CAPÍTULO 14

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Llegué a Nueva York a primera hora del lunes.

Las palabras que Julia había repetido esa mañana cuando había salido rumbo al aeropuerto aún resonaban en mi cabeza. Si te vas a Nueva York ahora mismo, no regresaré de Nuevo México, había dicho y, si había algo de lo que estaba seguro era de que no se trataba de palabras vacías. Julia nunca habría hecho una broma sobre eso. Finalmente, la noche anterior, después de nuestra última discusión yo había decidido que aceptaría lo que fuera que sucediera.

Llevábamos juntos nueve años, pero lo cierto era que los últimos de esos años habían sido raros. Estaba claro que vivíamos en una rutina, ya nada nos excitaba ni nos entusiasmaba. Hacía ya un par de años yo me había resignado y casi aceptado que no tendríamos hijos, pero siempre mantenía la esperanza de que finalmente sucedería.

Pero eso no solo no había sucedido sino que cada vez yo lo veía más lejos. A mis treinta y tres todos a mi alrededor estaban teniendo hijos y yo sentía que también lo deseaba. Tal vez no aún pero sabía que querría tenerlos en algún momento. Y cada vez parecía más lejano.

Ésta era solo una cuestión más de las que no funcionaban en nuestra pareja, pero su intransigencia a que yo me preocupara tanto por mi carrera y mi puesto, me estaban haciendo pensar que tal vez dejarlo sería lo mejor. Pero yo era demasiado cobarde para tomar la decisión por lo que había simplemente decidido aceptar lo que Julia hiciera.

Después de instalarme en el hotel que la compañía había reservado para mí, me presenté en la empresa. Fue una tarde de trabajo agotadora. Para cuando me reuní con el jefe de comercio exterior ya estaba harto y con ganas de volver al hotel.

El jefe de comercio exterior, Richard Hawks, era un imbécil integral. Creía que su departamento era el más importante de la compañía y que todo dependía de él y sus buenas decisiones.

Se mostró arrogante y soberbio y poco dispuesto a aceptar que una empresa como Northern Woods, fuese ahora la encargada de elegir su sueldo, sus responsabilidades e incluso si queríamos o no, darle una patada en el culo. No se mostró del todo colaborador y desde el mismo momento que el director general me lo presentó, supe que sería un gran grano en el culo.

Pero por alguna razón, seguramente que su mujer era la hija del viejo Stetson, su puesto de trabajo había estado entre los puestos a respetar desde la firma misma del contrato de compra-venta. Solo me faltaba dejarle claro que yo estaba muy cerca de convertirme en su jefe, aun si desempeñaba mi cargo desde Monterrey, y me importaba una mierda con quién se hubiera casado o a quién decidiera follarse. O seguía mis órdenes o se iría al diablo.

Después de una larga reunión a última hora, Hawks se comunicó con su secretaria para me entregara todos los documentos y contratos que necesitara, ya que su horario de trabajo había terminado. Estuve a punto de quejarme de que se fuera y recordarle que como director de departamento él no debería tener horarios, hasta que vi a su secretaria.

Brittany Miller. Me la presentó y decidí que tener un par de horas a solas con esa mujer sería mucho más placentero que tener que soportar al imbécil de Hawks.

Brittany Miller.

¡Qué mujer!

Tenía solo veintiún años pero sabía muy bien lo que quería. Después de nuestra reunión de negocios fue imposible negarme a cenar con ella. No me gustó la forma en que Richard Hawks me miró cuando le dije que tenía planes para cenar con su secretaria, pero me importó muy poco. Yo era uno de sus superiores ahora mismo por lo que, por lo que a mí respectaba podía irse al mismísimo infierno si pretendía que me mantuviera alejado de su secretaria. Por lo que había leído en su ficha de empleado, no solo estaba casado con la hija del dueño sino que había sido padre recientemente.

RatoncitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora