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Habíamos estado viajando por más de una hora. Había pasado ya del terror extremo y ahora tenía una sensación de amortiguada desesperanza. Estábamos demasiado lejos de Wrickenridge como para que alguien nos alcanzara.

¿En serio estaba pasando  esto? ¿Por qué a mí? ¿Debería  acostumbrarme a estar  secuestrada?

— ¿Me estaban hablando? — pregunté.

Gator pareció sorprendido de escucharme hablar. Tenía la impresión de que yo era simplemente el medio para su fin – conseguir a los Benedict – y nadie en el auto me consideraba realmente como una persona. O en realidad creía que había  algo más, ¿Por qué  los Benedict?

— ¿Le cuento? — le preguntó a O’Halloran.

— Vaya, no es capaz de hablar sin pedir permiso. — solté con sorna. Al parecer no se esperaban que me revelará. Pero no me excederia, Jason me había enseñado a no mostrar miedo y eso era lo que estaba haciendo todo este tiempo. Miedo. Miedo.

El Savant asintió, ignoro lo que había dicho. Había permanecido en silencio, en su batalla contra un frente invisible mientras los Benedict intentaban desesperadamente romper su escudo.

— Bueno, pastelito, te estamos llevando a que veas al jefe.

Gator tomó un paquete de goma de mascar del bolsillo superior de su chaqueta y me ofreció uno. Negué con la cabeza.

— ¿Quién es su jefe?

— Lo sabrás pronto.

— ¿Dónde se encuentra?

— Al otro lado de aquél viaje en avión.

Hizo señas hacia la aeronave que
esperaba en el pequeño aeródromo provincial.

— ¿Vamos a volar?

— Por supuesto que no iremos caminando a Las Vegas.

Paramos junto al jet. Gator me sacó del auto y me arrastró hasta los breves escalones de la aeronave. Tan  pronto se fue la camioneta, el jet despegó, dirigiéndose hacia el sur.

Lo siento, no pude hacer nada. - repetí en mi mente, papá estaría enojado por ellos, tenía miles de forma de escapar pero no hice nada. Me bloqueé.

Mi habitación estaba en el último piso de un altísimo hotel a medio terminar sobre una calle de Las Vegas conocida como Strip

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Mi habitación estaba en el último piso de un altísimo hotel a medio terminar sobre una calle de Las Vegas conocida como Strip. Sabía mi ubicación porque nadie había hecho el intento de impedirme que viera por el ventanal de techo a piso que había en la misma habitación. Las luces de los casinos manchaban los cielos – palmeras en luces de neón, pirámides, montañas rusas, todas destellos con estrafalarias promesas –  Más allá de esta fina capa de locura, pasando el centelleo de los suburbios, estaba el desierto, oscuro y de alguna forma cuerdo. Apoyé mi frente contra el frío cristal, tratando de calmar el torbellino de emociones que golpeteaban dentro de mí. Mi cabeza estaba como en un ciclo de centrifugado.

Hija De NarcotraficantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora