XX.
—Estos ordenadores no tienen acceso a Internet —comentó Sloan, claramente aburrida por la explicación que, sin duda, habría dado infinidad de veces—. Su única finalidad es permitir que los visitantes busquen los libros que necesitan, los números de referencia y demás información, para luego solicitarlos en préstamo.
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❥ La Bibliotecaria • Aguslina.
Fanfic❥ Meterse a la historia para conocer la sinopsis. ❥ HISTORIA ADAPTADA.