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Con los esquís al hombro, caminamos hacia la cola de ascenso. Los ojos de Liam se ampliaron cuando me vio en la boletería. Le echó a Tina una mirada de pánico.

— Grace, cariño, ¿No crees que es algo prematuro como para hacer una corrida desde la cima? —  me preguntó él.

— No, me siento con ganas. — contuve mi sonrisa.

— Tina, tienes que convencerla de que no lo haga. Se podría matar. — dice el con preocupación.

— No te preocupes Liam, ella piensa que tiene un talento aún no descubierto.

Cubrió el boletero con su mano. — No te venderé uno, Grace.

Negó varias veces.

Hice rodar mis ojos. — Por el amor de Dios, Liam, no soy completamente estúpida. Sólo voy arriba por el paseo. Tina es la que va a bajar esquiando.

Se rió con alivio. — Genial. Va sin cargo entonces. Pero sólo para estar seguros, yo cuidaré de tus esquíes.

Tina mostró su pase de temporada y nos subimos al coche. La vista era espectacular. Quedamos colgadas sobre el techo de la casa de los Benedict por un segundo, luego partimos rozando la parte superior de los abetos hasta que ellos también se alejaron y nos quedamos balanceando atravesando un desfiladero. Bajo nosotras, como si fueran hormigas, pasaban a toda velocidad los esquiadores, haciendo a todo el asunto parecer tan sencillo.

Diez minutos más tarde nos bajamos en la estación de la cima. Nathan estaba ocupado cargando los coches que bajaban,  había sólo unos pocos turistas como yo así que no tomaría mucho tiempo.

— Tómate un café. — Tina me dio un empujoncito hacia el puesto de comidas y bebidas. — Te veré de nuevo en la bajada del teleférico en media hora.

— Ok. Diviértete. — sonreímos.

Acomodando sus pies sobre los esquís, se impulsó desde el inicio de la pista negra.

— Un café con leche y una dona, por favor. —  le solicité al hombre de rostro resplandeciente ubicado en el puesto.

— ¿No estás esquiando, cariño?— preguntó, entregándome mi dona en una bolsa blanca.

— Primera vez sobre los esquís. Soy patética. — dije.

Se rió. — También lo soy yo. Por eso me quedo sirviendo el café. — se encoge de hombros — Mi fuerte es el deporte enemigo de este.

— ¿Cuánto le debo?

— Va por cortesía de la casa, para celebrar tu primera experiencia esquiando.

— Gracias.

Nathan trotó por detrás del local y me tomó por la cintura, levantándome en el aire, forzándome a lanzar un pequeño chillido.

— ¿Cómo te está yendo? — pregunta besando la punta  de mi nariz.

— Soy malísima esquiando.

— Si, pensé que lo serías. — me giró. — Sólo tengo un minuto hasta que el siguiente coche llegue, lo suficiente como para robar un mordisco de lo que sea que lleves allí dentro.

— ¿Esta es tu chica, Nathaniel? — preguntó el puestero.

— Sí José. — respondió.

Me sonroje.

— ¿Por qué será que las mejores siempre están tomadas? Oh bueno. — pasó una taza de plástico y me guiñó un ojo.

Nathan me llevó hacia su cabina, en la cabecera del teleférico. Podíamos escuchar el crujido de las ruedas recorriendo el ascenso. Estudié el rostro de Nathan mientras él chequeaba algo en el panel de control,  la amplitud de sus hombros mientras se estiraba para hacer un ajuste en la pantalla, los músculos de sus brazos al flexionarlos. No había comprendido antes por qué mi amiga y las demás chicas pasaban tanto tiempo admirando a los chicos en mi vieja escuela; ahora me unía por completo a la fiesta. ¿Era este hermoso chico realmente mío?

Hija De NarcotraficantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora