CAPÍTULO 2

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Rebecca era una chica fácil de llevar.

No exigía mucho, no esperaba palabras de amor ni hacía escenas de novia celosa.

Siempre estaba dispuesta a marcharse conmigo cuando yo se lo pidiese.

Si coincidíamos en alguna fiesta no pretendía que estuviésemos pegados todo el tiempo, sino que aceptaba sin discutir que yo estuviera con mis amigos hasta que me acercaba a ella para marcharnos y tener sexo en el coche antes de que la devolviera a casa.

Nunca pedía que la llamara por teléfono ni me atosigaba con mensajes.

Si alguna noche me sentía especialmente necesitado podía llamarla y Becky no dudaría en saltar por la ventana de su habitación a la madrugada para echarnos un polvo rápido en el coche aparcado en el callejón oscuro que había al final de su calle.

Para mí era como un sueño hecho realidad.

Para un tipo como yo, que no destacaba por su atractivo físico, no tenía muy desarrollados los músculos y aún no me había librado del maldito acné, tener sexo con regularidad era el paraíso.

Había perdido la virginidad a los catorce con la chica que lo había hecho medio instituto. Después de Elizabeth, solo había logrado penetrar cuatro coños en casi tres años, y habían sido chicas que hubiesen preferido hacerlo con Peter, pero se habían conformado conmigo.

Desde que había perdido mi virginidad había tenido mucho sexo con mi mano y había visto mucho porno en el sótano de mi amigo, mientras nos masturbábamos soñando con poder hacer todo eso con una chica de verdad.

Desde que Peter se había convertido en un hombre casado y Sandra vivía con él en nuestro querido sótano, el porno se había mantenido dentro de los límites de mi habitación.

Pero desde que Rebecca había asegurado estar preparada para dejar de ser virgen, yo, poco a poco había ido concretando mis fantasías.

Rebecca aún se resistía a que me corriera en su boca y desde luego que su orificio trasero lo tenía vetado, pero estaba seguro de que tarde o temprano, se atrevería a todo.

Ese viernes por la tarde me había reunido con Pete en su sótano donde jugábamos Mortal Kombat, mientras Sandra estaba de paseo con Gala y Rebecca.

Galadriel había cumplido siete meses y era la criatura más adorable que yo había visto jamás.

Estaba completamente loco por ella y cada vez que Sandra o Peter me presionaban para que me tomara más en serio mi relación con Rebecca, les tomaba el pelo diciendo que mis planes consistían en esperar a que Gala cumpliera los dieciocho para casarme con ella.

Sandra entró desde la calle soltando las bolsas que cargaba y bufando acalorada.

—Por Dios, la calle es el infierno. Hace un calor insoportable —se quejó llamando nuestra atención.

Estaba preciosa como solo ella sabía estarlo y la niña que sacudía brazos y piernas desde el portabebés que Sandra tenía colgado al frente, solo la hacía ver más bella.

Siempre había sido una chica exquisita, pero con la maternidad su cuerpo había adquirido unas curvas y unos pechos muy femeninos que la hacían ver como una joven deliciosa y ya no como la adolescente de dieciséis que era en realidad.

—Hola Ethan, no sabía que estarías aquí —dijo mientras desligaba los nudos del portabebés sacando a la niña para entregármela.

Ni siquiera lo pensé antes de soltar el mando de la consola para coger en mis brazos a la preciosa niña que me sonreía feliz dejando entrever el pequeño diente que apenas empezaba a sobresalir de su encía inferior.

RatoncitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora