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Fueron los sonidos los que primero me alertaron que me encontraba en un hospital. No abrí mis ojos pero podía oír los murmullos en la habitación – una máquina zumbando, gente susurrando. Y los olores – al antiséptico, a sábanas desconocidas, a flores. Asomando un poco más, podía sentir el dolor, acallado por las drogas pero aún rondando. Mi brazo estaba vendado y podía sentir el tirón del vendaje sobre mi cabeza y la picazón de los puntos. Lentamente, dejé que mis ojos se abrieran. La luz era demasiado intensa.

— Grace. — mi madre estuvo a mi lado al instante. — ¿Tienes sed? Los doctores digeron que tienes que beber.

Me extendió un vaso, con la mano temblorosa.

— Dale un momento, amor.  dijo papá, parándose detrás de ella — ¿Te encuentras bien?

Asentí. No quería hablar. Mi cabeza aún estaba hecha un desastre, repleta de imágenes contradictorias. No podía distinguir cuáles eran reales y cuales
imaginarias. Soportando la parte trasera de mi cabeza, Jhoana llevó el agua a mis labios y tomé un sorbo.

— ¿Mejor ahora? ¿Puedes usar tu voz? — me preguntó.

Había demasiadas voces – la mía, la de Nathan, la de un hombre diciendo que él era mi amigo. Cerré mis ojos y giré mi cara hacia la almohada.

— ¡Jason! — Jhoana sonaba asustada.
No quería ponerla mal. Tal vez si fingía que no estaba aquí, ella estaría nuevamente feliz. Eso a veces funcionaba.

— Ella está en shock, Jhoana. —  dijo Jason en tono tranquilizador — Dale una oportunidad.

— Pero no se había comportado así desde la primera vez que la tuvimos. Puedo verlo en sus ojos.

— Calma. No te apresures a sacar conclusiones. Grace, tómate todo el tiempo que necesites, ¿me oyes? Nadie te va a apurar.

Mamá se sentó en la cama y tomó mi mano. — Te amamos Grace. Aférrate a eso.

Pero yo no quería amor. Dolía. Jason encendió la radio y sintonizó una estación que pasaba suave música clásica. Fluía sobre mí como una caricia. Había escuchado música todo el tiempo durante los años que estuve en una sucesión de hogares adoptivos e Institutos de Menores. Sólo hablaba cantando pequeñas y extrañas porciones de música que inventaba yo misma, lo que le dejaba entrever y asumir a los cuidadores que yo estaba loca. Supongo que lo había estado. Pero entonces ellos me conocieron y vieron que podían hacer algo por mí. Ellos habían sido tan pacientes, esperando a que yo emergiera, y gradualmente lo hice. No he cantado una sola nota desde entonces. No podía hacerlos pasar por eso otra vez.

— Estoy bien. — dije con la voz rasposa. No lo estaba. Mi cerebro era un desguace de partes y piezas varias.

— Gracias cariño. —  apreto mi mano — Necesitaba escucharlo.

Jason jugueteó con un arreglo floral, aclarando su garganta en numerosas ocasiones. — No somos los únicos que queremos saber que estás bien. Nathan Benedict y su familia han estado acampando en la sala de visitas.

Nathan. Mi confusión aumentó. El pánico se disparó dentro de mí como una descarga eléctrico. Me había dado cuenta de algo importante acerca de él, pero cerré la puerta nuevamente a eso.

— No puedo.

— Está bien. Simplemente iré y les diré que has despertado y les explicaré que no estás lista para recibir visitas en este momento. Pero me temo que la policía está esperando para hablar contigo. Tenemos que dejarlos pasar.

— No sé qué decir. — musite.

— Sólo diles la verdad.

Pero no sabía diferenciar la realidad de todo.

Hija De NarcotraficantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora